COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Ascensión del Señor

Ser testigos y hacer discípulos

“Seréis mis testigos… hasta el confín de la tierra”. Este es uno de los frutos que les anuncia Jesús a sus discípulos cuando reciban el Espíritu Santo, según se lee al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles. Por lo tanto, ser testigo es un impulso interior, más que obra de la buena voluntad. Ser testigo ayer, hoy y siempre, es comunicar con la vida a Jesús y su Evangelio.

“Haced discípulos a todos los pueblos…”. Es el último mandato de Jesús en el evangelio de Mateo. La Buena Noticia, la experiencia de salvación que se experimenta al creer en Jesús, tiene que llegar a todas las gentes. Ser testigos y hacer discípulos es la misión del cristiano en todo lugar: “a todos los pueblos… hasta el confín de la tierra”.

En otros tiempos podríamos pensar en la misión “ad gentes”. Hoy, sin olvidar esta última, y da lo mismo en el lugar del mundo que nos encontremos, tenemos que pensar en la misión que tenemos que hacer en los lugares en los que residimos, en las comunidades cristianas a las que pertenecemos. Tenemos delante una gran labor evangelizadora, que se va realizando también con pequeños gestos. Esta semana recibía un mensaje que me hacía sonreír de satisfacción y, también, por qué no decirlo, de emoción: “…mi hermano me ha pedido que sea el padrino (bautizo) de su hijo. Yo ya le he dicho que ser padrino es algo más que posturear mientras le echan el agua, que también supone un acompañamiento a lo largo de su vida en temas de Fe y que si están dispuestos a permitirme que le hable de Dios-Jesús-Fe que yo encantado, si no, paso. Ellos lo han visto bien; así que por mí, perfecto”. Así es como se es testigo. Así es como se hacen discípulos.

Ascensión del SeñorEn nuestra misión de ser testigos y hacer discípulos no estamos solos. Contamos con la promesa, y con la certeza interior, de que el Espíritu de Jesús sigue habitando y acompañando a la Iglesia, a cada cristiano y a toda la Comunidad: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Hay que volver a repetirlo: No estamos solos; estamos habitados, sostenidos y acompañados.

Afirmar y repetir esto no es para que nos quedemos ni abobados ni embelesados ni “plantados mirando al cielo”. No, afirmar y repetir esto es para que  miremos con lucidez a la tierra, a nuestro mundo. Seguro que al hacerlo nos invade la desesperanza y nos asaltan preguntas de este estilo: ¿De verdad que el Reino de Dios que Jesús puso en marcha tiene futuro? ¿Cómo creerlo cuando asistimos sobrecogidos a tanta muerte injusta en un concierto en Manchester, de refugiados en el Mediterráneo, de coptos en Egipto, en…? ¿De verdad que su Espíritu sigue estando presente en nuestro mundo? Tenemos que responder rotundamente: Sí, el Espíritu de Jesús está con nosotros “todos los días, hasta el final de los tiempos”. Todos los días. También hoy. En el hoy personal e íntimo. En el hoy de nuestro mundo y de las relaciones sociales.

El Papa Francisco, en su  mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que celebramos hoy, nos advierte del peligro de una información parcial: “Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación”.

Frente a la desesperación, esperanza. En la carta a los Efesios San Pablo pide que se “ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama…”. No es baladí que se nos recuerde esto. Hemos apelado mucho a la razón, necesaria para poder dialogar con la cultura, pero hemos corrido el riesgo de endiosarla, de creer que es la única manera de acceder a la realidad.

Hoy, si nos dejamos llevar por la mera observación e interpretación racional, no tenemos muchas razones para seguir esperando, pero cuando le hacemos caso al corazón, la esperanza se ensancha, porque, como decía Pascal, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Por ejemplo, si miramos a la realidad de nuestras comunidades parroquiales, y creo que es un análisis válido para Europa, podríamos pensar que tienen poco futuro; que, por muchas reestructuraciones territoriales que hagamos, están llamadas a desaparecer. Totalmente de acuerdo, si ponemos el acento en las estructuras y hacemos una lectura meramente racional. La cosa cambia si nos centramos en las personas y las miramos con los ojos del corazón. Seguimos teniendo un potencial enorme, porque la gran mayoría de las personas que siguen vinculadas a nuestras comunidades, y más los agentes de pastoral, aunque sean muy mayores (tal vez por eso mismo), a través del servicio siguen siendo grandes testigos de Jesús.  Son esas personas las que nos invitan a la esperanza. Son esas personas las que, tal vez sin ser muy consciente de ello, nos siguen comunicando que Jesús está con nosotros todos los días. Desde esa perspectiva, nuestras comunidades parroquiales siguen teniendo futuro, porque Jesús no nos ha enviado a crear estructuras, da lo mismo que sean canónicas que carismáticas, sino a hacer discípulos, que seamos para otros testigos del Evangelio. Ser testigos y hacer discípulos.

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