COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Sexto Domingo de Pascua

Portadores de esperanza y alegría

El tiempo pascual va tocando a su fin. El próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor. Al siguiente Pentecostés. Estas dos solemnidades, precedidas por la Pascua de Resurrección, forman el tríptico de lo que algunos teólogos afirman ser un único momento. Lo sea o no, bien hace la Iglesia en darnos un tiempo prolongado para interiorizar, y personalizar, la vida del Resucitado en nosotros y para “aprender” de lo que supuso en las primeras comunidades cristianas.

El evangelio de este domingo, proclamado casi al finalizar el tiempo pascual, nos puede despistar y llevarnos a pensar que se trata de un discurso ante la despedida inminente de Jesús, antes de entrar en la gloria definitiva junto al Padre. No es así. Estamos en la última cena. Lavatorio de los pies. Predicción de la traición de Judas. El mandamiento nuevo (“que os améis unos a otros; igual que yo os he amado…”). Predicción de la traición de Pedro. Pasaje del domingo pasado: diálogo con Tomás y Felipe (“yo soy el camino, la verdad y la vida”). Hoy: la promesa del Espíritu. Éste es el contexto.

Las primeras palabras que salen de los labios de Jesús en este pasaje son: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Sin querer restarle importancia a los mandamientos veterotestamentarios, subrayamos el “mis”. ¿Cuáles son los mandamientos de Jesús?

Sexto Domingo de PascuaYa hemos señalado uno muy importante que Jesús pronuncia en el contexto de la última cena: “que os améis unos a otros”. Es necesario recordarlo. Hay un amor que se tiene que hacer patente al interior de la propia comunidad cristiana, que se tiene que dar entre las seguidoras y seguidores de Jesús: el amor mutuo. No cualquier forma de amor. Igual que el de Jesús. Ese que nos lleva a amar incluso a los que consideramos enemigos (ideológicos) dentro de la propia comunidad cristiana. Es cierto que se puede pecar de ingenuidad acogiendo todas las diversidades y disensiones al interior de la Iglesia. Es cierto que también dentro de la Iglesia hay grupos de poder que se aprovechen de la ingenuidad de los que creen que el Evangelio es servicio. Es cierto que eso puede ocurrir, pero al final “el Espíritu de la verdad”, prometido por el mismo Jesús pone a cada uno en su sitio. Esta es una de las razones de nuestra esperanza. El Espíritu de Jesús prevalecerá sobre “el mundo”, que también habita en la Iglesia.

En los evangelios también se subraya otro mandamiento doble con dirección triple: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. La experiencia personal, vivida en uno mismo y expresada por otras personas, dice que este último aspecto, el “a ti mismo”, es el más difícil. ¿Se puede intuir alguna razón? Amarse a sí mismo pasa por vivir reconciliado. La reconciliación la podemos vivir más como esfuerzo personal que como un don que se acoge. Nos cuesta creer que es el amor incondicional de Dios Padre, el Espíritu que mora en nosotros, que está siempre con nosotros, el que nos va transformando. Transformación que se hace al ritmo de Dios. Transformación que nos abre a acoger y amar al prójimo en lo que es, ya que en él también mora el Espíritu. Transformación que ensancha nuestro corazón para poder, agradecidos, amar a Dios. El amor de Dios que nos precede es una razón más para nuestra esperanza.

Esperanza y alegría es lo que suscitaban los seguidores de Jesús en las gentes a las que se les predicaba el evangelio y la persona de Jesucristo. Esperanza y alegría es lo que tendríamos que suscitar nosotros y nuestras comunidades cristianas.

No cualquier esperanza, no cualquier alegría. Esperanza y alegría arraigadas a la fe, que nos ayuda a abordar con paz los acontecimientos favorables o adversos. Esperanza y alegrías que tienen su sede permanente en el corazón de la persona y, sin embargo, no nos pertenece. Por eso, es una esperanza y es una alegría que fluye, que da frutos.

Ser portadores de esperanza y alegría es la misión del cristiano de todos los tiempos. No estamos solos en este empeño. Estamos animados por el Espíritu del Resucitado.

Para la reflexión y el compromiso personal:

¿Cuáles son los lugares, los grupos humanos, las personas concretas que están necesitados de esperanza y alegría? ¿Mi vida es testimonio de ello? ¿Qué podemos hacer (o dejar de hacer), individualmente o comunidad cristiana para transmitírselo a otras personas?

En este sexto domingo de Pascua celebramos la Pascua del enfermo. El lema elegido por la Conferencia Episcopal Española para este año es: “Salud para ti, salud para tu casa”. El enfoque planteado en el mensaje de los obispos es muy interesante, ya que se relaciona la salud con la ecología integral, teniendo en cuenta la Laudato Sí, del Papa Francisco.

Texto íntegro: AQUÍ

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