Pentecostés
Espíritu Santo que es… Vida
Estamos celebrando la solemnidad de Pentecostés, la fiesta por excelencia del Espíritu Santo. Parece mentira que la Iglesia haya podido subsistir durante tantos siglos con lo “abandonado” que ha estado el Espíritu Santo, al que algunos llaman el “pariente pobre” de la Santísima Trinidad. Dios Padre, Jesucristo, la Virgen María, ¡incluso algunos santos!, han estado presentes en la predicaciones, en las procesiones, en la devociones populares,… ¿y el Espíritu Santo?
Aunque el Espíritu Santo no ha estado ausente en la reflexión teológica ni en la vida de los creyentes (¡imposible!), ha sido una presencia invisibilizada (como, por ejemplo, la aportación intelectual de las mujeres a lo largo de la historia).
Hemos de reconocer, por lo menos en el mundo católico, que ha sido la Renovación Carismática quien ha puesto en valor al Espíritu Santo. Este año estamos celebrando el 50 aniversario del nacimiento de este movimiento eclesial, que en pocos años se expandió desde Estados Unidos al mundo entero y que cuenta con cientos de miles. Fue reconocido canónicamente en 1973. Son significativas sus celebraciones, no necesariamente sacramentales, por poner en el centro la oración de alabanza, aunque no se excluyen otras formas como la acción de gracias o la oración de intercesión, que es más que la oración de petición o preces que estamos acostumbrados a compartir. Otra aportación significativa ha sido en el mundo de la canción religiosa que invita a orar con todo el cuerpo, siendo el alzar de las manos lo que más les identifica. Quien ha participado en sus encuentros de oración, celebraciones, retiros,… y ha superado el primer choque o juicio de “¡vaya gente más rara!”, seguro que echa de menos en nuestras celebraciones ordinarias algo de ese espíritu (con minúscula… ¿y con mayúscula?). También hay que reconocerles la audacia misionera, sobre todo en aquellas personas que han recibido el “bautismo en el Espíritu Santo”. No en vano la Renovación Carismática se asemeja en algunos aspectos, por lo menos en sus inicios, al pentecostalismo protestante, con sus pros y sus contras. Entre los “pros” hay que señalar su veneración por la Palabra de Dios, cuando la lectura y uso de la Biblia no era tan frecuente entre los católicos. Entre los “contras” el riesgo de hacer una lectura fundamentalista de la misma.
Veamos algunas pistas que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el Espíritu Santo en esta solemnidad de Pentecostés.
“…estaban todos juntos en el mismo lugar…”. La apertura al Espíritu Santo es una opción y experiencia personal, pero que se da en el interior de una comunidad. Es un aspecto que no hemos subrayado suficientemente, y si lo hemos hecho no hemos convencido: la necesidad del grupo creyente, de la comunidad, para el crecimiento personal, e incluso para la perseverancia en la fe. Cada uno de nosotros podríamos recordar los momentos en los que nuestro sentido de pertenencia a la comunidad, y la reciprocidad que hemos intuido, es lo que nos ha ayudado a superar nuestras crisis de fe. En el “todos juntos” nos resuena “unidad y comunión”.
“…Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos…”. Todavía escuchamos el eco del envío misionero del domingo pasado, del día de la Ascensión. Hoy se nos presenta a todos los pueblos concentrados para escuchar el testimonio apostólico. Testimonio que se adapta a la diversidad lingüística, cultural, étnica,…: “…cada uno los oía hablar en su propia lengua…”. La unidad no se confunde con la uniformidad. La comunión no atenta contra la diversidad. Acción del Espíritu Santo. Idea que se vuelve a repetir en la primera carta a los Corintios: diversidad de carismas, diversidad de ministerios, diversidad de actuaciones… pero un mismo Espíritu, un mismo Señor, un mismo Dios… y una misma misión: el bien común. El miedo a la diversidad en la Iglesia, y el miedo en la vida de cada creyente, puede reflejar una falta de fe en el Espíritu Santo.
“Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo…”. Importantísimo. Siempre es la acción de Dios la que nos precede. También cuando estamos convencidos de que éramos nosotros los que nos empeñábamos en encontrarle. Si acogemos el don de Dios es porque él se ha empeñado en concedérnoslo.
“…sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo»…”. Como Adán, somos barro y aliento. El aliento, el soplo de Dios nos vivifica. El Espíritu Santo es la vida de Dios en nosotros. De suyo es la Vida. Vida que nos desborda. Vida ante la que nos sobrecogemos porque sabemos que no nos pertenece. Vida que fluye y experimentamos que no la controlamos. Vida que está en mí, más allá de mí. Vida que me da identidad y que no se identifica-confunde conmigo. Vida que rebosa bondad, verdad y belleza… a pesar de la limitación y fragilidad de lo humano. Vida que nos hace desear la justicia, la libertad, la paz, el amor… cuando la realidad parece certificar la imposibilidad de lograrlo. Vida que nos alienta en medio de las dificultades y contradicciones, personales o comunitarias. Vida que nos sostiene cuando todo falla. Vida… que es Espíritu Santo. Espíritu Santo que es… Vida.