Quinto domingo de Pascua
Jesucristo ayer, hoy y siempre
El libro de los Hechos de los Apóstoles no nos oculta los problemas y conflictos que tuvo que afrontar la primitiva comunidad cristiana. La misma comunidad idílica que aparece en los primeros capítulos de este mismo libro.
No nos tiene que escandalizar que surjan problemas y conflictos en las comunidades cristianas. Los hubo ayer, los hay hoy y los habrá siempre. Lo que nos tiene que escandalizar es que no haya voluntad para superar aquello que nos separa del camino querido por Jesús para sus seguidoras y seguidores. Estas semanas hemos asistido a la polémica suscitada en, no digo por, una Facultad de Teología en torno a nombrar o no “Doctor Honoris Causa” a un teólogo de renombrado prestigio por su capacidad divulgativa de la persona y mensaje de Jesús. Frente a sus detractores y partidarios, el teólogo ha sido claro: “No quiero favorecer ni alimentar ninguna división”. Llamada a la comunión. Ese es el camino querido por Jesús. Eso es defender la verdad de Jesús. Eso es testimoniar la vida de Jesús.
El problema que nos presenta el libro de los Hechos no es un tema baladí, de carácter doctrinal, sino que tiene que ver con las mejores prácticas que venían ya desde el Antiguo Testamento, la atención a las viudas, uno de los colectivos más vulnerables. En lugar de ahondar en las diferencias, ser de otra lengua, de otra cultura, de otra procedencia, hay un esfuerzo por buscar una solución, una respuesta adecuada al problema que se había planteado. En los problemas doctrinales como prácticos que puedan aparecer en las comunidades cristianas el problema no es tanto la divergencia como el no buscar caminos de comunión, de solución.
Para la comunidad primitiva la solución fue dotarse de aquellos ministerios que favorecieran la evangelización dentro y fuera de la comunidad. En ocasiones olvidamos con demasiada frecuencia el cuidado que nos debemos los unos a los otros al interior de la comunidad cristiana. Hablamos mucho de “Iglesia en salida” apelando a nuevo modelo evangelizador, acercarnos a los que están alejados. Desde hace unas décadas estamos asistiendo a una “Iglesia en escapada”. Algunas de esas personas lo hicieron porque todo lo eclesial les asfixiaba, tal vez hasta el mismo cristianismo. Otras personas, sin embargo, tal vez se marcharon porque no encontraron la acogida y cercanía suficiente que les ayudara a discernir y ver lo que aporta Jesús a la propia humanización: ser camino, verdad y vida.
La comunidad encontró una solución al problema que se les había planteado. Así surgió el ministerio de los diáconos. Ministerio que fue quedando a la sombra y en función de la ordenación presbiteral. Ministerio que se ha ido recuperando de forma desigual en las diferentes Iglesias locales después del Concilio Vaticano II. También esto suele ser fuente de división. Hay diócesis en las que ha costado restaurar este ministerio porque algunos grupos de presión entendían que no se debía hacer si las mujeres quedaban fuera. En otras se ha ido retrasando porque se entiende que este ministerio puede ser un rival, hasta vocacionalmente hablando, del ministerio presbiteral. Para unos y otros el diaconado (permanente) es más problema que solución.
Sin embargo, también hoy tendríamos que repensar cuáles son las nuevas soluciones, los nuevos ministerios, que reclaman un servicio adecuado a la comunidad cristiana y a la misma evangelización. Nos tendríamos que preguntar cuáles son los ministerios que necesitamos y cuáles son los recursos humanos de los que disponemos. A priori tendríamos que serlo todos los bautizados, por lo menos si nos creemos lo que dice la 1ª carta de Pedro, que todos somos “piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo”. Todos, más allá del ministerio concreto o el carisma que aportemos, estamos llamados a ser testigos de que Jesús es camino, verdad y vida. Como lo fue ayer, lo es hoy y lo será siempre.
Jesús es camino para el creyente. En un camino que en ocasiones lo recorremos a tientas, con tropezones, con cansancios, preguntándonos si no habrá otros senderos más cómodos que nos conduzcan al mismo lugar: la bienaventuranza=felicidad. En otras, por el contrario, notamos que el evangelio de Jesús y su persona es lo que moviliza toda nuestra existencia, es lo que nos marca el rumbo preciso, es lo que nos atrae sin saber cómo, pero nos atrae. Cuando nos paramos, o la vida nos para, y hacemos lecturas globales a posteriori de nuestra existencia, comprobamos agradecidos que Jesús, él y no nuestro esfuerzo, se nos ha hecho camino. En eso también ha tomado la iniciativa. Nuestra grandeza, si tenemos alguna, es habernos dejado seducir y conducir. Se nos hizo camino ayer, se nos hace hoy y confiamos, porque es un camino que se recorre de fe en fe, que lo será siempre.
Jesús es verdad para el creyente. ¿Tiene sentido esta afirmación en la era de la posverdad? Sí, como lo ha sido cuando un modo de entender la verdad la reducía a adecuación a parámetros científicos, a razón instrumental, a consenso racional compartido, a postulados éticos que fundamentaban la validez moral,… Nada de todo eso debemos despreciar ni desdeñar. Es más, tendremos que estar muy atentos a las nuevas realidades sociales que están emergiendo, porque es a ellas a las que tendremos que dar una respuesta evangelizadora. Jesús se hace verdad no tanto en la cabeza, que también, como en el corazón del creyente. Es una verdad existencial. Es una verdad que lo fundamenta todo y lo desborda todo. Se puede balbucear, pero faltan palabras. Si hay algún verbo con el que conjuga bien la verdad que percibe el creyente es el verbo amar. Esa es la verdad que podemos mostrar que hemos sido amados por Jesús ayer, lo somos hoy y confiamos que lo seremos siempre. Verdad que queda verificada cuando amamos como Jesús nos ama.
Jesús es vida para el creyente. La vida biológica la acogemos como don y se nos deviene tarea: biografía. Vida que acogemos como don y que fructifica en la medida que la entregamos. Vida que no retenemos, porque no nos pertenece. Vida que recorre toda nuestra existencia: ayer y hoy, y confiamos que siempre. Vida que la vivimos en relación con Dios y con el prójimo, como Jesús. Vida de relación con el Padre que nos lleva a suscitar vida en los hermanos, como Jesús hace con cada uno de nosotros. Vida de relación con los hermanos que nos lleva a levantar los ojos al Padre para agradecer tanta vida como recibimos de Jesús.
Jesús es camino, verdad y vida… ayer, hoy y siempre.
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