Noches de Luna Negra

Mosquitia (Honduras), jueves 24

Todo el día en quirófano. Quiero dejar todo acabado para cerrar el quirófano antes de que venga el relevo. Kavó tiene una pinta de pirata que no se tiene. Su ojo, genial. Tres días con parche y luego donde su novia.

Raúl y Garbi no han aguantado. Me duele, pero me temo que no serán los últimos.

Ha llovido durante la noche. Quizá los coros de Sting, desde la escalera, la hayan provocado. He hecho colada, he lavado el petate. Estaba lleno de barro. Lo he cepillado hasta desgastarlo y ahora se seca colgado de la cuerda que une el container con la antena de radio.

Ya tengo pensado las camisetas que le voy a regalar a Kavó. Siempre regreso con el petate vacío. Vacío de cosas. Repleto de sensaciones. Aún es pronto para hacer un inventario de sensaciones que me llevaré.

He aprovechado para recoger piedritas de la laguna. Será mi mejor regalo para mi gente de allá. También, hoy ha sido un día un tanto raro, he aprovechado para sacar fotos a los niños, como un día prometí a alguien. Niños jugando con el agua, con los otros niños color tierra y ojos del color de la noche.

Al ir acercándome al pequeño campamento de familias, he guardado la cámara. No he podido, no he sabido, tener la valentía, o tal vez la desfachatez, de mirar a  través del objetivo y esconder mi mirada con la disculpa de una buena (¿?) foto.

He comido con la familia de Pai: pescado de la laguna y arroz de USAID. He compartido el pescado con Pai. He descubierto que ella también es zurda para comer. Ha ido a buscar una bolsa de plástico y ha cogido la nariz de payaso que un día abandoné junto a su almohada. Tiene la nariz pequeña y no se le sujeta. Bocado yo, bocado ella. Blanco y Tierra. Mayor y niña. Locura y Vida. Seguridad e incertidumbre.

Por un momento he dudado en sacarles una foto. Al final cuando ya me iba, el padre, ¡¡¡ Dios mío, qué hombre tan feo!!!, ha venido detrás  de mí y me ha dicho que les sacara a su mujer y a Pai, y no he podido negarme. No sé negarme a nada.

Tarde de tormenta. Tarde de rayos. Tarde sin radio. Tarde de galbana. Tarde de papeleos y censos. De recuentos y sinsabores. De cena con velas pero sin chicas, y sin romanticismo, y sin helicóptero con piloto loco incluido.

Las manos me huelen a guantes de quirófano. Noto que he perdido vista. Me estoy haciendo mayor. He dicho mayor. M-A-Y-O-R. Creo que es la primera vez que lo deletreo. Que lo escribo con mayúsculas. Últimamente escribo muchas cosas con mayúsculas. Ella, Mayor…

No podemos poner música. El generador ha dejado de funcionar y las placas solares no han tenido tiempo para recargarse por la niebla. El quirófano lo ha chupado todo.

Es curioso el silencio. A veces te ahoga. A veces te excita (como hoy). A veces te rompe el alma, te enloquece, te extraña, te aburre. Lo odias.

Comienza a llover. Las gotas al caer hacen una melodía genial en la chapa del techo del tejado.

Una noche más el tiempo pasa lento, sin prisas, como resbalándose por la laguna. Kavó, tumbado en la litera, escucha música en los auriculares. Le voy a echar en falta. No sé si mucho o poco. No importa. Echaré en falta su sonrisa blanca y su ligera cojera escondida. Sus manos delgadas y largas apretándose a la taza de café por la noche, su voz pausada y monótona, su cigarrillo constante en la cocina, su risa cómplice y cálida, sus camisas horribles y dicharacheras, su humor falso en la tristeza…

La noche sigue ahí, junto a nosotros. Junto a nuestra espera diaria. Junto a nuestra historia real de cada noche.

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