Noches de Luna Negra – febrero, cinco días más tarde

Angola

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He tardado casi un mes en hacerlo. Los contactos con el mundo exterior apenas se limitan a lo que nos cuentan los soldados heridos o los pilotos del avión de Caritas alemana que ha tenido el privilegio de poder aterrizar en Huambo, las mujeres que nos lavan la ropa o los tres sanitarios sambos, Saúl, Beto y Marcos que nos traducen para poder pasar consulta.

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He tenido el valor  de dar una vuelta por el campo de refugiados de Katchiungo (“oficialmente campo de reasentamiento de personas desplazadas por el conflicto”) a 13 km. de distancia de la segunda ciudad de Angola después de Luanda: Huambo, preciosa, situada en una colina que por su altura el mosquito de la malaria no pica. Tan bella antes de que la llegada de los tanques T-34, T-54 y 55 y T-64 prestados por los cubanos a los angoleños arrasaran las aceras y los muros de la villa de los portugueses ricos, que se empeñaron, en su locura colonial, en convertirla en la propia capital de Portugal bajo el nombre de Nuova Lisboa…

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He tardado en hacerlo casi un mes. Lo he recorrido sin prisa, sin detenerme a mirar a la gente (¡yo el eterno voyeur!), sin apenas atreverme a levantar la mirada a las madres míseras de vida, a los niños escuálidos y marasmáticos que se dejan ver en las puertas de su casuchas malolientes e hirvientes, al lado del humo de su fuego calentando el mijo recién repartido en dosis mínima por una “falta de procedimiento y de cálculo”. Según camino se van arremolinando los críos que acaban de llegar al campo hace menos de una semana y aun corren y agitan sus gargantas al ver a un personaje blanco caminando con sus reef, una camiseta blanca de Goomer, y un pantalón de algodón del color de la arena, con coleta de mujer y en su mano izquierda una nariz de payaso apretada por la fuerza de la angustia, de la rabia, de la incredulidad, de las ganas de echar a correr y no parar hasta entrar en nuestro “gheto” perfecto y con comida.

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He tardado casi un mes en hacerlo. Lo he recorrido paso a paso, calle por calle, por cada letrina para 50 personas, incluidos niños y ancianos de 50 años, por cada rincón de este infierno de Dante que permanecía oculto a nuestros ojos. Lo he recorrido rodeado de caras, de miradas vacías, de miradas sin sentimiento, sin futuro y con un pasado  atroz. Camino y me empapo de sudor, pero de sudor frío, de incredulidad, del agotamiento que me transmiten estas personas. Y por un momento deletreo p-e-r-s-o-n-a-s y en silencio se lo intento trasmitir a los que miran mis pasos ciegos.

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He tardado casi un mes en hacerlo. Cuando he llegado a su límite norte, donde empieza el bosque bajo, me he dado la vuelta mirando el camino de vuelta y he decidido volver por el lado del pantano, junto a las alambradas. No he tenido el valor de volver por donde he llegado hasta aquí. Más de 20 minutos a paso rápido,  esquivando miradas, parapetado en no conocer el idioma que pronuncian, en mi cara europea y justificada. He vuelto, con cara desencajada, con mirada ausente, y me he dirigido a Beto y le he atiborrado a preguntas, a porqués que no se pueden contestar. Patrick me pregunta qué es lo que me pasa y me indigno de nuestra ceguera, de nuestra sinrazón oculta en los quirófanos y en las sábanas blancas de las camas de los amputados, mientras que AHÍ fuera, HAY OTRO LADO, que no se fía de nuestra buena voluntad y de “nuestra misión”, que tenemos que hacer cosas, y sobre todo pronto, pronto…

Se hace un silencio tenso en la sala de reunión de personal médico-comedor-sala de ping-pong. Y me recluyo en mi cuarto. Oigo caminar a Patrick y Anne y la luz que deja entrar la sabana que hace de puerta de la sala me hace darme cuenta que han ido a ver el Otro Lado.

Hoy, después del quirófano, he salido a ver el campo. He, hemos, tardado casi un mes en hacerlo.

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