Angola, un día de enero

Volamos de noche para evitar que las baterías de UNITA nos localicen. Llegamos en un avión de carga de Caritas alemana. Maurice nos espera en el aeropuerto destartalado y con las luces de emergencia encendidas.
Hay soldados por todos los sitios y el calor enorme a pesar de ser enero. Mi petate blanco descansa entre las piernas de Luy, que fuma un cigarrillo tras otro.
Me recuesto en la pared tibia de cemento de la sala habilitada para extranjeros del aeropuerto y comienzo a escribir el primer cuaderno de pastas negras comprado en mi ciudad donde nunca hay estrellas.
Me recojo el pelo en una coleta con una goma prestada por Anne. Tengo ya ganas de llegar al destino. Patrick da una cabezada sobre las piernas de Maurice mientras que Anne mira al infinito sin fijarse en nada.
Saúl y Beto, los enfermeros angoleños-sambos que nos harán de traductores hablan entre ellos sin dejarnos de mirar de reojo. Saúl es joven y cojo. Con los ojos vivos y chispeantes, de sonrisa cómoda y manos tibias. Beto es más mayor y ha sido el responsable sanitario del campo hasta nuestra llegada, pero nos jura que él envió los papeles en los que aparecían 180.000 refugiados y NO 18.000 como nosotros habíamos planeado.
Comienza a amanecer. Un carro de combate ruso recién estrenado empeñado en destrozar la acera aparca justo delante de los Toyotas del convoy que nos llevará hasta Katchiungo.
Por la torreta del tanque aparece una cabeza rubia con ojos claros que evidentemente nos hace pensar que no es ni cubano ni angoleño. El ruido del tanque es horrible y hace que Patrick despierte de su letargo y suelte un juramento en flamenco.
Hay revuelo en el aeropuerto. Un grupo de individuos del Partido ha entrado en la sala de extranjeros. Uno de ellos se acerca a nosotros para darnos la bienvenida a su país. Ponemos cara de circunstancias cuando nos dice que en aras de la libertad somos bienvenidos y que nos facilitarán el paso del convoy hasta nuestro destino final: Benguela. Perplejos nos quedamos cuando Maurice le corrige diciéndole que nuestra Misión es Katchiungo y que tardaremos entre 3 y 4 días en poner en funcionamiento los quirófanos y las salas de ingresados.
Desaparece por donde ha llegado echándoles una bronca descomunal a sus acompañantes uniformados por la metedura de pata que acabar de hacer.
Dos carros más se acercan hasta el convoy. Alguien de Caritas alemana empieza a gritar para que agilicen los papeleos en la aduana de carga.
Patrick se vuelve a dormir en el mismo lugar que había empezado; yo comienzo a escribir con el pensamiento puesto en lo que me espera; Luy sigue fumando y ahora lee un libro de Uris, Anne, preciosa, escucha a Bach en los cascos de su Walkman.Se nos asigna a cada uno de nosotros un Toyota a estrenar, del 1 al 6. Me asigno el 5, mi número de la suerte. Arrancamos el Convoy: 3 tanques, 11 camiones con equipo y material, 6 Toyotas y 1 camión oruga, y 23 kilómetros de carretera minada por delante hacia lo que será mi historia durante el tiempo que mi alma y mi pasado aguanten.