COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario

Como Jesús: vida para el mundo

Llevamos cuatro domingos escuchando y meditando sobre el capítulo 6 de san Juan. El capítulo comenzaba con el signo de los panes y los peces compartidos que saciaron a la multitud; lo que habitualmente llamamos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Es bueno que recordemos que aquello se trató de una comida comunitaria, como lo suele ser nuestra eucaristía.

A este capítulo 6 de san Juan se le suele llamar “discurso del Pan de Vida”. A lo largo de este capítulo Jesús nos invita insistentemente a “comer su carne” y a “beber su sangre” para alcanzar la vida eterna. Una vez más hay que recordar que la vida eterna no es algo que comienza cuando se apaga nuestra vida biológica. Al contrario, la vida eterna comienza para cada uno de nosotros cuando somos concebidos en el seno materno. Desde ese momento, en los primeros años básicamente recibiéndonos de los demás, vamos construyendo, momento a momento, instante a instante, la vida eterna. Aquí y ahora estamos viviendo la eternidad. La plenificación última de nuestra vida, la resurrección, la tenemos que acoger como regalo de Dios.

Jesús insiste una y otra ver en que tenemos que “comer su carne” y “beber su sangre”. Esto tiene una clara relación con la Eucaristía, en la que celebramos que Jesús, antes de morir, nos dejó como recuerdo suyo un trozo de pan, signo de la vida compartida, y un poco de vino, signo de la vida entregada. En la Eucaristía queda condensada toda la vida de Jesús. Lo que quedó en la memoria de las primeras comunidades cristianas fue que Jesús “pasó haciendo el bien”. Así nos tendrían que reconocer a las personas que celebramos la eucaristía, como personas que pasamos haciendo el bien.

Por tanto, “comer la carne de Jesús” y “beber su sangre” es más que participar asiduamente en la misa y comulgar diaria o semanalmente. Es eso, pero es mucho más. “Comer la carne de Jesús” y “beber su sangre”, celebrar la Eucaristía, es para que podamos vivir nuestra existencia con las mismas opciones de Jesús: el servicio al prójimo como criterio, la compasión como estilo de vida, sobre todo con aquellas personas que cuentan poco, cuando no las vivimos como un estorbo: enfermos, marginados, empobrecidos, sean de cerca o de lejos, personas de mala fama…

Los que participamos asiduamente en la eucaristía tendríamos que dar frutos al estilo de Jesús, ya que como dice el refrán castellano “de lo que se come, se cría”. Nuestra vida tendría que ser más evangélica. ¿Por qué no lo es?

Vigesimo domingo del tiempo ordinarioEn ocasiones se hace el chiste fácil, y decimos que cuesta más creer que la forma sagrada sea verdadero pan que creer que sea el cuerpo de Cristo. Ése no es el problema. Si se repartiera un bocadillo, en lugar de un trocito de pan, nuestra vida cristiana tampoco cambiaría significativamente. No es tanto la cantidad de lo que se recibe cuanto la actitud de quien lo recibe.

Hace ya muchos años escuché una entrevista que se me ha quedado grabada en la memoria. El entrevistado era un cocinero vasco con fama internacional. Le preguntaron por qué en la nueva cocina vasca se le daba mucha importancia a la presentación de lo que se servía, a los aromas, a los sabores,… incluso al plato como recipiente, pero no a la cantidad. La respuesta en un primer momento me llenó de estupor: “Nadie va a un restaurante para saciar el hambre, sino para alimentar el espíritu. Eso es lo que le ofrecemos”. En un principio me pareció un insulto para los millones de personas que habitualmente pasan hambre. Más tarde, meditando sobre esta respuesta, me pareció una respuesta muy sugerente en relación con la Eucaristía.

Lo que la Iglesia nos ofrece, siguiendo el mandato del Señor Jesús, no es para que saciemos el hambre, sino para alimentar nuestra fe y para alentar nuestro compromiso. Jesús se nos entrega para la vida del mundo. Nuestra ansia de plenitud no quedará del todo saciada hasta que todos los hombres y mujeres de nuestro mundo tengan un trozo de pan para poder llevarse a la boca y unas mínimas condiciones de vida para poder vivir con dignidad. Con nuestro compromiso a favor de un mundo más justo y equitativo es como Jesús se hace pan y carne para la vida del mundo. A eso nos compromete la eucaristía, ese trocito de pan, vida entregada, que llevamos a la boca.

¡Cuánto cambiaría nuestra sociedad si las cristianas y cristianos que participamos dominicalmente en la celebración de la eucaristía nos comprometiéramos a dejarnos transformar por Jesús, aunque no fuera más que en la medida de la forma que tomamos!… Y así semana tras semana. Necesariamente algo se nos tendría que notar, aunque no fuera más que en el talante con el que vivimos nuestra vida personal, nuestras relaciones familiares, de vecindad, el compromiso social… Por supuesto que la transformación, a mejor, de nuestro mundo no es responsabilidad exclusiva de los cristianos.

Tomar el pan de vida, comulgar, nos hace uno con Jesús como él mismo nos ha dicho: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Comulgar nos hace entrar en comunión con Jesús y con todas las personas que creen en él. La Eucaristía no sólo anima la vida personal, sino que fortalece la vida de la Iglesia.

A modo de tuit: La Eucaristía alimenta nuestra fe personal y comunitaria para que, como Jesús, seamos vida para el mundo.

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