Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario
Trabajamos…y descansamos por el Reino
El evangelio de este domingo está en continuidad temática con el evangelio del domingo pasado. En continuidad temática, aunque si los leyéramos directamente de la Biblia veríamos que hay un relato intercalado, como queriendo hacer tiempo entre el envío misionero y regreso de los enviados.
Recordamos brevemente el pasaje del domingo pasado. Jesús envió a sus discípulos a la misión. Los envió con precariedad de medios, pero con el refuerzo comunitario: de dos en dos.
Terminaba el evangelio del domingo pasado diciéndonos que la misión había sido un éxito. Es el comienzo del pasaje evangélico de hoy. Los apóstoles le cuentan a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. Regresan alborotados, entusiasmados por tantos enfermos como habían curado, por tantas personas bajo el poder del mal que habían liberado.
Ha pasado el momento de la acción, incluso de la evaluación, que parece que ya la daban por muy buena. Ahora es el momento de la reflexión y de la contemplación. Es el momento de la soledad, apartados del bullicio de la gente, para reconocer y agradecer de qué, de quién, depende el éxito de la misión: habían sido enviados por Jesús.
Ahora Jesús les quiere reunir en torno a Él. Enviados por Él, a Él deben volver: tienen que reencontrarse en y con Jesús.
Estos días estoy acompañando, junto a un Compañero de Jesús, a un grupo de religiosas y religiosos los Ejercicios espirituales. Además de agradecer el poder ser testigo del paso de Dios por la vida de estas personas, que me confirman en la fe, es un momento para tomar conciencia de la sabiduría que encierra el relato del evangelio de este domingo 16º del tiempo ordinario: necesitamos momentos no para recrear el amor (eso también lo hacemos en las tareas de la misión), sino para ser recreados por el Amor.
Necesitamos momentos del silencio para poder releer nuestra vida, para poder contemplar que la acción salvadora de Dios que acontece en nosotros, que va más allá de los muchos o pocos signos y “éxitos” que habitualmente percibimos. Necesitamos, de manera especial las personas comprometidas en tareas evangelizadoras, el descanso en torno a Jesús y su Palabra.
Tendría que ser lo habitual. Buscar cada día un momento para tomar conciencia de quién nos envía, quién nos sostiene, quién nos fortalece, quien nos vivifica y quién, también a cada uno de nosotros, nos dice: “venid a un sitio tranquilo a descansar”.
Mediante el trabajo nos realizamos como personas y participamos en la actividad creadora de Dios. Pero el trabajo no agota el sentido de nuestra existencia.
Quitándole todo ropaje religioso, nos podemos preguntar: “¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar’”. La cuestión no es baladí. El sentido de la vida de algunas personas está en cómo han respondido a este dilema. Hay personas llegan a su jubilación con la sensación de que han malgastado su vida: lo único que han hecho ha sido trabajar. Se han entregado generosamente o, por lo menos, eso han creído; han respondido a las expectativas de los demás; han tratado de hacer frente a los retos de la vida… pero se encuentran con las manos vacías.
La persona se desarrolla en el trabajo, pero también en la reflexión, en la amistad, en la acogida al prójimo, en el contacto con la naturaleza, en el disfrute de la belleza, en el tiempo de ocio,… Trabajo y amor son las piernas sobre las que camina toda persona… Por eso, la persona creyente tiene que cultivar, además de la dimensión estrictamente apostólica, la dimensión contemplativa en todas sus formas: meditación de la Palabra, oración, celebración comunitaria de la fe, momentos reservados al silencio…
El descanso contemplativo nos hace comprender que en definitiva todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio del Dios que es gracia, don gratuito. Por Él trabajamos, en Él podemos encontrar descanso.
Sólo desde el haber desarrollado una mirada contemplativa sobre todo lo real se puede percibir, como Jesús, que hay gente que anda extenuada, como ovejas sin pastor. Sólo desde ahí, en contacto con Jesús, se pueden desarrollar entrañas de misericordia, como las suyas, y tratar de dar respuesta al extravío de la gente. Sólo desde ahí, desde la mirada contemplativa que se adquiere en contacto con Jesús, podremos comprometernos y que este compromiso dote de sentido a toda nuestra existencia. Sólo estando en contacto con Jesús es como la gente nos buscará, porque lo que le ofrecemos no es a nosotros mismos, sino a Jesús.
El descanso que nos ofrece Jesús, como el compromiso, es liberador. Somos imagen de Dios cuando trabajamos. Pero somos igualmente imagen de Dios cuando descansamos. Trabajamos por el Reino. Descansamos por el Reino. Trabajamos… y descansamos por el Reino.