COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Nos tienta la Vida

Suele ser normal que la primera lectura nos ayude a comprender el sentido del evangelio. Por ejemplo, el domingo pasado se proclamaba en la primera lectura un pasaje del Levítico en el que se recordaba el modo de proceder con los leprosos. El evangelio, por su parte, nos narraba la curación de un leproso al ser tocado por Jesús.

Hoy parece que la primera lectura, la alianza con Noé después de haber sido salvado de las aguas del diluvio, viene en auxilio de la segunda, tomada de la primera carta de San Pedro, en la que se nos recuerda que la alianza de Dios con nosotros se realiza en el bautismo: agua de salvación, diluvio de gracia.

El pasaje evangélico que hemos proclamado hoy está a continuación del relato del bautismo de Jesús y antes de que comenzara su misión profética tras el arresto de Juan el Bautista.

De suyo, parte del evangelio que hemos proclamado hoy ya lo escuchamos hace unos pocos domingos. Podríamos decir que lo “nuevo” del relato que se proclama este primer domingo primero de cuaresma es: “En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, vivía entre alimañas y los ángeles le servían”.

Realmente sobrio el relato de Marcos. Los otros sinópticos nos ilustran, cada uno desde su sensibilidad, en qué consistieron las tentaciones. Marcos solo nos señala los “compañeros” de camino de Jesús (y los nuestros): el Espíritu, que le empuja al desierto, como al pueblo de Israel camino de la liberación; Satanás, el tentador.

Primer dato a tener en cuenta: no nos dejamos llevar por la ingenuidad. La fe no nos libra de experimentar la intensidad de la tentación. Los cristianos somos tentados como todo ser humano.

El evangelio nos recuerda que Jesús vivió su condición humana tentada. La vivió al comienzo de su vida pública. Es el relato de hoy. La tentación le acompañará al final de su vida: en Getsemaní. En su lucha constante contra el mal tendrá que superar la tentación suprema: entregar su propia vida, radicalizando su fidelidad al Padre, o reservársela, frustrando así el proyecto del Reino.

Segundo dato a tener en cuenta: la tentación no es algo puntual. Los cuarenta días nos indican que nos acompaña en nuestro caminar en la vida. Aparece allí donde menos lo esperamos. Caemos en aquello que menos queremos. Reconocemos su fuerza poderosa y nuestra voluntad cautiva… y la tentación mayor en medio de la tentación: creer que estamos solos, abandonados a nuestras propias fuerzas; no creer, con más intensidad si cabe, que, como Jesús, estamos sostenidos por el Espíritu de Dios, que Él está con nosotros en todos los desiertos de nuestra vida, en todo tiempo de prueba, en toda clase de tentaciones.

Estamos al comienzo de la cuaresma, tiempo propicio para la conversión… que también dura toda la vida, como la tentación. Buen momento para preguntarnos por nuestras tentaciones individuales y sociales.

Una de ellas es evidente: organizar la vida al margen de Dios, con la ilusión de que así será más humana y más feliz. ¿Lo es? Cada uno nos tendremos que responder cómo organizamos nuestra vida y en qué sí y en qué no Dios forma parte de ella.

AgfaPhotoCreo que sí se puede afirmar que haber prescindido de Dios no nos ha hecho, por ejemplo, más solidarios. Parece que le binomio Dios-prójimo van íntimamente unidos. El Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año haya querido subrayar que uno de los peligros que acecha a nuestras sociedades es el de la globalización de la indiferencia. Nada más lejos del espíritu y la dinámica que se da a Evangelio: el prójimo es una puerta privilegiada para acceder a Dios.

Hay relación directa tentación social-tentación individual. Una de las armas de la tentación es que nos deja paralizados en nosotros mismos, mirándonos a nuestro propio ombligo, incapaces de levantar la mirada hacia Dios y hacia el prójimo.

No fue ése el modo de actuar de Jesús: siempre descentrado de sí mismo, vinculándose permanentemente a Dios, que se le manifestaba tanto en los largos tiempos de oración como en el rostro de tanta persona sufriente que se le iba cruzando en el camino.

La cuaresma es tiempo de conversión, tiempo para volver a Dios, tiempo para mirar a Jesús y seguir aprendiendo de él y de su Evangelio. El miércoles de ceniza se nos indicaban tres medios para la conversión: limosna, ayuno y oración.

La limosna se puede identificar con nuestro compromiso con la justicia. Al ayuno le podemos llamar compromiso con el decrecimiento, la renuncia consciente a no consumir más allá de lo estrictamente necesario, para poder asegurar un mundo humanamente sostenible para las generaciones futuras. La oración, ayer como hoy, es una invitación al cultivo de la espiritualidad, experiencia que nos humaniza, porque nos hace ponernos en contacto con el Misterio que nos habita: Dios mismo. Y en Dios, lo único que nos tienta es la Vida.

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