«En el trabajo de los agricultores, está la acogida del precioso don de la tierra que nos viene de Dios, pero también está su valoración en el también precioso trabajo de hombres y mujeres llamados a responder con audacia y creatividad al mandato entregado desde siempre al hombre, el de cultivar y custodiar la tierra. El verbo “cultivar” remite a la atención que el agricultor tiene por su tierra para que dé fruto y este sea compartido: ¡cuánta atención, pasión y entrega en todo esto!
Verdaderamente no existe la humanidad sin el cultivo de la tierra; no hay vida buena sin el alimento que ella produce para los hombres y las mujeres de cada continente. La agricultura muestra, por lo tanto, su papel central.
El trabajo de cuantos cultivan la tierra, dedicando generosamente tiempo y energías, se presenta como una verdadera y propia vocación. Merece ser reconocida y valorada adecuadamente, también mediante concretas elecciones políticas y económicas. Se trata de eliminar los obstáculos que penalizan una actividad tan valiosa y que, con frecuencia, es vista como poco apetecible por las nuevas generaciones… Es necesario prestar la debida atención a la tan difundida sustracción de tierra a la agricultura para destinarla a otras actividades, aparentemente más rentables. Aquí también domina el dios del dinero. Y como aquellas personas que no tienen sentimientos, venden la familia, venden a la madre, aquí está la tentación de vender la tierra madre.
Esta reflexión sobre la centralidad del trabajo agrícola atrae nuestra atención en dos áreas críticas: el primero es el de la pobreza y el hambre, que todavía afecta a una gran parte de la humanidad. El Concilio Vaticano II ha recordado el destino universal de los bienes de la tierra, pero en realidad el sistema económico dominante excluye a muchos de su uso correcto. El absolutismo de las reglas del mercado, una cultura del descarte y del desperdicio que en el caso de la comida tiene magnitudes inaceptables, junto a otros factores, causa miseria y sufrimiento para tantas familias. Debe replantearse a fondo el sistema de producción y distribución de alimentos. Como nos han enseñado nuestros abuelos, con el pan no se juega.»
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