COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Vigésimo Domingo del tiempo ordinario

En el conflicto… fijos los ojos en Jesús

Para los que estamos disfrutando de las vacaciones veraniegas, con lo que eso trae, o debería traer, de sosiego, calma, tranquilidad, descanso, etc., la Palabra de Dios, de manera especial el pasaje evangélico de este domingo, nos tira de la tumbona y nos hace volver a la vida cotidiana, donde parece que todo es lucha, conflicto, prisas, agobios, quién contra quién, qué más que qué, paro, guerra, corrupción, accidentes de todo tipo, inmigrantes que pierden la vida en el mar en el intento de llegar a nuestras costas,…
Por si todo eso fuera poco, se nos presentan las palabras de Jesús: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”… “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres…”. Son palabras que nos suenan duras en boca de Jesús, más si lo identificamos con cierta imagen de “Jesusito”, bondad sin conflicto.
Se puede dar una explicación histórica de este texto. La constatación de que la nueva fe que estaba emergiendo en el seno de la comunidad judía, de mano del grupo de los seguidores de Jesús de Nazaret, estaba haciendo que, efectivamente, hubiera familias que empezaron a dividirse por su causa. Sobre todo tras el concilio de Jerusalén, que rompió con las tradiciones judías más sagradas: la circuncisión, el sábado, ciertas prohibiciones alimentarias,…
Pero la explicación histórica no nos deja satisfechos. Menos en san Lucas que es el evangelista de la misericordia, el que presenta a Jesús como el hombre que acoge a todos, de manera especial a los pecadores. ¿Es que acaso se ha agotado la misericordia de Jesús en este texto? ¿Es que Jesús también pierde la paciencia? Como hombre que era sabemos que tenía un mundo emocional como el nuestro: le vemos encolerizarse con los mercaderes del templo, le vemos llorando ante la tumba de su amigo Lázaro, le vemos cómo se le conmueven las entrañas cuando ve a la gente que está como ovejas que no tienen pastor,… ¿Es sólo un momento de bajonazo, de depresión o de incertidumbre el que está sufriendo Jesús?
¿Y si echamos mano de los géneros literarios? Esos que nos ayudan a comprender la letra, pero con el riesgo de domesticar el Espíritu. Ejemplo magnífico de la paradoja, como género literario, y que podría servir para un titular de periódico: “Jesús, el príncipe de la Paz, anuncia que ha venido a traer división, discordia”. ¿Es eso lo que nos quiere decir el texto, que no era más que un modo de hablar, pero que no iba en serio?
Jesús está dirigiéndose a Jerusalén, la ciudad que asesina a sus profetas. Hemos visto en la primera lectura la oposición que vivió el profeta Jeremías. El rey y los que vivían de la política, porque esto no es nuevo, quisieron acallar la voz del que quería salvar a su pueblo de la desgracia que se les avecinaba. El profeta hablaba por amor a su pueblo y fidelidad a Dios, pero eso no le libro de la oposición de sus conciudadanos. La profecía siempre genera conflicto.
Jesús es consciente del conflicto que están provocando sus palabras y sus gestos, su modo de vivir. Jesús ya estaba viendo que la pasión por Dios y por su causa, el Reino, estaba concitando muchos enemigos y muchos conflictos, hasta ese momento dialécticos, con aquellos que no entendían que sanara en sábado, que comiera con pecadores, que acogiera a las mujeres y a los niños, que se acercara a los que estaban considerados impuros, etc. Jesús bien podía intuir que su suerte no iba a ser mejor que la de los demás profetas, que su intimidad con Dios, que su conciencia de enviado y de ser hijo predilecto, no le iba a salvar de las garras de la muerte.
vigésimo domingo del tiempo ordinarioLos cristianos estamos llamados a reproducir en nuestras vidas la vida de Jesús. Lo tenemos que hacer con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras opciones, nuestras denuncias,… Lo tenemos que hacer asumiendo que nuestra vida puede devenir conflictiva, como la de Jesús. Es más, nos tendríamos que preguntar qué estamos haciendo mal, de qué silencios estamos siendo cómplices, con qué palabras estamos comulgando, qué gestos estamos escondiendo o cuáles alabando, para que nada nos genere conflicto.
La vida del cristiano tiene que ser conflictiva mientras el Reino de Dios no haya sido acogido en nuestro mundo. Tendremos que dar la cara por todo aquello que no se ajuste a los criterios evangélicos. Por poner algunos ejemplos: cómo nos posicionamos ante el modo en que se está gestionando la crisis económica y financiera, que finalmente la están pagando quienes menos responsabilidad han tenido en generarla; cómo valoramos las leyes y normas que están dejando a personas, lo de menos es su origen, fuera del sistema sanitario; cómo acogemos esas palabras de las personas que dicen “nosotras parimos, nosotras decidimos”, haciendo de la vida humana un objeto más de propiedad privada; qué actitud mostramos cada vez que escuchamos que una mujer ha sido asesinada por violencia de género,…
Lo que decimos a nivel social, lo podemos decir a nivel eclesial. Cada uno en el ámbito que nos toque, recordando el papel activo que todo cristiano, por el hecho de haber sido bautizado, tiene en la conformación de la Iglesia de Cristo. Cada uno según su responsabilidad. El Papa Benedicto XVI, antes, y el Papa Francisco, ahora, con sus gestos proféticos, nos dan ejemplo. Han tomado decisiones que seguramente les ha generado muchos conflictos y serios. En esos momentos vienen bien las palabras de la carta a los Hebreos: “Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”.
¿Llegar a la sangre en la pelea contra el pecado? Ése ha sido el destino de los profetas y mártires por causa del evangelio de todos los tiempos, también de los nuestros.
¿Quién puede con eso? Solo quien tiene “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús”. Por eso, no lo debemos olvidar: en el conflicto… fijos los ojos en Jesús.

Esta entrada fue publicada en Anjelmaria Ipiña, Comentario a la Palabra dominical y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.