Mosquitia (Honduras), domingo 20

Ha dejado de llover. La muerte ha llegado de forma repentina y a escondidas. De forma involuntaria hemos descubierto que los pech entierran a sus niños en fosas comunes que hacen bajo los cayucos.
Al amanecer, como todas las mañanas, al salir de la laguna hemos ido a recoger el pescado en uno de los trasmallos. Sin querer hemos visto que dos adultos corrían después de andar hurgando entre los cayucos. Lo que en un principio pensábamos que era un simple robo de pescado, se ha convertido en una escena macabra. Las mujeres pech dedican todos sus esfuerzos a sus hijos más sanos abandonando a los otros que piensan que no van a resistir.
Con el remo de uno de los cayucos escarbamos en la arena. Hemos parado de hacerlo al octavo cuerpecito enterrado en harapos y amuletos.
Juntamos a los líderes de los acampados. Los guardianes lo han estado viendo desde que se montó el campo. Pensaban que eran los cadáveres de los que morían en el campo. Enfadado les grito que “los nuestros” los entregamos con la sabana sobre la que han fallecido para que los entierren y no se los coman los zopilotes.
Se quedan en silencio. Me dejo caer en el suelo. Me doy cuenta que todos me miran. Esperan que diga algo. Que encuentre palabras que solucionen tanta locura y a tanta impotencia. Que sea dios y no me equivoque.
Pregunto que por qué lo hacen, y me contestan que en la jungla es lo que sucede: las hembras abandonan a los hijos más desfavorecidos para que los demás crezcan…..
Les grito que “esto” no es la jungla, que no somos animales, que no se debe hacer, que en el campo hay medicinas y comida para todos, que el mundo es al revés. Primero se cuida a los más débiles y luego a los más fuertes, que primero son los niños, luego las mujeres y luego los mayores, y me miran, y no me entienden, y trato de explicárselo otra vez, y hago dibujos en la arena, y se lo traducen, y se lo explican, y les grito, y les grito, y me desmorono, porque quizá ni yo me lo creo.
Hacemos un recuento choza por choza, rescatamos 28 enanos caquécticos y desahuciados.
Con retazos de dobles techos hacemos un enorme cubículo de casi 40 metros cuadrados al que le colocamos nuestro aire acondicionado. Censamos a los enanos y nos inventamos nombre de niños. No soportaríamos más números asépticos y brutales: Diego, Suyapa, Kavito, Jorge, Alicia, Luís, Ángel, Koldo, Nuria, Laura, Edur, Leire, Raúl, Juan, Garbi, Nelson, Julio, Fernan, Luz, Pat, Diana, Paula, Eneko, Iciar, Iñigo, Mele, Santiago, Esperanza…
Los bañamos con suero tibio, y comenzamos el ritual: exploración, peso, temperatura, analítica, vía, suero, sonda nasogástrica, concentrado de plaquetas, oxígeno, sedantes…. vuelta a empezar.
A media tarde aún sigue la cola de adultos que espera desde la mañana la puerta de la tienda 13. Esperan desde el amanecer. Enviamos a un guardián del campo para que les avise que hoy no se va pasar consulta. Y se sientan en el suelo para esperar a mañana por la mañana, como si hubiera un mañana para mí.