Mosquitia (Honduras), viernes 11

Esta noche he soñado con payasos y delfines. Un sueño raro y alegre, un sueño cálido y curioso. Hacía meses que no soñaba tan intensamente.
Durante todo el día he estado ausente. Kavó me ha preguntado mil veces que es lo que me pasa; si le dijera que no lo sé, no le mentiría.
Una y otra vez vuelve a mi cabeza su imagen, en las tiendas, en los sueros, en la consulta de adultos, en el quirófano improvisado e ilegal, en las hojas de esta libreta, en la playa al atardecer, en el silencio roto por los rotores del helicóptero que se ha llevado bronca porque por poco arranca todos los vientos de las tiendas al aterrizar en el campo, en la sopa de pescado que nos hemos preparado para comer…
La imagen de una mujer que apenas conozco y quiero amar; de una mujer imposible y lejana distanciada por el destino y la distancia. Apenas unos días antes de llegar a este lado de la vida me propuse encerrarla en el lado oscuro de los recuerdos, para que no saliera de ahí si no era con mi permiso.
Es como cuando un alcohólico deja de beber, lo deja y punto y se miente prometiéndose que no va a caer más, y luego, a la primera de cambio, vuelve a caer y con más dureza. Me prometo que no voy a caer, porque me miento diciéndome que soy fuerte y todo eso que nos decimos los hombres cuando nuestras entrañas laten y necesitan que otros nos las desaten, y luego, cuando te cruzas en las escaleras o en la fotocopiadora o en la maquinita de café, te caes con todo el equipo y tu “ fuerza” se derrite como adolescente de colegio de curas con babero.
Se lo cuento a Kavó y no me entiende. Que la solución es fácil y rápida: otra mujer y punto. Me sonrío y por un momento le tiraría con el portátil a la cabeza, pero posiblemente tenga la razón una vez más.
Me retiro a las escaleras para escribir una carta a ama y entregarla mañana al helicóptero que viene de La Ceiba, y en los cascos elijo a Chet Baker para que sea el testigo de esta noche compartida con un montón de estrellas a la que no ha acudido Venus, un cigarrillo sin encender y un miskito loco y filósofo que me habla de mujeres mientras prepara la sopa de pescado, mientras en los techos de la lona blanca de las tiendas la luna cobija el sueño de 227 niños que luchan por simplemente…, vivir.