Angola, y final

Hoy me han besado. Lo han hecho sin prisa, sin querer dejarse. Hoy es la noche de “kuyandu”, la recogida del arroz. Hemos preparado un fuego en el medio del campo. La fiesta se ha coronado con la caza de un hipopótamo que lo hemos tenido que arrastrar con uno de los Toyotas.
UNITA lleva ausente 3 días y tres noches. Hemos podido reparar las chozas quemadas del ultimo bombardeo “por equivocación”.
Me he cortado la coleta para la fiesta. Me he afeitado. Apenas me quedan patillas ya. Hemos pasado la mañana ordenando y preparando la fiesta de la noche. Va a haber luna llena. Mañana al amanecer empezará la cosecha de arroz.
Hemos comprado 5 cajas de Cucas (cerveza angoleña de maíz) para los invitados de la noche. Vendrán de todos los sitios: MSF, ACNUR, OMS, UN… y los veteranos locos de Katchiungo, ya 13 meses…
Anne ha arreglado mi bañador de veranos de Gorliz y le ha hecho un pantalón a Chia, me río al verle.
Por los altavoces del campo no ha dejado de sonar música angoleña. Hoy, no sé, me encuentro excitado, quizá la luna, quizá la humedad, quizá la proximidad de la fiesta. Les he prometido cocinar. Me las ingeniaré para trapichear algún pollo. Sé que el ejército trapichea con tabaco a cambio de comida del PMA.
Está empezando a anochecer. Los imbumgo se preparan para sonar en las cuatro esquinas de la noche. Hay fogatas por toda la noche. Una luna enorme se disfraza de fiesta. El hipopótamo se asa en las brasas de la fogata. Me tomo una cuca fría que comparto con Ángela, bióloga italiana de ACNUR, lleva tirándome los tejos desde que ACNUR llegó hace tres meses a desorganizar el campo organizado.
Tiene los ojos claros y la sonrisa repleta de vida. Nos llevamos bien aunque conservo la distancia. No podría. Nos mentiríamos.
Al bajar de su Land Rover, se ha acercado a mí y me ha besado, sin prisas, sin preguntar, con un solo y simple “me apetecía”. Me ha dejado con los labios callados y secos. Chia, y el resto del pabellón se han reído con sonrisas cómplices. Me he cortado y he desaparecido haciendo el ganso del pabellón repleto de testigos niños.
Me ha seguido por todo el campo. Le gustan los niños, más la niñas, hace competencia con Chia, y se cuentan cosas. Él le dice que no tengo niños, que no tengo esposa, que nadie duerme conmigo, que él lo ha visto.
Se ha puesto bella, creo que hoy todo el mundo se ha preparado para la ocasión, apenas sé nada de ella, y sin embargo ella piensa que soy de su propiedad y me fastidia, y me halaga, y me duele, y me encanta, y me gusta que me haya besado sin yo quererlo y que apenas le haya dicho que me ha gustado.
Entra en el baño de los chicos, y me afeita. Nunca nadie lo había hecho antes, me invita a cortarme la coleta, me la corta, me abraza por detrás, me dice que estoy delgado, demasiado, que la coleta me hace mayor y que con el pelo corto tengo cara de niño malo.
Los tambores empiezan a sonar, le abrazo, huele bien, espantosamente bien. Me descalzo y noto la tierra fría, y me gusta, y me vuelvo loco.
Le tapo los ojos con la toalla, la cojo de la mano y la llevo a donde quiero. La abrazo por detrás y abro el pestillo del bidón de la ducha.
Nos secamos con ropa limpia y seca. Hace demasiado tiempo que no me sentía así, demasiado tiempo, un peligroso tiempo. Se pone una camisa mía, sin ropa interior, y se recoge el pelo con una coleta.
Chia entra como loco en la tienda, nos agarra la mano a los dos y nos arrastra a la fiesta.
Me gusta abrazarle por detrás. Me siento más unido, más personal, más cercano, más uno. Nos pasamos la noche bailando y saltando alrededor del fuego. Solo la noche es para nosotros. Todo el mundo se empeña en que salga a bailar hasta que descubren que soy un desastre.
El comisario político suelta unas palabras medio borracho. Se vanagloria de que el funcionamiento del campo es obra del partido y todo el mundo se sonroja.
La carne del hipopótamo es grasienta y dulzona. Hace demasiado tiempo que no tomamos carne.
Las madres ofrecen a los recién nacidos a la noche. Alguien se levanta y busca a Patrick y a mí, dicen algo en Sambo que no acierto a traducir. Todo el mundo aplaude, se hace le silencio y… ¡DIOS!, suenan los tambores rompiendo la noche. Alguien, entre la noche, sale a bailar. Impresionante, cálido, roto, brutal, es como una borrachera de ritmo, de piel caliente y brillante, es imposible mantenerse parado.
Es como una borrachera de maría, no sé el tiempo que dura, las cuatro esquinas del campo suenan alternativamente. Y la noche se cae, y yo me siento parte de ellos, parte de su piel, de su tierra destrozada y digna, de su destino incierto y loco.
Vuelvo a mi sitio en la hoguera, aún no me deshago de la sensación que acabo de vivir. Chia juega con los demás niños a bailar como los adultos, los jóvenes van a sus chozas a “conocerse” entre la luna. Hoy se permite todo, mañana nadie sabrá si estará aquí, mañana comenzará a crecer el arroz.
Los tambores se confunden en la noche. Ángela se pega a mí, suave y camelante. Me dice que huelo bien, que siempre huelo bien, me dejo hacer, me duele hacer, me encanta hacer. Mi piel se rebela, podría ser mi hermana mayor, o yo su hermano pequeño. Hace demasiado tiempo que alguien no me abraza, que alguien no me desea, aunque sea mentira. Tampoco nadie me ha dicho que huelo bien.
La noche comienza ahora, la luna se acuesta, y mañana, luego, alguien abrazado a mí, compartirá mi buenos días, y no importará el porqué, solo importará la entrega, la desnudez, la caricia, los labios, la piel, el sexo, el abrazo de después, el amanecer del luego, porque quizá, sea nuestro último mañana, el anteúltimo abrazo, la última caricia repleta de ternura entre la locura.
Katchiungo. El arroz comienza a nacer.