Noches de Luna Negra – agosto

Angola

Cae la tarde, salgo de quirófano, repaso los libros de consulta. El pantano baja el nivel de agua y se ve algún cadáver en la orilla.

Chia está con diarrea. El suero no le hace efecto y me preocupa.

Patrick tarda en llegar de Huambo. Es mejor que se quede a pasar la noche en el hospital. Hoy han llegado 264 refugiados de Benguela, la mayoría ancianos, mujeres y niños, apenas con el 70 % de su peso normal. Aún no sé cómo Anne consigue cobijar a toda esta gente ahora que empezamos a remontar cifras de vidas.

A lo lejos alguien pone música traída de lejos, me voy a mi zulo en la tienda de guardia. Por un momento no hay sonido de morteros.

Hace calor, pero no nos podemos bañar en el pantano. Dicen que han minado este lado de la orilla. Fumo, y fumo mucho. Estoy delgado, muy delgado, cada día más, y me preocupa.

Mañana domingo intentaré arreglar mi ropa, conseguir alguna camiseta del último envío, algún pantalón que no sea de color militar, arreglaré algún pijama de quirófano y coseré encima algún petacho de color.

Me miro al espejo que cuelga del doble techo de la habitación. Me cuesta a veces reconocerme, dice Anne que tengo mala cara. Soy feo, pero tampoco tanto  como para que me lo digan a la cara.

Saúl entra en la habitación y me pide que vaya a ver a Chia. Me reclama, y le digo que enseguida iré, que me dé 5 minutos para acabar el cigarrillo y que le diga que no me olvido de él.

Me lo encuentro sentado en su catre blanco jugando con el tubito de plástico del suero. Le digo que no juegue. Al lado, Manuela sigue mis pasos y al pasar por su lado le dejo que haga el ritual de siempre. Me estira de la coleta y yo le pellizco la nariz como si se la fuera a robar y le digo que si se duerme, se la devolveré mañana.

Tiene los ojos hundidos, tiene algo de fiebre y está bajando de peso. Me mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca un Sugus que mandaron de Francia hace meses. Le digo que no lo puede comer, pero para cuando me doy la vuelta lo ha pelado y lo está masticando.

Le siento en mis rodillas dudando que el catre aguante el peso de los dos, jugamos con los dedos a ver quién los tiene más grandes y pregunta si algún día tendrá unas manos tan grandes como las mías, si a él también le llamaran para ir a la guerra, si algún día le dejaré conducir los Toyotas, si algún día le dejaré entrar en el quirófano, si algún día le enseñaré alguna foto de mi madre, si algún día, cuando se ponga bueno, volverá a jugar a pelota con él, si algún día podrá tener lápices de colores para pintar los baobab de su aldea, si algún día le llevaré a ver la playa que cuelga en el quirófano y que siempre le digo que es donde aprendí a soñar con estrellas…

Le digo que ¡claro!, que algún día se acabará esta locura, que tendrá unas manos más grandes que las mías, que cuando vaya a Luanda le traeré mil lapiceros de colores y que los baobab los pintaremos juntos y que cuando regrese a mi país los colgaré de la habitación de mi casa junto al mar, que no le reclutarán porque cuando vengan los militares diré que es el encargado de cazar los hipopótamos del pantano y que si no, los refugiados no podrían comer nada, que jugaremos a la pelota después de que se reponga, que cuando crezca y le lleguen los pies a los pedales será mi chofer oficial, que no tengo fotos de mi madre  y que habrá que buscar un pijama de su talla para que pueda entrar con Patrick y conmigo en los quirófanos.

Jugamos a contar números de delante hacia tras y de 4 en cuatro. Sin apenas darse cuenta le doy un pinchacito en el dedo para mirarle la glucosa en la sangre, le meto el dedito en mi boca y por un momento noto el roce de su manita por mi boca como pidiéndome un ratito más de compañía.

Le acuesto y le presto mi fonendo rojo para que se duerma Ajusto el gotero del suero y le beso en la frente.

Paso al lado de Manuela que me dice que no me olvide mañana de devolverle la nariz, y bajito bajito le digo que se duerma y que no tener nariz tiene la ventaja de que así no se tienen mocos.

Cierro la cortina del pabellón de niños y comienza a llover. Regreso a mi zulo y oigo por radio que Patrick no regresa hasta mañana.

Me tumbo en mi catre y sueño por un momento si algún día esta historia se acabará, si volveré a mi playa donde aprendí a soñar.”

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