Cuarto domingo de Pascua
Comunidad más que rebaño
Si nos acercamos a la Palabra de Dios solo los domingos, cuando vamos a misa, pero lo hacemos queriendo seguir el “hilo conductor” de la vida de Jesús, nos puede despistar que después del relato de “Los discípulos de Emaús” (evangelio de Lucas) se dé el salto al pasaje de “El Buen Pastor” (evangelio de Juan). ¿Cuál puede ser el nexo de unión entre ambos textos? Evidentemente es Jesús. Protagonista en los dos.
Pero también hay otro detalle muy importante: la Comunidad. El relato del domingo pasado terminaba diciendo: “… levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros…”. Los de Emaús regresaron a la Comunidad. Jesús nos habla hoy de sí mismo, nos dice que es “pastor” y “puerta”, pero también nos dice cómo es la comunidad que queda configurada por él y en él: libre, “podrá entrar y salir”. Esto es muy importante para todas aquellas personas que nos sentimos invitadas a seguir ofreciendo el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, y queremos presentar cómo es o debería ser la Iglesia, la Comunidad de las seguidoras y seguidores de Jesús.
Además, hoy celebramos la “Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y Jornada de Vocaciones Nativas”. Al orar por las vocaciones tendríamos que pensar en todas las vocaciones, no solo, aunque sea muy importante por la realidad eclesial que estamos viviendo, al presbiterado o a la Vida Religiosa. Al orar por las vocaciones tendríamos que pensar en cualquier edad, pero cierto es que pensamos sobre todo en los jóvenes. A orar por las vocaciones tendríamos que orar por las comunidades que las acogen: para que sean eso, comunidades, y no rebaño.
Ahora, mucho más que antes, tengo que seguir algo de la vida a través de las redes sociales, la comunidad digital. Soy muy consciente de que el Sexto Continente es todavía tierra bastante inexplorada y que no está exenta de peligros. De todas formas, es una buena fuente de información (sí, sí, y de manipulación).
Entre las personas que “nos relaciona” la red hay muchas con las que me puedo considerar “amigos en el Señor”. Prácticamente conozco a todos también personalmente. La mayoría son católicos, otros pertenecen a otras confesiones cristianas. Entre los católicos los hay de diferentes sensibilidades.
Si me fijo en la “imagen digital” de esos jóvenes, me suelo preguntar en qué se diferencian de otros jóvenes. Externamente diría que en nada. Por lo menos si nos atenemos al material gráfico que suelen colgar o compartir (no entro en los aspectos devocionales o en las convivencias cristianas a las que asisten). La indumentaria les identifica con la “tribu” de la que se sienten parte (eso pasa también con el clero). Como en la vida real. Nada más. Las relaciones son plurales. Como en la vida real. Sentirse de una “tribu” no les lleva a ser sectarios. Abiertos a lo diferente, sean personas o ideas. Celebran las fiestas como todos. Me atrevería a asegurar que hacen los mismos botellones y algunos hasta consumen las mismas sustancias. Hacen apología de la cerveza hasta aquellos que parecen ideológico-teológicamente más recatados. Asisten a conciertos y concentraciones juveniles, y los publicitan. Como todos. Así en otros aspectos. Jóvenes como todos los jóvenes. Pero, fundamental, además se identifican como cristianos. Ya que estamos en la Jornada de oración por las vocaciones, os invito a escuchar el testimonio vital de algunos seminaristas que van a ser ordenados diáconos próximamente. Muy interesante. No sé si su testimonio resuena igualmente “cristiano” al imaginarlo con alzacuellos o vestido de rockero.
Los jóvenes cristianos lo que tienen de distintivo con respecto a otros jóvenes es que hacen profesión pública de su fe en Jesucristo. Dicen, y estoy seguro de que son sinceros, que reconocen la “voz de Jesús” y que les gusta. Escuchan muchas voces, pero reconocen la voz de Jesús, porque sintoniza con sus anhelos más profundos. Anhelos de felicidad personal y anhelo de justicia social. Es ahí, en lo más profundo e íntimo de sí mismos, en su identidad más auténtica, donde se sienten “llamados por el nombre”. Lo de Jesús les hace vibrar por dentro; les hace sentirse ellos mismos. Los jóvenes cristianos escuchan con gusto la voz de Jesús, les sigue encandilando. Les permite seguir siendo jóvenes y les hace sentirse cristianos. Dicen, y estoy seguro de que son sinceros, que de Jesús esperan “vida abundante”.
Un tema que tiene mucha importancia para los jóvenes, igual que para nosotros cuando lo fuimos, es “la libertad de Jesús”. Libertad que contrasta con los miedos que solemos proyectar los que nos llamamos sus seguidores. Siempre un poco a la defensiva. Siempre cerrando puertas. Siempre marcando el terreno. Siempre poniendo líneas, blancas o rojas… pero líneas. No sé si es desconfianza en los otros, que no sepan discernir entre las diferentes voces la voz de Jesús, o signo de nuestra increencia, pensar que Jesús ya no camina delante de nosotros ni a nuestro lado (¿camino de Emaús?). El miedo a la libertad hace que configuremos rebaños más que auténticas comunidades.
Tanta precaución les resulta incómoda a muchos jóvenes, parece que se les da a elegir: o jóvenes o cristianos. Contrasta con el mensaje de Jesús: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos… Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Pero también contrasta con la oración de la misma Iglesia: “…que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”. Esto a los jóvenes les entusiasma, les parece un reto por el que merece la pena comprometerse. Por eso vibran cuando le escuchan al Papa Francisco decir que prefiere una “Iglesia herida”, porque ha hecho la aventura de “salir”, antes que una “Iglesia enferma” por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.
Si queremos tener jóvenes vocacionados para la vida cristiana, más allá del ministerio que desempeñen o el carisma que aporten, tendremos que hacer que nuestra Iglesia sea más comunidad que rebaño.