Domingo de Ramos
Sabía que no quedaría defraudado
El domingo de Ramos es el “chupinazo” que inaugura la “Semana grande” de los cristianos, la “Semana por excelencia”. El domingo de Ramos, y el triduo pascual, se presta más a la contemplación que a la predicación.
La liturgia de la Palabra del domingo de Ramos, enriquecida por dos evangelios, sintetiza a grandes rasgos lo que fue la vida de Jesús, aunque se ponga el acento en los últimos días, en las últimas horas. Sintetiza lo que fue la vida de Jesús, y también lo que es la nuestra.
La vida de Jesús fue una vida marcada por los contrastes, no cabe la menor duda. Una vida con admiradores y detractores. Le entendían mejor los incultos y marginados que los letrados y especialistas de la Ley. Estos siempre le sorprendían en “fuera de juego”. Iba haciendo amigos-seguidores por los caminos de Palestina, a la vez que tenía que entrar en polémica con sus enemigos. Según la sensibilidad del evangelista, estos se identificaran con los fariseos, herodianos, (jefes de) los judíos,… Los desconocidos se admiraban al escuchar sus palabras y al ver sus obras; sus familiares pensaban que había perdido la cabeza.
Todos los contrastes acaecidos en la vida de Jesús se concentran en los dos relatos evangélicos: de la entrada triunfal en Jerusalén –¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!– al grito de Jesús: “Elí, Elí, lamá sabaktaní”. Grito que queda endulzado por la confesión del centurión, de un no-creyente a los ojos de todos: “Realmente éste era Hijo de Dios”.
Si en el relato del comienzo de la celebración, tomado de San Lucas, se subraya la vida exitosa de Jesús. En el relato de la pasión de San Mateo se narra el drama de una vida aparentemente fracasada. Es bueno que destaquemos algunos momentos importantes de este drama siguiendo el relato. Los podemos ir aplicando a algunos episodios de nuestra vida personal o colectiva.
Judas seducido por la corrupción y el dinero fácil, vende a Jesús. Más allá de otras interpretaciones que se hagan de que quería poner a prueba la mesianidad de Jesús, cae en su propia trampa y termina “colgando de un madero”.
Celebración de la cena narrada escuetamente. Se abre con el anuncio de la traición de Judas y se cierra con la bendición del pan y del vino y las palabras de la institución de la Eucaristía. Simbolismo de lo que ha querido ser el proyecto de vida de Jesús: pan-vida que se parte y comparte; vino-vida derramada y entregada por amor. Proyecto de vida para todo cristiano. Por eso necesitamos recordarlo y alimentarnos con el pan y el vino de la Vida.
Anuncio de la traición de Pedro, ¡otra traición más!, mientras se dirigen al monte de los Olivos. Jesús lo dirá después, y es experiencia cotidiana en nuestra vida: “el espíritu es decidido, pero la carne es débil”. Tan débil, que son incapaces de permanecer en oración solidaria con Jesús aquellos mismos que le habían pedido, “Señor, enséñanos a orar”.
Es bueno detenernos en la oración de Jesús. Entrar en su hondura. Jesús no es un masoquista al que le pone el dolor, incluso hasta la muerte. Al contrario, si algo le ha caracterizado ha sido su lucha encarnizada por sacar a la gente del mundo del sufrimiento y suscitar vida allí donde ésta estaba amenazada. La oración de Jesús va en la misma línea. Jesús no tenía indiferencia psico-afectiva ante lo que se le avecinaba: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba…”. Pero sí tenía indiferencia espiritual: “hágase tu voluntad”.
¡Ojo!, una vez más nos puede dar el tic sado-masoquista y pensar que la voluntad de Dios era que Jesús muriera. Pues no, esa fue la voluntad de los hombres. Voluntad del que le entrega con un beso y del que le quiere defender con la espada, pero es incapaz de hacerlo con la palabra, negando que lo conociera. Voluntad de los dirigentes que quieren eliminar al justo, porque les resulta incómodo, y del pueblo que una vez más está necesitado de “pan y circo”.
La voluntad del Padre era otra, la misma que había sido desde los comienzos de los tiempos: alentar vida en el ser humano. Ese había sido el encargo y la causa de Jesús, aunque por ello estuviera clavado en la cruz, aunque por ello saliera de sus labios un grito desgarrador: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Experiencia humana que va desde una lectura racional de lo acontecido, ¿Dios le defrauda por primera vez?, hasta el sufrimiento real, porque Jesús no estaba representando una obra de teatro: dolor intenso del que pende de una cruz.
La voluntad del Padre, aunque sea una lectura que se hace a posteriori, no es que Jesús muera, sino que viva. Para ello tendremos que esperar al día de Pascua, cuando el Padre diga su Palabra definitiva sobre la suerte de Jesús, y la nuestra: ¡¡VIVE!! Palabra pronunciada una vez, pero cuyo eco se prolonga por toda la eternidad. Es entonces cuando comprobamos que en Jesús, y en nosotros, se hacen realidad las palabras del profeta Isaías: “…sabía que no quedaría defraudado”.