COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Quinto Domingo de Cuaresma

La resucitación de cada día

Con el pasaje evangélico de hoy cerramos el tríptico que preparaba a los catecúmenos de la Iglesia primitiva a recibir el bautismo. No nos viene mal recordar el proceso a los que somos “cristianos de toda la vida”.

El relato de la samaritana nos invitó a contemplar a un Jesús que, libre de todo prejuicio social e ideológico-religioso, se acerca a una mujer, samaritana y con una vida afectiva conflictiva, y le acompaña en el proceso de acercamiento a su propia verdad. En las palabras de aquella mujer, “Señor, dame esa agua”, resuena la petición del corazón humano sediento de felicidad y que experimenta que con Jesús la propia vida se puede convertir en “un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Experimentado esto ya no se necesita de más testimonios para reconocer al “Salvador del mundo”.

El relato del ciego de nacimiento nos ayudó a tomar conciencia de la cerrazón en la que se sume el corazón humano cuando se parapeta tras el prejuicio, la ideología o el miedo. Pero quien ha experimentado a Jesús como luz que ilumina toda la existencia no tiene miedo para dar un testimonio valiente de ello. ¡Es tanto lo que cambia con Jesús… y es tan bueno!

Hoy se nos presenta la resucitación de Lázaro. Esta resucitación, como otras que aparecen en los evangelios, no se debe confundir con la resurrección que el Padre opera a favor de Jesús, el injustamente ajusticiado. Aunque estas resucitaciones son muy importantes para releer nuestra vida terrena y temporal y ponerla, si así lo acogemos, en dinámica que anticipa la resurrección futura. Es la oportunidad que se nos da de vivir una vida nueva cada día, aunque en ocasiones no tomamos conciencia hasta que no nos topamos con “experiencias mayores” en nuestra vida.

La resucitación de Lázaro es una vuelta a la vida para volver a morir. No así la de Jesús. No así la nuestra. La resucitación de Lázaro se puede quedar en un acontecimiento meramente “biológico”, su cuerpo vuelve a ser el de un viviente. Podemos quedar en eso, en alargar la vida. Pero este acontecimiento también puede ser vivido en trance de resurrección futura cuando alcanza a lo “biográfico”, cuando la vida se sigue viviendo, pero de otra manera.

Quinto Domingo de CuaresmaEs una pena que los evangelios no nos den más datos del “qué pasó después” con las diferentes resucitaciones que aparecen en los evangelios: el hijo de la viuda de Naim, la hija de Jairo,… De manera especial me suele entrar curiosidad por saber qué fue de la vida de Lázaro. Estas resucitaciones es una especie de “segunda oportunidad” que te da la vida. ¿Cambió en algo la vida de Lázaro? No lo sabemos. Podríamos pensar que trataría de aprovecharla bien, que trataría de no caer en los mismos errores, que se le resituaría la escala de valores y sus opciones vitales,… Todo eso que decimos que haríamos bien, si se nos diera la oportunidad de poder enmendar lo que hemos hecho mal. Sea como sea, no sabemos qué fue de la vida de Lázaro. Sea como sea, no terminamos de creernos que cada día es una nueva oportunidad para vivir de un mundo nuevo.

La liturgia de la Iglesia nos presenta la cuaresma como un tiempo propicio para la conversión, para cambiar aquello que le puede dañar al prójimo (sentido de la limosna), a nuestra relación con Dios (invitación a la oración) o a nosotros mismos (el ayuno como oportunidad a entrar en contacto con nosotros mismos a través de lo más sencillo. La cuaresma que ya está finalizando es una llamada intensa y permanente a la conversión, a entrar en la dinámica de resucitación. De suyo, cada día es una invitación a ello, a hacer nuestra vida nueva o a renovar aquello que no se ajusta al estilo de vida propuesto por Jesús.

La cuaresma, cada día, es una “nueva oportunidad” para que nuestra vida la pongamos mirando hacia Dios y sus preferencias. Entendida así, la conversión es una resucitación, es experimentar que también Jesús nos está diciendo a cada uno de nosotros personal y realmente: “Lázaro (y aquí pon tu nombre), ven afuera”.

Jesús se acerca a los sepulcros de nuestra vida, dice su Palabra y se queda esperando. El “ven afuera” que pronuncia Jesús sobre cada uno de nosotros es la invitación que nos hace a salir de nuestros egocentrismos, de las miserias que nos bloquean, de los ritmos de vida que nos deshumanizan, de la dinámica de consumismo que hace peligrar la vida de otras personas y de nuestro planeta, de las relaciones superficiales que marcan nuestra vida,… de todo aquello que nos conduce a la muerte o, lo que es parecido, a una vida mortecina.  El “ven afuera” es una invitación a volver a lo más profundo de nosotros mismos, allí donde percibimos la presencia de Dios, allí donde también tiene cabida el prójimo, todo prójimo. El “ven afuera” que pronuncia Jesús sobre cada uno de nosotros en una invitación a volver nuevamente a Él y a su Evangelio.

Pronuncia el “ven afuera” y se queda esperando. Nos toca a nosotros, aunque nos sintamos atados de pies y manos, hacer el esfuerzo y ponernos en camino. Nos toca a nosotros confiar en aquellas personas que pueden desatar las vendas de nuestros pies, de nuestras manos y de nuestra cara. Nos toca a nosotros confiar en que Él, Jesús, es, siempre, siempre, la resurrección y la vida. Jesús pronuncia cada día el “ven afuera” y se queda esperando. Cuenta con nuestra libertad y nuestra responsabilidad para que optemos por la vida. Es la resucitación de cada día.

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