Cuarto Domingo de Cuaresma
Sanación biográfica
La liturgia de este domingo, llamado de “Laetare”, de la alegría, presenta a Jesucristo como “luz del mundo”. Junto con el pasaje evangélico del domingo pasado, en el que se nos presentaba a Jesús como “agua viva”, y el del próximo domingo en que se nos presentará a Jesús como “resurrección y vida”, conforman el tríptico de catequesis que recibían los catecúmenos de las primeras comunidades cristianas antes de recibir el bautismo en la noche pascual.
El pasaje evangélico de hoy tiene una gran riqueza de resonancias vitales y actitudes que se observan en los diferentes personajes que se nos presentan. Todos ellos alcanzados por una ceguera biográfica.
En primer lugar tenemos a los discípulos de Jesús. Son gente sencilla. Saben lo que les han enseñado, que hay que buscar culpables: “¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”. Han ido haciéndose una imagen de Dios más preocupado en castigar que en suscitar vida. Jesús trata de curarles de su ceguera. Nosotros, discípulas y discípulos de Jesús, ¿qué imagen tenemos de Dios?
A continuación aparecen en escena los vecinos, gente cercana al ciego. Ellos no son ciegos, pero parece que lo están. Son incapaces de ponerse de acuerdo en lo que ven sus ojos. Unos siguen viendo en el sanado al mendigo, “el que se sentaba a pedir”. Somos así, identificamos a las personas por lo que hacen, tienen, saben… más que por lo que son. ¿Cómo es nuestra mirada sobre personas concretas o colectivos humanos? Otros, son incapaces de reconocer la novedad acontecida en aquel hombre, no le reconocen, “no es él, pero se le parece”. Su ceguera fue su incapacidad para reconocer la sanación-salvación que viene de Jesús. No hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿Cuál nuestra ceguera para reconocer la sanación-salvación que procede de Jesús?
Los fariseos habían hecho de lo religioso el centro de su vida. Dispuestos a llegar al martirio por fidelidad a la Ley de Moisés. El problema, esa era su ceguera, que la ponían por encima de las personas y no a su servicio. La ortodoxia por encima de la felicidad y la liberación de las personas. Es el peligro de toda ideología: construir un mundo “seguro”, cerrado, con unos valores, criterios, actitudes, estructuras intocables… Nos dan seguridad, pero se acentúan unos aspectos, ignorando otros. Se organiza un mundo a la medida de unos, que no satisface las necesidades de todos. La ideología es un mundo construido por y para ciegos, que incapacita para ver la realidad en su totalidad y en su complejidad. La ideología no solo embota la inteligencia, sino que vela los ojos del corazón. Por eso, los fariseos, que eran buenas personas, fueron incapaces de alegrarse con el ciego de nacimiento había accedido a la luz. Nosotros, ¿hemos reducido lo religioso a mera ideología?
Llama la atención la actitud del padre y de la madre. Les puede el miedo: “ya es mayor, preguntádselo a él”. Seguro que se alegraron por la curación de su hijo, pero fueron incapaces de enfrentarse al conflicto que les pudiera acarrear. Prefieren quedarse en lo aprendido y en lo mandado. ¿Nos suena?
¿Qué pasa con el que había sido ciego? En ocasiones entendemos los milagros de Jesús como un acontecimiento biológico. Es mucho más. Es un acontecimiento biográfico, atañe a todas las dimensiones de la persona, también a la social. No es de extrañar que se resista a cualquier presión que quiera encerrarle de nuevo en la oscuridad, ahora existencial. Ha visto la luz. Ya nadie se la podrá arrebatar. Ahora tiene sus ojos puestos en Jesús. Se convierte en su testigo. No necesita fundamentaciones teológicas o doctrinales, menos aún ideologizadas, sobre el modo de entender la enfermedad y el pecado, la vida y la muerte y hasta a Dios mismo.
Siempre es así. La experiencia personal supera toda teoría, todo dogma, toda tradición del pasado o toda moda del presente. No está de más recordarlo. Somos muy críticos con las imágenes de Dios o las concepciones de la realidad que hemos internalizado de la mano de la Iglesia, pero somos incapaces de ver los valores contrarios al Evangelio que se van anudando a nuestra existencia, suave pero eficazmente, de la mano de la cultura dominante y los medios de comunicación puestos a su servicio, que nos hacen ver como único posible el mundo que entre todos vamos construyendo… y que es tan destructivo para millones de personas.
En nuestra cultura no nos llaman empecatados, como al ciego que ha recuperado la visión, porque se está perdiendo la conciencia de pecado. Pero nos llaman ignorantes, si confesamos nuestra fe en el Dios de Jesús. Quien ha tenido la experiencia de que creer es bueno, que humaniza, que hace ser feliz, que sana y salva, tal vez no tenga muchas razones para convencer a los demás, pero por dentro sabe que Jesús es luz para caminar en la vida. Jesús es parte de su biografía. ¿No consiste en eso el bautismo?