COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Segundo Domingo de Adviento

Conversión y compromiso

Hay un mensaje claro en el evangelio: la conversión, la metanoia. Es una invitación a cambio interior radical, una transformación profunda de la mente y del corazón. De ambas. No se trata de un cambio de ideología, sino de un modo nuevo de situarse en la existencia.

Tal vez pensemos que la invitación del Bautista a la conversión era una invitación para todos y para nadie. Tal vez hasta nos vengan rostros y nombres de personas a las que les vendría bien convertirse. Seguramente son nombres y rostros de personas que tienen alguna relación con nuestra vida. Puede ser un deseo que surge desde el cariño, desde el buscar el bien que le podría hacer a la otra persona convertirse, vivir de otra manera. También pudiera ser que nos gustaría que el otro se convirtiera para que nos resultara menos molesto o su modo de pensar se adecuara al nuestro o…

Puede ser que pensemos que la conversión es algo que les vendría muy bien a algunos grupos sociales, los fariseos y saduceos de nuestro tiempo. Con algunos tal vez hayamos desistido; por ejemplo, podemos pensar que la clase política, de antes o de ahora, no tiene remedio. Con otros estamos más confiados y esperanzados, porque es mucho lo que está en juego. Estoy pensando en los futbolistas de élite. Por un lado nos ayudan a salir de las miserias que podemos ir acumulando día a día. Ellos son el remedio a nuestros males, sobre todo si gana mi equipo y si los goles los ha marcado la estrella por excelencia. Además son un modelo en el que se miran las generaciones más jóvenes. Se miran en aquellos que no son precisamente muy modélicos en casi ningún aspecto, y no digamos nada cuando vamos descubriendo su faceta “solidaria” de evasión de impuestos. Sí, nos gustaría que se convirtieran, porque a fin y al cabo son el “circo” para los que tenemos “pan”, incluso para los que no lo tienen.

La invitación a la conversión es una llamada a cada persona, para que se transforme personalmente y se comprometa en la transformación social del entorno en el que le toca vivir. Pero prioritariamente es una conversión personal. Lo repetimos nuevamente, de mente y corazón.

La conversión se puede percibir y, sobre todo, vivir de diferentes maneras. Valga como ejemplo el estilo de  Juan el Bautista y el de Jesús.

Juan Bautista nos invita a la conversión, pero con un tono de amenaza. Juan Bautista aparece en el Nuevo Testamento, pero todavía pertenece a la mentalidad y espiritualidad del Antiguo Testamento. Todavía no se vislumbra en él el rostro misericordioso de Dios.

segundo-domingo-de-advientoTal vez sea porque Jesús conoce mejor que Juan la condición humana y también el corazón de Dios. Cuando nos ponemos en plan voluntarista, que es como se inician casi todos los procesos en los que alguna manera queremos cambiar, tal vez empecemos a percibir pronto algunos frutos, la sensación de que avanzamos algo en el camino de la conversión. No está mal como modo de adentrarse con “determinada determinación” (perdóneme la familia teresiana por traer aquí, tan burdamente, esta expresión), pero no puede ser la dinámica permanente. El voluntarismo siempre crea tensiones, que se liberan por otros caminos o en los otros. No en vano se suele decir que los santos son los que hacen mártires a sus hermanos. Sabemos que no es así, pero seguro que tenemos más de una experiencia de “neoconversos”, que como han comenzado a vislumbrar el “camino de la luz”, les gustaría que todos transitáramos ese mismo camino, con él y a su ritmo. De fondo puede haber la pretensión de creer que podemos conquistar a Dios.

Lo de Jesús tiene otra dinámica: hay que dejarse conquistar por Dios. Él es punto de partida, no es el yo (o el ego, que no me aclaro muy bien con estos términos en las espiritualidades modernas) que quiere inflarse de santidad. No es la voluntad la tractora de la conversión sino la relación. Estar en intimidad con Dios e ir dejándonos modelar por él, que sea él quien vaya conformando nuestros pensamientos, deseos, acciones,… Intimidad con Dios que tiene muchas formas: el tú a tú de la oración; el dejarse penetrar por la fuerza de la Palabra; la escucha atenta a aquellos que en la Comunidad balbucean, muchas veces con temor y temblor, cómo han sido modelados poco a poco a poco, con paciencia, por el amor de Dios. Ir tomando conciencia de que nos vamos convirtiendo a aquél que habita en nosotros. Ir dejándonos hacer por él. Es algo que tal vez también intuyó Juan Bautista cuando dijo de Jesús: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.

La conversión para que no se quede en un discurso bonito o una experiencia intimista se tiene que verificar en la vida. Juan lo expresa taxativamente: “Dad el fruto que pide la conversión”.

Pero hasta en esto se nota el tipo de conversión. La conversión voluntarista es rígida, dura, impositiva… hasta en lo más santo como puede ser el servicio a los empobrecidos hay una especie de “obligación” que alcanza a todos. Sí o sí hay que optar por… Es la característica clásica de las grandes revoluciones por muy buenas y necesarias que sean, se empeñan desde las estructuras cambiar los corazones. Eso no funciona. Tampoco con la conversión cristiana, porque aunque se dé un compromiso auténtico y fiel siempre queda un poso de resentimiento.

La conversión que surge desde el don, desde el reconocimiento agradecido que es Dios quien va haciendo en mí, es más tolerante, porque sabe en primera persona l que es la condición humana. La conversión que surge desde del don lo espera todo, de todos, porque no exige nada. Lo espera todo… a su tiempo. Por eso, no le cuesta mucho creer que sea posible la profecía de Isaías: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey”.

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