Quinto Domingo de Pascua
Amar(nos) como Jesús nos ama
“La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. ¡Pues sí que nos lo ha complicado!. Me figuro que a muchos de los que estamos aquí, por lo menos a todos los que sois de mi edad o mayores, si nos preguntaran: “¿cuál es la señal del cristiano?”. Estoy seguro que responderíamos automáticamente: “La señal del cristiano es la santa cruz”. Es lo que aprendimos en la doctrina, cuando ir a la catequesis todavía era ir a aprender el catecismo.
No sé qué nos imaginábamos cada uno detrás de “la santa cruz”. A mí me venía lo de santiguarme o signarme. La cruz en sí misma, la cruz vacía, sin crucificado, me parecía que era el símbolo de un artilugio para torturar y matar. La señal del cristiano es la santa cruz cuando es una cruz por amor, como la de Jesús.
Jesús insiste en el amor. El mandamiento nuevo del amor que nos da Jesús no es una norma que hay que cumplir, sino una relación que hay que vivir, también en los momentos de dificultad.
El pasaje que hemos escuchado hoy, tomado del capítulo 13 de Juan, está en el contexto de la última cena, entre la traición de Judas y el anuncio de la traición de Pedro.
Después de haber lavado los pies a sus discípulos, de recordarles plásticamente cuál era el camino que él, Jesús, había vivido y que les invitaba a seguir, se sienta de nuevo a la mesa y comparte el pan con ellos. Con todos, también con aquel que lo va a entregar. Es precisamente en este momento cuando Judas abandona definitivamente la comunidad y la fe en Jesús. No cree que la vida haya que vivirla en clave de servicio. No cree que el servicio, la puesta en práctica del amor, sea un camino de salvación y liberación.
También a nosotros, en nuestra increencia, nos cuesta apostar incondicionalmente por el amor. Nos cuesta creernos que ya hemos sido salvados por amor y que, por lo tanto, no tenemos nada que perder. No se pierde nada del amor que damos. Nunca. Es verdad que unas veces fructifica a largo plazo y en otras ocasiones de manera diferente a como esperábamos que fructificara, pero fructifica. El único amor que se pierde es el que retenemos.
Los especialistas distinguen entre filia, el amor a la familia o los amigos; eros, el amor dirigido a los que nos pueden proporcionar satisfacción o placer; ágape, término cristiano, amor que tiene como referencia y criterio de veracidad al mismo Jesús: amar como él nos amó. No son formas de amor excluyentes.
Amar como él nos amó. Hace unos días compartía con un grupo las resonancias que tenía este pasaje evangélico para nosotros. Una persona decía: “lo que nos pide Jesús es un imposible, ¿quién puede amar como él? ¿quién puede amar hasta el infinito?”.
No le faltaba razón. Si es que nos referimos a la cantidad. Creo que Jesús se refería a la calidad. Amar como hemos sido amados. La fuente está más allá de nosotros. Cada uno de nosotros tenemos que tomar conciencia de todo lo que recibimos de Dios y de la vida. Tomar conciencia de lo que recibimos, no de lo que deseamos o le exigimos. Tomar conciencia de lo que recibimos para saber la medida de lo que debemos dar. Cada cual está llamado a dar de sus talentos, pero solo uno mismo puede llegar a saber lo que puede dar. No se trata de exigirnos más, ni a nosotros ni a los otros.
Dar del amor que hemos recibido. No es voluntarismo que puede terminar quemando o ideología que termina frustrando. Es un amor que nos precede y que tenemos que compartir. Receptividad y donación. Es un amor que tenemos que dar en tres direcciones: a Dios, correspondencia del amor (vocación); a aquellos con los que compartimos vocación (comunidad cristiana); a los preferidos de Dios, los empobrecidos, marginados y abandonados de la sociedad (misión). No son amores contrapuestos.
Hace poco leía que el mandamiento nuevo no dice que le amemos a Jesús, sino que nos amemos entre nosotros. No sé si podemos amarnos entre nosotros sin amar a Jesús, aunque el test de verificación de ese amor sea el amor que tenemos a las personas concretas que Dios va poniendo en nuestro camino. Empezando por los más cercanos. Empezando por la comunidad cristiana. Pero sin olvidarnos de Jesús. Necesariamente me viene al recuerdo, la memoria del corazón, el diálogo a la orilla del lago entre Jesús y Pedro.
Estamos llamados a construir el Reino de Dios, pero sin olvidarnos del Dios del Reino. Cuando lo hacemos por nuestra propia cuenta, desde la propia racionalidad, desde lo que nos parece más lógico y normal, terminamos construyendo un mundo muy humano, donde sigue habiendo muerte, luto, llanto y dolor. Amar al mundo con el amor de Dios, para que se pueda cumplir lo que dice el libro del Apocalipsis: “Todo lo hago nuevo”.
Amarnos los unos a los otros, como Jesús nos amó, para que se vaya cumpliendo lo que vamos a decir en la Plegaria eucarística III para misas con niños, en la cincuentena pascual: “(Jesucristo) nos anunció la vida que viviremos junto a ti en la luz y en la eternidad; nos enseñó también el camino de esa vida, camino que hay que andar en el amor y que él recorrió primero”.
Recibimos de Jesús la invitación a amar. Amarnos a nosotros mismos. Amarnos entre nosotros. Amar a los demás. Amar como Jesús me ama. Amar como Jesús nos ama. Amar como Jesús quiere que amemos. Amar desde Jesús.