Tercer Domingo de Pascua
Como se pueda, pero amar a Jesús
En muchas ocasiones la liturgia da la posibilidad de recortar el texto evangélico por aquí o por allá. Suele ser por razones pastorales. Yo suelo pensar que sería más adecuado leer el texto completo y que ese día el cura predique un poco menos. Así quedaría compensado el tiempo. Lo uno por lo otro. Siempre es mejor escuchar la Palabra de Dios que su interpretación en la palabra humana, por muy cualificada que sea.
No suelo entender por qué hoy, por ejemplo, se puede suprimir el diálogo entre Jesús y Pedro. Si eliminamos este diálogo nos privamos de su iluminación. Me parece que es una de las páginas más hermosas del Evangelio donde se subraya cuál es el núcleo de la vida cristiana: amar a Jesús. Como se pueda, pero amar a Jesús. Además este año coincide con que un par de días antes el Papa Francisco ha dado a conocer el contenido de la exhortación apostólica postsinodal “Amoris laetitia. La alegría del amor”.
Al leer este texto me conmueve la confianza que sigue depositando Jesús en aquel que había elegido para ser el que sostuviera la fe de sus hermanas y hermanos cuando él, Jesús, no estuviera con ellos físicamente. Me conmueve la confianza que mantiene con aquel que había sido incapaz de sostener su propia oración en aquellos momentos sombríos del Jueves Santo, cuando el Mal campaba por sus respetos. No es de extrañar que fuera incapaz de sostener la amistad con Jesús en el patio de acceso a la casa del Sumo Sacerdote. Me conmueve la confianza en Pedro que mantiene Jesús. Me conmueve, porque me dice que esa misma confianza la mantiene conmigo, a pesar de todo. Y es mucho. Confianza que mantiene con cada uno de sus seguidores.
Los que me habéis escuchado o leído el comentario a este pasaje, sabéis que suelo decir que parece que Jesús quiere asegurarse de que Pedro ha aprendido lo fundamental del mensaje de Jesús. Le podía haber preguntado por el número de parábolas que había aprendido, si recordaba la lista de las bienaventuranzas o había memorizado bien el Padrenuestro o, siendo más prácticos, si había aprendido bien la técnica, “milagros”, para liberar a las personas que estaban bajo el poder del mal en todas sus formas. (Desarrollado lo podéis encontrar en: https://sanviator.net/2013/04/14/comentario-a-la-palabra-dominical-anjelmaria-ipina-31/).
Jesús le hace una única pregunta, modulada en intensidad por la fragilidad de Pedro. Pregunta sencilla de hacer y difícil de responder: “¿me amas?”. “Al atardecer de la vida nos examinaran del amor”, decía san Juan de la Cruz.
Es interesante la progresión en la pregunta. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. No es un “más” de cantidad, sino de calidad. Aquel que unas horas antes, en un ataque de entusiasmo se había echado al agua al oír que era el Señor, ahora responde torpemente: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le quiere, pero prefiere no entrar del todo en la dinámica del amor. A pesar de todo, Jesús le confirma en la tarea que le había encomendado: “Apacienta mis corderos”.
Ante la respuesta de Pedro, Jesús rebaja la exigencia: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Jesús se olvida del “más”, pero sigue preguntando por el amor incondicional. Pedro, tal vez porque se conoce muy bien a sí mismo y quiere ser coherente en la respuesta, sigue con el mismo tono: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Yo, para mí, traduciría así esta respuesta de Pedro: “Sé que te quiero, pero no sé hasta dónde te amo. No sé hasta dónde estoy dispuesto a hacer tu voluntad ni a comprometerme vitalmente con tu proyecto”. Jesús no se retracta: “Pastorea mis ovejas”.
Visto que es incapaz de amarle, Jesús entra en la pobre dinámica del amor de Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro, descubierto en su debilidad, como en el momento de las negaciones, dice con tristeza, pero con verdad, “Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero”. Yo le habría respondido, “Señor, sabes que hago lo que puedo”. Jesús mantiene la confianza: “Apacienta mis ovejas”.
Jesús se pone a la altura de nuestro amor, de la respuesta que le puede dar cada uno, pero sigue confiando en nosotros para que le amemos en los hermanos.
El relato acaba de una manera sublime. Jesús le anticipa a Pedro que en su vida se va a dar el “más” del amor. Ése al que no ha sabido/podido responder. Un amor que, como el de Jesús, pasa a la gloria de Dios a través de la cruz. Es el camino que nos muestra Jesús al decirnos: “Sígueme”. Cada uno, como podemos, desde nuestras circunstancias concretas, hacemos el intento de amar y seguir a Jesús.
En esta Año jubilar de la misericordia se nos regala la Exhortación “La alegría del amor”. No la he leído. Me fío de los comentarios, de diversas sensibilidades, que he leído y he escuchado. El núcleo central es la pastoral familiar. Parece que no cambia nada en lo fundamental: fidelidad a la Palabra de Dios y en continuidad con la Tradición de la Iglesia.
Sí que hay un cambio importante e insistente: en la interpretación y la aplicación de lo que consideramos fundamental. Se impone el discernimiento.
El diálogo que mantiene Jesús con Pedro es el paradigma de la relación Cristo-Iglesia. La Iglesia está invitada a amar y a seguir a Jesús. Lo hace como puede. El sacramento del matrimonio nos recuerda esa relación de amor Cristo-Iglesia. Cada matrimonio sostiene el amor como puede. Algunos lo sostienen de forma incondicional. Otros tienen que volver a empezar desde cero. A estos últimos son a los que tendremos que acompañar, siempre que lo deseen, los que tenemos alguna responsabilidad pastoral en la Iglesia. Les tendremos que recordar que al igual que ellos amamos (a Jesús) como podemos.