Domingo de Ramos
Entrar en el corazón de Jesús
Con el domingo de Ramos comienza la “Semana grande” de los cristianos. Para entender esta expresión nos tenemos que situar en los veranos del País Vasco, donde cada una de sus ciudades, y cada una a su estilo, con el pretexto de honrar a la patrona (la Virgen María en sus diferentes advocaciones), se sumergen en ambiente festivo.
La liturgia de este día comienza así, en ambiente festivo. De fondo, la decoración de los ramos de laurel o de olivo o las palmas. Ya no es como en otros tiempos, donde hasta en los pueblos pequeños se hacían grandes procesiones por las calles, borrico incluido. Ya no es como en otros tiempos, donde en algunos lugares para subrayar la fiesta ese día se estrenaba ropa, cuando estrenar ropa era un acontecimiento importante. Ahora ya no lo es. Con todo, el texto evangélico de la procesión de entrada nos anima a introducirnos en el ambiente festivo de las calles de Jerusalén para recibir a Jesús como Mesías.
El pasaje de Lucas deja entrever el primer contraste: mientras la masa de los discípulos aclama a Jesús, algunos de los fariseos le piden que les haga callar. Entra en escena el deseo de hacer callar a Jesús. Ahora definitivamente.
Hay que decir que la mejor homilía para el día de hoy, y también para todo el Triduo pascual, es la que se nos pronuncia en nuestro interior después de haber proclamado/escuchado cada uno de los textos que nos presenta la liturgia. Lectura/escucha contemplativa y después… silencio.
Algunos subrayados en clave orante.
Entrar en el corazón de Jesús todavía rodeado por los suyos. En el pan y el vino nos deja el signo de su presencia entre nosotros, a la vez que nos invita a ser pan partido y compartido… también con los que quedan al otro lado de las alambradas, físicas y en el corazón, que vamos construyendo. ¿Cómo resonarán en los oídos de los gobernantes cristianos que celebren la eucaristía las palabras de Jesús: “…Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor…”.
Entrar en el corazón de Jesús en el momento de la más absoluta soledad. Humanidad hecha angustia: “Padre, si quieres aparta de mi este cáliz…”. Ante el sufrimiento no hay indiferencia psicoafectiva posible, porque el sufrimiento, en sí mismo, es malo. Hay que combatirlo, el propio y el ajeno. Esa ha sido la misión de Jesús, arrancar a las personas de las garras del sufrimiento en todas sus formas. Misión en obediencia al Padre, fundamento de la indiferencia espiritual: “…pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Entrar en el corazón de Jesús abandonado por los suyos, con un beso o una negación, y confrontado con el poder cuasi omnímodo del Mal, tenga el disfraz del poder religioso o del poder político. Ni la palabra ni el silencio sirven de defensa.
Entrar en el corazón de Jesús y acompañarle camino de “La Calavera”. Acompañarle como podamos: cirineos ¿obligados?, no sabe muy bien por qué o por quién; mujeres con las entrañas desgarradas, porque a Jesús lo podemos concebir de muchas maneras;…
Entrar en el corazón de Jesús en esos últimos momentos de su vida donde se ve, ¡una vez más!, confrontado con el mal que nos acompaña, “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”, y con el bien anima, “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
Entrar en el corazón de Jesús y prestarle nuestra voz, que tantas veces proclama: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
Entrar en el corazón de Jesús y descansar en él.