Primer Domingo de Cuaresma
Volver… a Dios… al prójimo… a mí
El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza, dimos comienzo al tiempo de cuaresma. Probablemente el modo de vivir la cuaresma en 2016 no tiene nada que ver con el modo en que la vivíamos hace cuarenta años, por utilizar un número simbólico. Aunque los modos sean totalmente diferentes el sentido de la cuaresma no ha cambiado. Por un lado, nunca está de más recordarlo, la cuaresma es camino hacia la Pascua. La cuaresma nos pone más mirando a la luz que a la oscuridad, a la vida que a la muerte, a crecer como personas que a machacarnos a nosotros mismos. Pero, a la vez, y es justo reconocerlo, para poder crecer como personas tenemos que revisar nuestros modos y estilos de vida, para que nos ayuden en el objetivo de alcanzar la luz, el crecimiento, la vida.
La liturgia del miércoles de ceniza nos recordó los medios que nos ayudan a ponernos en camino de conversión: el ayuno, la limosna y la oración. Medios para tomar conciencia de nosotros mismos, de los demás y de Dios.
Curiosamente nuestra sociedad, esa que decimos que se está descristianizando, está disfrazando esos mismos medios cambiándoles de nombre, pero en el fondo buscan un fin similar, aunque lo hagan sin referencia explícita a Dios. Por eso hay grupos y movimientos que buscan ser más personas, ser más solidarios, ser más conscientes de que el futuro de la Humanidad nos transciende.
Al ayuno hoy se le podría llamar “decrecimiento”. Es la opción voluntaria y consciente que hacen algunas personas de renunciar al consumismo para evitar ser un engranaje más del mercado. Todo está pensado para que consumamos, llenarnos de muchas cosas para que no tomemos conciencia de nuestro vacío interior.
La invitación del Evangelio es a la conversión, a volver a nosotros mismos, a no buscar fuera lo que ya llevamos dentro. El ayuno tiene que ver con el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos.
La primera tentación que se le presentó tuvo una doble dimensión. La primera, cuestionar su identidad: “Si eres Hijos de Dios…” Eso es lo que se le había revelado, esa fue su experiencia fundante en el Jordán, antes de ser conducido por el Espíritu al desierto. Una tentación que nos puede acechar a nosotros es esa, la de que nos cueste creer que somos hijas e hijos de Dios. La segunda dimensión de esta primera tentación fue la de la satisfacción inmediata del deseo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.» Creer que la solución más inmediata es lo más adecuada. Jesús vivía desde otra clave: había un deseo mayor que polarizaba su existencia: hacer la voluntad de Dios y hacerlo al modo de Dios.
La limosna tiene que ver con la solidaridad, aunque algunas persona se enfaden por esta equiparación, con el modo en que nos relacionamos los demás. La limosna es una invitación a “vaciar nuestros bolsillos”. Vaciarnos de lo que nos impide ser nosotros mismos para entrar en contacto con las demás personas, de manera especial con las que están en necesidad. Vaciarnos de lo que poseemos, no de lo que somos, para ponernos a la altura de los demás. No soy más que nadie. Somos iguales por naturaleza. Lo que nos diferencia, el tener, queda igualado al compartir. Así es como podemos hacer un mundo más justo y posibilitar una distribución más equitativa de la riqueza. La conversión también significa volver al prójimo.
La segunda tentación que se le presenta a Jesús es la de transformar el mundo desde el poder, además conseguido a cualquier precio. Sabemos lo que eso trae consigo. No hace falta poner ejemplos, es suficiente acercarnos a un quiosco y fijarse en la portada de los periódicos, o escuchar la radio o ver la TV o leer los whatsapp que recibimos. Frente a la tentación de poder a cualquier precio, Jesús intuye que es otra la clave querida por Dios: el servicio solidario a las personas marginadas y empobrecidas. Ese había sido el modo de actuar de Dios con el pueblo elegido.
La oración tiene que ver con nuestra relación con Dios. Otros preferirán hablar de espiritualidad, para poder prescindir absolutamente de la divinidad, en cualquiera de sus denominaciones. Hay expertos en sociología de la religión que afirma que una religión empieza a desaparecer cuando los creyentes dejan de orar. Hoy se precisa una verdadera ascesis para no olvidar este aspecto tan fundamental de nuestra vida que es la relación con Dios a través de la oración. Hay tantas cosas urgentes a las que tenemos que dar respuesta, tantas cosas importantes que ocupan nuestras vida, tanta oferta banal que nos entretiene, tanta vida ajena televisiva que nos divierte, tanto espectáculo que nos deslumbra, tanto mundo virtual que nos encandila, tanta pelea política que nos cansa,… que finalmente no nos queda tiempo para la relación con Dios en la oración.
Hasta que aparece una necesidad que nos recuerda que necesitamos urgentemente de Dios para que nos solucione algo urgentemente, de forma llamativa y extraordinaria. Tentación de poner a Dios a nuestro servicio. Tentación que acechó a Jesús en el desierto, en otros momentos de su vida y, de manera espectacular, en Getsemaní.
Las tentaciones que acecharon a Jesús son las que nos acechan a nosotros en la vida cotidiana. La tentación permanente es olvidarnos de nosotros mismos. La tentación permanente es olvidarnos del prójimo. La tentación permanente es olvidarnos de Dios. Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo para volver a mí, al prójimo y a Dios. O, si prefiere, tiempo para volver a Dios, al prójimo y a mí.