Vigesimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario
Un cristiano que no sirve, no sirve para nada
“La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente. Pues los dos mil millones de hombres, cuyo número aumenta sin cesar, que se reúnen en grandes y determinados grupos con lazos estables de vida cultural, con las antiguas tradiciones religiosas, con los fuertes vínculos de las relaciones sociales, todavía nada o muy poco oyeron del Evangelio; de ellos unos siguen alguna de las grandes religiones, otras permanecen ajenos al conocimiento del mismo Dios, otros niegan expresamente su existencia e incluso a veces lo persiguen”.
No me estoy equivocando al decir dos mil millones. Era la población que tenía la Tierra hace 50 años, cuando se promulgó el Decreto conciliar “Ad gentes”, sobre la actividad misionera de la Iglesia”. Ése es uno de los cambios significativos, que en estos cincuenta años la población casi se ha cuadriplicado.
En otras cuestiones seguimos igual o manifiestamente peor, como pueden ser:
- “[que muchos de ellos] poco oyeron del evangelio”, esto es hoy especialmente válido para nuestra sociedad europea que definimos como cristiana, pero que desconoce en qué consiste su identidad más genuinamente evangélica;
- “lo niegan expresamente [a Dios]”, sin la formación intelectual y la reflexión de los grandes ateos, más llevados por la moda o lo políticamente correcto;
- “lo persiguen”, nunca en dos mil años de historia el cristianismo había sufrido una persecución tan brutal explícita o implícitamente como la que se está viviendo en el siglo XXI, aunque parezca que no exista. Esta misma semana recibía un correo de una de esas organizaciones que se llaman de defensa de los Derechos Humanos en el que me pedía la firma para protestar por la condena que iba a recibir una persona no sé por qué motivos. La respuesta fue que llevo años esperando que pidan firmas para protestar porque una persona ha sido condenada a muerte por el solo hecho de ser cristiano. No espero que me contesten. También en nuestra sociedad hay una cristianofobia sutil.
“La Iglesia, para poder ofrecer a todos el misterio de la salvación y la vida traída por Dios, debe insertarse en todos estos grupos con el mismo afecto con que Cristo se unió por su encarnación a determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió”. Son palabras del mismo documento “Ad gentes”.
Estas semanas, como preparación al día de hoy, celebración del DOMUND, hemos tenido el testimonio de dos misioneras alavesas.
Esher Arrieta, natural de Ozaeta, Franciscana Misionera de María. Lleva casi 30 años en Marruecos, después de haber sido misionera en América Latina. Impresiona el testimonio de esta mujer de 80 años. Hay un detalle que me pareció significativo. Al pedirle que se hiciera una foto con las niñas y niños de 5º de Primaria se puso de rodillas, “para estar a su altura”. Dice mucho de un estilo de vida. De rodillas, a pesar de la edad.
Teo Corral, vitoriana del barrio de Adurza, Carmelita de la Caridad (Vedruna). Lleva más de 20 años en África. Últimamente en Chad, trabajando en campos de refugiados sudaneses. Chad, país empobrecido de 12 millones de habitantes, acoge a más de 500.000 refugiados de los países vecinos. Mujer contemplativa que va descubriendo la vida y la libertad que le regalan los pájaros que se posan en las concertinas de la casa en la que vive y de la que no puede salir a partir de las 6:00 de la tarde ni los fines de semana. Mujer contemplativa que sabe descubrir la dignidad que acompaña a toda persona y que la pobreza no es capaz de arrancar. Mujer valiente que es capaz de decir, por si acaso, a los adolescentes de este colegio católico que la xenofobia se la dejen en casa antes de salir.
Las dos trabajan en la promoción humana en sociedades absolutamente islamizadas y en las que no pueden pronunciar públicamente el nombre de Jesús. No hace falta, su vida lo transparenta. Son verdaderas “misioneras de la misericordia”. Lema del DOMUND de este año. Nos puede preocupar que las nuevas generaciones sepan poco de Dios, de Jesús, de la Biblia… A mí me preocupa que no tengan ni idea lo que significa “misericordia”. Y esto, como tantas cosas, supera el ámbito escolar.
En el mensaje del Papa Francisco para el día de hoy, nos dice: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio: los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (EG 48).
Somos conscientes de que las misioneras y misioneros son la parte más admirada, querida y creíble de la Iglesia. También para los no-creyentes.
Debemos recordar que, por el bautismo, todos estamos llamados a ser misioneros, a anunciar el Evangelio con nuestra palabra y con nuestra vida.
¿Cómo hacerlo? El pasaje evangélico de hoy nos ha dado la clave: el servicio. Porque como decía un obispo, “un cristiano que no sirve, no sirve para nada”. Ya sé que alguno habrá pensado, que el título del libro que escribió Monseñor Gaillot era “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. De acuerdo, lo decía por la Iglesia. Pero como Iglesia somos todos, hay que repetirlo: “un cristiano que no sirve, no sirve para nada”. La beata Teresa de Calcuta era más radical, ya que no lo circunscribía a los cristianos: “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Palabras que ha hecho suyas el Papa Francisco en su reciente viaje a América. Por tanto, nada que discutir: “un cristiano que no sirve, no sirve para nada”.