Vigesimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario
El compromiso por amor es posible
Como podemos ver, el tema del divorcio no es algo nuevo, propio de la sociedad moderna. Ya se planteaba en tiempos de Jesús, y mucho antes, “en tiempos de Moisés”.
El Sínodo sobre la familia dará mucho que hablar sobre este tema, sea cual sea la decisión que se tome sobre temas concretos, por ejemplo la comunión de las personas divorciadas que han rehecho su vida de pareja.
Sin haberse iniciado el Sínodo y afectando a cuestiones puramente formales, sin entrar en cuestiones doctrinales, ya han hecho correr ríos de tinta los dos “motu proprio” del Papa Francisco sobre los procesos de nulidad en la Iglesia católica, tanto de rito latino como de rito oriental (ya que tienen Código de Derecho Canónico específico).
Sin menospreciar el sufrimiento con que viven algunos católicos su situación “irregular” (justamente sufren más los que son más sensibles a estar en plena comunión con las disposiciones eclesiales), lo que está en juego en el evangelio no es una norma más o una norma menos, sino si el amor humano de pareja es posible o, si se prefiere, si el compromiso por amor es posible.
Aceptamos como normal las separaciones y los divorcios. Hemos normalizado el fracaso en la relación de pareja. No se trata de cerrar los ojos ante esta realidad no el corazón ante las personas que viven el fracaso de su proyecto personal compartido. Además, hemos de reconocer que es algunos casos es el mal menor.
El problema es que culturalmente se está banalizando el tema. Hemos convertido en espectáculo el fracaso matrimonial. Ahí están las cadenas televisivas que han hecho del morbo su mercado, dispuestas a contarnos con pelos y señales, a cualquier hora del día o de la noche, los episodios más conflictivos de las parejas, cuanto más famosas, mejor. No es raro ver cómo se denigran mutuamente “en vivo y en directo” aquellas mismas personas que fueron foto de portada en las llamadas revistas del corazón. Lo más triste es que poco a poco hemos introyectado que ése es el modelo normal de pareja y ése es el modelo normal de relación.
La familia ordinaria, que en medio de las dificultades de cada día convive con normalidad, no es noticia. El ser feliz con la persona a la que se ama, no es noticia. El agradecer cada día el poder compartir la vida con una persona y tener un mismo proyecto, no es noticia. La única noticia que “vende” es la de la infidelidad o la del fracaso (y cuanto más daño mutuo se haga, mejor).
La respuesta de Jesús a la pregunta que le hacen los fariseos, “le es lícito a un hombre divorciarse de su propia mujer”, nos puede parecer muy exigente. Los rabinos de aquel tiempo eran mucho más permisivos. Unos, permitían el divorcio por cualquier motivo que fuera interpretado como “desagradable” por el marido. Otros, sólo lo permitían en caso de adulterio. En todos los casos eran los varones los que dictaban sentencia y tomaban las decisiones.
De una lectura rápida de la explicación que da a los discípulos cuando están en casa, “si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”, podríamos concluir que Jesús está reivindicando la igualdad fundamental entre el varón y la mujer: si el divorcio es bueno, si es la solución para un fracaso matrimonial y la frustración de un proyecto de vida compartido, la iniciativa la puede tener cualquiera de las dos partes: el esposo o la esposa. No negamos este aspecto teniendo en cuenta el talante de Jesús y su relación con la mujer.
Sin embargo, Jesús está reivindicando es más radical, está apuntando al ideal del Reino, al sueño de Dios sobre la humanidad y, en este caso, sobre el amor humano de pareja. De ahí su referencia al libro del Génesis, al momento primordial, la situación original, donde todavía no se daba la “terquedad”, la dureza de corazón.
Jesús está reivindicando la propuesta de Dios: el amor humano de pareja como camino de felicidad. Sabemos que ningún proyecto común es fácil. Menos aún el de la vida compartida. El amor, como todo lo valioso de nuestra vida, además de acogerlo como don (que es lo que realmente es), es también tarea y fruto del esfuerzo, de la perseverancia, del empeño, de la lealtad, de la fidelidad,… del compromiso… por amor.
Sabemos cuál es la realidad. Sabemos de los fracasos en la relación de pareja, sea antes o después del matrimonio, sea éste canónico o civil.
Sabemos que detrás de cada fracaso hay un drama humano, en el que sufre la propia pareja, y que salpica a las hijas y a los hijos cuando los hay.
¿Qué hacer en esos casos? Recordar el principio de la misericordia, tan propio de Jesús, sin olvidar el ideal de Reino, y en este caso el sueño de Dios sobre el amor humano.
La Iglesia no es una madrastrona que se empeña en mantener unido lo que ya está roto, que se regocija en no dar una segunda oportunidad a aquellas personas que han fracasado soberanamente para que no puedan rehacer su vida. Pero la Iglesia tampoco puede aceptar acríticamente los valores sociales que se van imponiendo, también en relación a cómo vivir el amor humano de pareja desde claves evangélicas.
Si los cristianos no asumimos que es mejor el amor que el desamor; si no asumimos que el conflicto es parte de la existencia; si no asumimos que la práctica del perdón es lo propio de la praxis de Jesús, y por tanto nuestra; si no asumimos que la separación es el camino último después de haber recorrido todos los senderos posibles hacia la reconciliación… ¿qué es lo que ofrecemos de diferente a los demás? Por lo menos tenerlo claro teóricamente. Después, como tantas veces nos pasa, se vivirá lo que se pueda.
El matrimonio -¿hay que añadir “canónico”?- es sacramento, el amor humano de pareja nos recuerda el amor que tiene Dios a la humanidad, el amor de Cristo a su Iglesia… cada proyecto matrimonial frustrado nos recuerda la incapacidad de la humanidad de acoger el amor de Dios, la incapacidad de la Iglesia de acoger el amor de Cristo. Por eso es tan importante el “éxito” del amor humano.
No podemos renunciar al ideal del amor con minúsculas… para que no se nos haga imposible creer en el Amor, con mayúsculas.
La cuestión no es solo divorcio sí o divorcio no. ¡Qué clarividencia la de Jesús frente a aquellos que le quieren poner a prueba!
La cuestión es creer o no creer que el sueño de Dios se pueda realizar en la historia. Creer o no creer que el amor de pareja sea posible. Creer o no creer que el compromiso por amor sea posible.