Comenzar a escribirte cuando has recibido una noticia de este tipo no es nada fácil; tampoco nos conocíamos demasiado, pero habías tenido tu primera experiencia de cooperación con nosotros en Gonaïves (Haití), y nos contabas lo que habías aprendido y que te estaba facilitando tu trabajo en Senegal, donde llevabas varios años.
No sé qué puede sentir un o una no creyente ante la experiencia de la muerte de una persona querida y cercana, porque soy creyente, y porque sé que ese Dios madre-padre que siempre te ha amado, y te sigue amando, te ha tenido siempre en su regazo, incluso cuando ibas en la moto y un camión asesino te encontró.
Has encontrado definitivamente ese Haití y ese Senegal por los que trabajaste, ese Haití y Senegal en paz, en el que las personas se sienten dichosas y amadas, en el que los niños y las niñas juegan felices, con unos ojos grandes y brillantes que te miran, y que sonríen al verte.
Le pido a Dios por ama y aita, que están sufriendo como solamente pueden sufrir unos padres ante la pérdida de su hija. No tengo respuestas, ni preguntas, solo perplejidad. Pero le doy gracias a Dios por tu vida, demasiado corta, pero que ha merecido la pena.
Que tu vida siga siendo camino para nosotras y nosotros. Un musu.
Nerea: te he venido conociendo de a poco, a través de los diálogos con tu ama y aita, y ahora con tus compañeros de Haití. Donde quieras que estés, es un placer seguir conociéndote. Un abrazote desde Colombia.