Vigesimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Cargar con la cruz… siguiendo a Jesús
Seguro que en más de una ocasión nos habremos preguntado, “¿qué dirá la gente de mí?” De hecho, lo reconozcamos o no, en ocasiones hasta la ropa que elegimos para vestir está en función de lo que los demás podrían decir de nosotros. No sé cómo funcionarán ahora los matrimonios. Había un tiempo en que era la mujer la que se encargaba de decirle al marido lo que se tenía que poner, para que no fuera hecho un adefesio y la gente no dijera, “que esposa tendrá ése para dejarle salir a la calle de esa manera”. Aunque uno sea muy maduro y no dependa de la imagen externa ni siquiera de los condicionamientos internos para agradar a los demás, lo cierto es que los otros ahí están y no nos son ajenos. Tal vez no nos atrevemos, como Jesús, a preguntar a los demás quién dice la gente que somos.
Además vivimos en una sociedad en la que todo el mundo pregunta, todo el mundo hace encuestas. Las cadenas comerciales, las agencias de viaje, las tiendas de moda,… están interesadas en saber cuáles son nuestros gustos en necesidades, para poder satisfacerlos. Todo al servicio del cliente. Internet mediante sus cookies quiere personalizar nuestras búsquedas adaptándose a nuestros intereses. Los políticos se basan en las encuestas para poder ofrecer un programa acorde con la sensibilidad ideológica de la gente, si es que antes no consiguen manipularla. También el ciudadano es un cliente.
Las empresas se han ido habituando a la gestión por procesos y a la mejora continua de la calidad, para eso tienen que tener en cuenta el nivel de satisfacción de los clientes. El mundo educativo no es ajeno a esta cultura de la encuesta y la evaluación.
Queremos saber si vamos haciendo bien las cosas, si se van consiguiendo los resultados esperados, si se van cumpliendo los plazos señalados, si nuestros planes estratégicos eran, además de acertados, adecuados. Se corre el riesgo de que el acento de los objetivos los ponga el cliente y no un Proyecto educativo. Se corre el riesgo de ir renunciando poco a poco al sentido de la fundación de una obra educativa. Pongo este ejemplo por celebrar la fe dominicalmente en una obra educativa.
También Jesús se preguntó. Hay una diferencia fundamental entre las preguntas que estamos acostumbrados a hacer, a escuchar y a responder. Jesús les podría haber preguntado por el nivel de éxito de su misión. Todo indicaba que su misión iba viento en popa: la gente le seguía; su mensaje y su praxis estaban siendo bien acogidos. Había algo nuevo en él: las palabras de los antiguos profetas se empezaban a cumplir con los signos que les acompañaban. La gente en su asombro exclamaba: “todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, tal y como escuchábamos en el pasaje evangélico del domingo pasado.
Pero Jesús no se conforma con las apariencias ni con el éxito fácil. No es un charlatán de feria que quiere embaucar a la gente con un discurso envolvente o un gurú de voz cálida que hipnotiza. Lo de Jesús no va por ahí. Tampoco es un curandero que se quiere aprovechar de su éxito y de su fama.
Lo de Jesús es otra cosa. Está en juego el modo en que vive a Dios y lo que percibe que es el proyecto de Dios para la Humanidad, el Reino.
Porque no se conforma con las apariencias, porque quiere aclarar expectativas, despejar dudas y superar prejuicios, la pregunta no es por lo que hace sino por quién es. Pregunta por lo que está percibiendo la gente de su identidad: “¿quién dice la gente que soy yo?”.
Las respuestas no podían ser más halagüeñas: Juan Bautista, Elías, uno de los profetas, incluso el mismo Mesías. ¿Qué más podía esperar Jesús? Pero Jesús sabe que le están diciendo una verdad a medias, porque la gente también de él que es un comilón y un borracho y, aunque los evangelistas no lo recogen, seguro que también decían que era un mujeriego. Lo de comilón y borracho lo recogen tanto Lucas como Mateo, probablemente tomado de la llamada fuente “Q”.
Respuestas con verdades a medias, pero sin dejar las referencias históricas y humanas, la gran aportación del cristianismo a la Historia de las Religiones. No se les ocurre decir omnipotente, omnipresente, omnisciente… y tantas características que la filosofía y la teología han atribuido a Dios. Pero tampoco se les ocurre decir, como en las nuevas espiritualidades: el fondo de todo lo existente, la presencia que todo lo habita, el vacío pleno, la energía universal, el latido cosmíco,…
Jesús se podría haber conformado con los halagos de sus seguidores: estaba respondiendo con creces a las expectativas de la gente, le tenían por más que algunos de los grandes personajes de la historia de Israel. Llegando incluso a confesarle como “Mesías”. Jesús, una vez más, les hace salir de sus prejuicios y precomprensiones.
Sí, es el Mesías Salvador, el esperado desde todos los tiempos, el anunciado por los profetas, el liberador de Israel. Sí, es él, pero no como ellos se lo imaginan. Su proyecto salvador no es según los planteamientos humanos. Lo de Jesús no pasa por el éxito que huye de todo conflicto y confrontación. Lo de Jesús es una apuesta seria por la verdad, por la justicia, por la libertad,… desde el amor.
Entendemos la reacción de Pedro. Un mesianismo que habla de condena y de ejecución. El miedo le paraliza y ya escucha más, ya no oye las palabras de Jesús que hablan de resurrección, del éxito definitivo de Dios.
Pedro se queda a las puertas de la muerte. El oír hablar de sufrimiento le ha embotado los oídos. Ha caído bajo las garras del mal. Ése es el poder del mal que puede llegar a paralizarnos, sea a nivel de crecimiento personal o de transformación social. Nos hace creer que él, el Mal, tiene la última palabra.
Sin embargo, Jesús nos dice que la última palabra la Vida, la resurrección… pero hay que escucharla y hay que esperar “al tercer día”.
Tercer día que ha de ser esperado junto a Jesús, para que sea una espera paciente y confiada. Al mal cuando le miramos de frente nos destruye. Hay que hacerlo junto a Jesús. La cruz de cada día, la vida misma, la tenemos que coger junto a Jesús, y seguirle por sus caminos, también por aquellos que aparentemente nos conducen al fracaso y a la muerte.
Ésta es la dificultad de la propuesta de Jesús, que nos pide que “perdamos” la vida por el Evangelio. Nos pide que prosigamos su causa y que confiemos.
La cruz que tenemos que coger cada día es la de atrevernos a vivir las bienaventuranzas, porque es así como podremos ser dichosos. La cruz que tenemos que coger cada día es la de ponernos en dinámica de juicio final, de compasión con el prójimo en necesidad, para experimentar que somos benditos de Dios. La cruz que tenemos que cargar cada día es que nuestra fe tiene implicaciones concretas en nuestra vida ordinaria, que tenemos que cargar con la realidad y encargarnos de ella, ya que por nuestras obras también probamos nuestra fe, como nos recuerda el apóstol Santiago.
Al invitarnos a tomar la cruz, Jesús no nos está invitando al sufrimiento, sino a que, como él, andemos el camino del amor… que nos puede conducir a la cruz, como a él. Nosotros, al hablar del camino del amor, podemos hacer discursos bonitos, decir que el amor nos pide vaciarnos de nosotros, para que el otro pueda entrar en nuestras vidas; que el amor nos pide descentrarnos, para poder ver la realidad también desde el otro y sus circunstancias; que el amor nos pide asumir el sufrimiento personal para liberar al prójimo del suyo; que el amor nos pide salir de nuestra comodidad para solidarizarnos con las reivindicaciones justas de nuestros conciudadanos;… todo eso son discursos bonitos y además muy verdaderos.
Pero hay cristianas y cristianos a los que hoy les está tocando tomar su cruz literalmente. Estoy pensando en los cientos de miles de cristianos que están siendo perseguidos en Oriente Medio, pero también en otras partes del mundo. El colectivo humano más perseguido y que más violencia, en todas sus formas, está sufriendo a lo largo del siglo XXI es el de los cristianos.
Algunas personas al leer o al escuchar mi reflexión del domingo pasado pudieron pensar que al hablar de la llamada “crisis de los refugiados” estaba cargando toda la culpa sobre los países occidentales y la sed de petróleo. Sin desdecirme de nada de lo que dije entonces, tengo muy claro que hay dos grandes actores criminales: las mafias organizadas, que hacen del tráfico de armas, del tráfico de drogas y del tráfico de personas las grandes fuentes de sus ingresos económicos y, especialmente, la organización terrorista llamada “Estado Islámico”.
Hace más de un año que muchas confesiones cristianas, y también algunos grupos musulmanes, denunciaron la persecución a la que eran sometidas en Siria e Irak muchas minorías étnicas. Muchas personas tenemos en nuestros perfiles en las redes sociales la “nun”, la “n” árabe, una especie de n invertida con un punto en medio (ن), signo con el que se marca a los “nazarenos”, de ahí la “n”, que es como les llama a los cristianos. Con ese sencillo signo de la “n” queremos que se nos identifique claramente como lo que somos y decimos que estamos dispuestos a correr la misma suerte que están corriendo tantas cristianas y cristianos por no renunciar a su fe. Estamos dispuestos a cargar con la cruz, porque queremos seguir a Jesús.
Mañana, día de la exaltación de la Santa Cruz, mejor sería del Crucificado, es una buena ocasión para que recemos por los cristianos perseguidos y por tantas personas que se arrastran por la vida bajo el peso de cruces que se les hacen insoportables.