Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario
Enviados por Jesús a la misión
Recordamos como en el pasaje evangélico que se proclamó el domingo pasado Jesús no fue bien acogido entre sus paisanos, no fueron capaces de discernir lo que significaban las palabras, llenas de sabiduría, que salían de sus labios ni las obras de liberación que obraban sus manos. El personaje era tan conocido que el mensaje no les aportaba ninguna novedad. Se instalaron en el prejuicio.
Jesús, lejos de rendirse ante las dificultades, se empaña en seguir con la misión encomendada por el Padre. No era un profeta en busca del éxito personal. Busca colaboradores para una misión que se antoja dificultosa… entonces y ahora.
Las claves del envío de aquellos primeros misioneros de entonces las podemos tener en cuenta los misioneros de ahora: dinámica comunitaria, precariedad de medios, invitación a la conversión por la palabra, el testimonio de los hechos y, sobre todo, con la autoridad de Jesús.
Dinámica comunitaria: enviados de dos en dos. Se puede explicar desde aspectos jurídicos vinculados al Antiguo Testamento: la necesidad del testimonio de dos personas para dar veracidad a un hecho y como garantía procesal para evitar el falso testimonio.
Sin negar esta perspectiva jurídica, lo que es claro en la vida de Jesús es su apuesta por lo comunitario frente a lo individual, si bien finalmente cada uno responde de sus actos. Esto lo vivió es su propia carne aquel que lo dio todo por su grupo. Jesús lo comunitario lo vivió como experiencia trinitaria: lo que recibe del Padre se lo transmite y entrega a sus discípulos y hermanos.
La experiencia nos dice que los proyectos de misión excesivamente personalistas terminan en el fracaso o con un éxito relativo mientras permanece la persona que parece sustentarlo. Riesgo de culto a la personalidad más que apuesta por el proyecto de Jesús.
En lo comunitario se encierra la pedagogía del sostener común. Podemos empezar con mucha ilusión muchos proyectos, más si los consideramos bien pensados, discernidos y diseñados. Comenzamos poniendo en ellos toda nuestra energía y todo nuestro saber hacer. Puede que veamos pronto algunos resultados positivos. Pero en cuanto la realidad se resiste, y muchas veces hemos comprobado que es tozuda, o los cambios no se producen ni con la rapidez ni con la intensidad que habíamos previsto, puede asaltarnos la tentación de la inutilidad de nuestra acción o puede que el cansancio se apodere de nosotros o la duda si estaba tan bien pensado, discernido y diseñado. Es la hora del sostener común. Es la hora de recordarnos los unos a los otros que somos enviados por Jesús a la misión.
Precariedad de medios: un bastón y sandalias. ¿Nada más? ¡Nada más! ¿El testimonio de la pobreza que evangeliza? Tal vez. Sobre todo, confianza en Dios.
Los discípulos debemos continuar la misma misión de Jesús y con su mismo estilo. Esto último es muy importante. Algunas personas se habrán rasgado las vestiduras porque el Papa Francisco haya pedido perdón por lo que se llamó la “conquista o descubrimiento de América”. No se pone en cuestión tanto el haber llevado el mensaje evangélico cuanto que los medios que se utilizaron, en algunos casos, no se correspondían con el mensaje que se quería transmitir.
Entre nosotros, y esto se hace radicalmente evidente en el País Vasco, la Iglesia Católica,
como institución, y el catolicismo, como visión cultural, han perdido la presencia social han tenido hasta hace unos pocos años. El problema no es que seamos menos, sino que el mensaje del Evangelio ha perdido significatividad. Es más, al cristianismo en su conjunto, al margen de que se trata de una confesión u otra, se le percibe como algo decadente. Lo cual no quiere decir que no se siga valorando la acción social de la Iglesia-ONG que, más allá de lo que se diga, se sigue financiando con grandes aportaciones de sus fieles. Esto enlaza muy bien con el testimonio de los hechos como clave del envío misionero.
En estas circunstancias, puede ser una gran tentación tratar de recuperar a cualquier precio el poder perdido: alianzas con determinados partidos políticos, movimientos sociales (no necesariamente eclesiales), medios de comunicación, presencia proselitista (y en ocasiones agresiva) en las redes sociales,… misión, sí, pero a su estilo. No vamos por nuestra iniciativa sino enviados por él.
Precariedad de medios, para no les demos más importancia que al mensaje que anunciamos.
La relación interpersonal sigue siendo imprescindible. Cada vez son más los agentes de
evangelización cibernéticos que reivindican la “desvirtualización” de las relaciones a favor
del tú a tú presencial.
Somos conscientes de que para que el anuncio tenga mayor eficacia, este mensaje ha de ser
vivido por el discípulo. La conversión primera es la que se ha de dar en el corazón del
creyente. Los demonios que han sido expulsados de nuestro interior, las curaciones que
hemos experimentado son las mejores sandalias y el mejor bastón para nuestro camino. Esa experiencia es la que nos hace que nos sintamos enviados por Jesús a la misión.