Segundo Domingo de Pascua
Misioneros y testigos de la alegría
El lema elegido en nuestro arciprestazgo para este tiempo de Pascua es “Resucita la alegría”, que está en continuidad. Así es, hay continuidad entre la Cuaresma y la Pascua.
“A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”. Así le decían los sacerdotes y los escribas a Jesús, en el evangelio de la Pasión que escuchamos el domingo de Ramos, final de la cuaresma y comienzo de la semana grande de los cristianos.
“A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar”. En la negación iba la confesión. Lo que les pasó a los sacerdotes y a los escribas la tarde de la crucifixión, les pasaba a los apóstoles después de la resurrección. Eran testigos de que Jesús había salvado-sanado a mucha gente. Pero también eran testigos de que todo había acabado en la cruz: incapaz de salvarse a sí mismo. Eso es lo que habían visto y lo que se les había quedado grabado en la memoria, a pesar de que algunas mujeres y algunos del grupo decían que le habían visto. Pero la garantía era lo que habían visto sus ojos, lo que habían experimentado en aquel atardecer del viernes santo: que no se había podido salvar a sí mismo.
Experiencia radicalmente humana y confesión creyente: no nos podemos salvar a nosotros mismos. No sé si podemos salvar a los demás, pero lo cierto es que cuando contemplamos nuestra vida, tenemos que confesar agradecidos que la salvación la tenemos que acoger como don: el don que los demás son para nosotros; el don que, sin saberlo, hemos sido para los demás. Eso es lo que nos salva. Así aconteció en Jesús: él se empeñó en salvar a los demás, y Dios se empeñó en salvarle a Él.
La experiencia del atardecer del viernes santo, en el que el servicio, la bondad y la justicia habían sido crucificadas, les sumió en la oscuridad y la noche a los seguidores de Jesús. A las y los seguidores de Jesús también se les iba apagando la fe, la esperanza, la luz que había supuesto Jesús en sus vidas. Se apoderó de ellos el miedo y la tristeza.
No es extraño que el evangelio que hemos escuchado hoy comience diciendo: “Al anochecer de aquel día…”. Tal vez hubiera sido mejor decir, “En aquel día en que todo era anochecer…”.
Lo primero que hace Jesús es ofrecerles su Paz. Una paz que renueva la fe. Una paz que sostiene la esperanza debilitada. Una paz que ilumina la oscuridad de la noche. Una paz que les hace salir del miedo que les había encerrado en sí mismos. Una paz que disipa toda tristeza. Una paz que resucita la alegría: “se llenaron de alegría al ver al Señor”. Es la paz que nos sigue ofreciendo Dios, a ti y a mí, a través de Jesucristo Resucitado. Es la alegría que se nos sigue comunicando y que debemos compartir con los demás. Enviados a ser misioneros y testigos de la alegría. Como lo fueron los discípulos con Tomás.
Ante la incredulidad de Tomás se pueden hacer por lo menos tres lecturas:
Desde el aspecto comunitario de la fe. Dicho brevemente: no se puede ser creyente por libre. Vemos las dificultades que hay para creer incluso con el testimonio de toda la comunidad. Traducido: no se puede creer al margen de la estructura comunitaria, al margen de la Iglesia, porque se abandona la fe o se hace un Dios a la medida de cada cual.
Desde la perspectiva de la personalización de la fe. Aunque haya que correr el riesgo de la exaltación de la subjetividad, algo que empalma con la modernidad, solo se puede creer desde la propia experiencia, más en una cultura en la que Dios no es evidente, como lo podía ser hace unas décadas, y donde nuestra fe está confrontada con los avances de las ciencias, sean naturales o humanas, y, en ocasiones, hasta de las propuestas esotéricas de moda.
Continuidad Jesús histórico-Cristo de la fe. Lo que pide Tomás es más que una verificación empírica, es mucho más que simplemente ver a Jesús: quiere meter el dedo en el agujero de los clavos y la mano en su costado. Tomás quiere comprobar que el Resucitado es el Crucificado. Tomás quiere estar seguro de que la vida de Jesús no ha sido inútil, que su opción por los pecadores, por los enfermos y los marginados,… que su manera de entender el Reino ha sido acogido por Dios. A Tomás no le vale cualquier resucitado. Tomás quiere estar seguro de que Dios apuesta por la bondad frente a la maldad de todos los sistemas, sean civiles o religiosos, sean conservadores o revolucionarios, porque no debemos olvidar que Jesús fue condenado por el Templo y la autoridad civil, pero que también les resultaba molesto a los que defendían la violencia como medio de transformación política. Tomás quiere estar seguro de que las víctimas de todos los tiempos son rehabilitadas por Dios en el Resucitado injustamente crucificado. Tomás quiso dar por bueno el viernes santo: Jesús no se pudo salvar a sí mismo, pero ha sido salvado por el Padre. Ante esta evidencia no puede menos que exclamar agradecido: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Nosotros, como Tomás, compartiendo la experiencia de fe de la comunidad, estamos invitados a ser misioneros y testigos de la alegría.