LA MOTO
¡Dios mío! Debo de ser un idiota perdido. Además, de los que reflejan la idiocía en la cara…
¡Buenas noches!
Uno de mis problemas pequeños, pero que a veces me hacen mucha pupa, es la excesiva credulidad que me impide ver al verdadero necesitado y no confundirlo con el granuja…
Ya me estoy enfadando… Como si la culpa fuera tuya… Lo siento, pero es que… esta vez ha sido gorda…
El pájaro de turno me dio la sensación desde el principio, de serlo de mal agüero… Pero —soy idiota, ya te lo he dicho… — ¡me la ha dado con queso! No recuerdo su nombre. Me lo dijo la primera vez.
A mediodía, yo estaba ocupado con otros, él se mantenía de pie, un poco alejado del grupo. Como avergonzado…
Me acerqué… Quería ir a Katiola, a casa de sus padres…
Al día siguiente estaba aquí, por la mañana… No había ido a su pueblo, aunque él mantenía que sí… Ahora resulta que estaba enfermo. Tenía sífilis, eso dijo. Y hasta hizo ademán de querer mostrarme el chancro… que se le estaba extendiendo… Quería curarse y no tenía la cartilla de Salud. Me dio pena y le entregué el importe y algo más… pero le dije que yo no correría con la receta médica… ¡Ya, ya! Inútil. Por la tarde estaba con la receta…
—No y no… Ya te lo he dicho. Ahora vete a buscar el dinero a otra parte…
—En el nombre de Dios… —y se quería poner de rodillas.
Me dio rabia…
—La última vez que te veo por aquí.
Y le entregué el dinero para las medicinas…
Frase proverbial en mí y de la que se ríen los que me conocen… Añaden: «para lo mismo responder mañana…»
Todavía cuatro o cinco veces más. Y cada vez me decía a mí mismo que tenía cara de pillo… de «escroc».
Esta tarde le he visto aún. Le he mandado a paseo y he entrado en la Sala de estar…
Al salir, por si aún estaba allí esperando, al cabo de cinco minutos…, la moto había desaparecido…
—¡Ay, dios mío!
Me doy pena yo mismo… ¡Hasta mañana!