Francisco se quedó sin palabras cuando Glyzelle Palomar, una niña de 12 años rescatada de los más terribles abusos de la calle, le preguntó entre lágrimas: “Hay muchos niños abandonados por sus propios padres, víctimas de muchas cosas terribles como la droga o la prostitución. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no sea culpa de los niños? ¿Por qué son tan pocos los que nos vienen a ayudar?”. El Papa, abrazándola, no tuvo más remedio que admitir: “Has hecho la única pregunta que no tiene respuesta”.
“Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas. Solo cuando seamos capaces de llorar sobre las cosas que has dicho seremos capaces de responder a tu pregunta: ¿por qué los niños sufren? Al mundo de hoy le falta la capacidad de llorar. Lloran los marginados, los que han sido dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Y hay ciertas realidades de la vida que solo se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Cada uno se tiene que preguntar: ¿soy capaz de llorar ante un niño hambriento, drogado, sin casa, abusado, usado como esclavo…?”.