Vigesimosexto Domingo del Tiempo Ordinario
Iglesia en salida: ve hoy a trabajar en la viña… del mundo
Seguimos con la dichosa viña, con los dichosos hijos y con la actitud provocadora de Jesús.
Recordamos que en el pasaje evangélico del domingo pasado Jesús trataba de responder a una pregunta que le hizo Pedro, después de que el joven rico no hubiera aceptado la invitación de Jesús de venderlo todo, dárselo a los pobres y seguirle: “Nosotros, que hemos dejado cuanto teníamos y te hemos seguido, ¿qué vamos a recibir?”. Recordamos que Jesús le respondió con la que se podría denominar la parábola del empresario generoso y de los trabajadores insolidarios. El empresario preocupado de que a nadie le falte trabajo y un salario suficiente para subsistir. Los trabajadores insolidarios, más preocupados en buscar una ventaja social para ellos que en alegrarse porque también otros habían accedido a un puesto de trabajo y a la posibilidad de llevar una vida digna para ellos y sus familias.
Al igual que en el pasaje evangélico del domingo pasado, Jesús nos recuerda hoy que muchos considerados últimos en nuestra sociedad son los primeros a los ojos de Dios. Si nosotros no los consideramos así, es porque todavía no nos hemos convertido, aunque seamos cristianos de toda la vida.
El contexto del pasaje evangélico de hoy es muy diferente al del domingo pasado, aunque el tema de la viña, ¡dichosa viña!, nos pudiera despistar. El domingo pasado Jesús todavía estaba camino de Jerusalén. En el pasaje de hoy Jesús ya ha celebrado el domingo de ramos, que diríamos nosotros, la entrada triunfal en Jerusalén. No está solo con los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, hay más gente que le está escuchando en el Templo de Jerusalén. Sus palabras son para todos, también para nosotros hoy.
Los sumos sacerdotes y ancianos le preguntan a Jesús, “¿con qué autoridad actúas así?”. Él les responde con otra pregunta, “el bautismo de Juan, ¿qué era: cosa de Dios o cosa humana?”. Ante la negativa a responderle, tampoco Jesús les responde, y les cuenta esta provocadora parábola: la parábola de los dichosos hijos.
Si la parábola de los jornaleros de la viña del domingo pasado nos recordaba otra parábola, la del padre misericordioso, y la protesta del hijo mayor, que siempre había estado junto a su padre, y no se había enterado que ése era precisamente el regalo mejor, la parábola de hoy nos la vuelve a recordar.
El que dice “no” y va, lo podemos identificar con el hijo menor, el dilapidador de la herencia, que arrepentido se pone en camino de regreso hacia la casa paterna. Mejor ser siervo en casa del padre, que libre lejos de su amor y cuidado. El que dice “sí” y no va, lo podemos identificar con el hijo mayor: sumiso a lo que le pide su padre, pero en su corazón es incapaz de experimentar la libertad y, lo que es peor, el amor del padre. La vida es un mero cumplir.
Es verdad lo que dice la sabiduría popular, “obras son amores, y no buenas razones”, o, en palabras de san Ignacio de Loyola: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Ambas afirmaciones vendrían avaladas por el texto evangélico que acabamos de escuchar. Pero, ¡ojo!, corremos el riesgo de que el evangelio se quede reducido a un frío manual de ética, a un conjunto de consideraciones morales o a una invitación a vivir una vida coherente entre lo que predicamos y practicamos.
El evangelio es todo eso, pero es mucho más: fundamentalmente es la experiencia del amor incondicional y gratuito de Dios. Y esto también viene avalado por el evangelio del domingo pasado, en el que se nos recordaba que “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. Y viene avalado por el evangelio de hoy, en el que Jesús dice “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron”. Jesús nos dice que le creyeron, que el acogieron en su corazón; no dice que recorrieran el camino de la justicia, aunque lo podamos suponer.
No son las obras las que nos salvan, sino el amor gratuito e incondicional de Dios, que hace que las prostitutas y los publicanos nos precedan en el reino de los cielos. Entonces, ¿qué hacemos? Si todo depende del amor incondicional y gratuito de Dios, ¿no hacemos nada? Sí, por supuesto, responder a ese amor: que nuestro compromiso sea respuesta al amor de Dios, no que le preceda y menos sin discernimiento. El hacer por hacer termina agotando. Lo sabemos por experiencia. Somos cauce del amor de Dios, no la fuente.
En el “sí” y en el “no” de ambos hijos se vislumbra una falta de discernimiento. No sabemos las razones por las que el que dijo “sí” no fue. Tal vez, acostumbrado como estaba al “sí”, al estar ocupado en tantos “sí” como le había dicho a su padre, a lo mejor no le quedó tiempo para ir a la viña. No es una explicación forzada, es lo que se escucha en ocasiones en boca de personas comprometidas en la Iglesia.
Nos tendríamos que preguntar con cuál de los dos hijos nos identificamos cada uno de nosotros. Probablemente con los dos, dependiendo en qué facetas de nuestra vida, porque no nos suele resultar fácil vivir la fe de forma íntegra y coherente. Hay dimensiones de nuestra vida que están necesitadas de una mayor evangelización. Es la primera viña a la que somos enviados a trabajar.
La viña de Dios es la Iglesia. Estamos a punto de comenzar el curso pastoral en nuestra diócesis y parroquias, también en el colegio. Se nos va a invitar a colaborar para que nuestras comunidades cristianas sean más evangelizadoras. “Una Iglesia en salida” es el lema que nos va a convocar este año en las jornadas pastorales de comienzo de curso, los días 7 y 8 de octubre.
“Una Iglesia en salida”, porque la viña de Dios es la Iglesia, pero también lo es el mundo. Hay muchas maneras de responder a la llamada de Dios: mediante el compromiso político y sindical, en organizaciones que trabajan por la justicia y la paz, en el ámbito de la cultura, en tantas y tan diversas acciones como tiene Cáritas diocesana… o en las relaciones que establecemos en la vida ordinaria, que son más importantes de lo que pensamos. Nuestro testimonio de vida es el único evangelio que lee mucha gente.
Comienza el año pastoral en nuestra diócesis. Escuchamos la invitación del Papa Francisco a sentirnos “Iglesia en salida”. Escuchamos la invitación del Padre que nos dice “ve hoy a trabajar en la viña”… del mundo.