Tercer Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús sigue siendo luz
«Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos». Estas palabras que salen de la boca de Jesús no parecen ser novedosas ni originales. Ya habían sido pronunciadas por Juan el Bautista. Parece como si el evangelista quisiera subrayar que Jesús coge el testigo dejado por el profeta del Jordán al ser encarcelado.
Por lo tanto, si el contenido del mensaje de Jesús no es original, ¿cuál es la novedad aportada por Jesús? Se pueden señalar tres aspectos inseparables: su persona, su estilo comunicativo y su praxis liberadora.
A grandes rasgos, se podría decir que la vida del Bautista y de Jesús, desde el nacimiento extraordinario hasta su muerte violenta, es muy similar. Ambos van a vivir queriendo cumplir la misión para la que se sienten enviados. Ambos van a morir en el empeño, y por mantener la fidelidad al proyecto de Dios sobre sus vidas, a su propia vocación. Sin embargo, es en la persona de Jesús y no en el Bautista en quien se cumplen las profecías mesiánicas. En este sentido cobra importancia el estilo comunicativo de Jesús y su praxis liberadora.
Es en el estilo de Jesús y no en el del Bautista en el que acontece la Buena Noticia, el Evangelio. Es en la acción sanadora-salvadora de Jesús donde acontece el Reino, también anunciado por el Bautista.
Por lo que sabemos el Bautista desarrolló toda su actividad profética en Judea, en la zona más religiosa de Palestina. Lo de Jesús comenzó en Galilea, en la zona más pagana, en la menos estimada por los israelitas más devotos y fervientes.
El Bautista se retiró al desierto, lejos de la gente. Es un profeta al que busca la gente de Jerusalén, de Judea y de la región del Jordán. Jesús, por el contrario, se acerca a la orilla del lago y a las orillas de los caminos, pero también anda de pueblo en pueblo. Jesús se acerca a la vida de las gentes, allí donde están las personas con sus afanes y su vida cotidiana.
El Bautista es un asceta, viste austeramente y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Jesús viste como la gente corriente, se sienta a la mesa con gente corriente, y también con gente de muy mala reputación, de él, en contraposición al Bautista, van a decir que es “un comilón y borracho”. Se podría considerar esto como un “piropo cristológico”.
El discurso del Bautista era duro: “¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?… El hacha está ya tocando la base de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego… Estas y cosas similares salen de boca del Bautista para anunciar que está próximo el Reino de los Cielos.
De Jesús nos dice el evangelio de hoy que “recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. Podríamos decir que Jesús, en lugar de enviar a la gente al infierno se esforzaba por sacarlo de él. Es así como se cumple lo que decía el profeta Isaías y que ha sido recogido por san Mateo: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Es con el modo comunicativo de Jesús y con su praxis liberadora, en su acción sanadora-salvadora, como las personas que se acercaban a Jesús sentían por dentro que se hacían verdad también estas otras palabras de Isaías: “acreciste la alegría, aumentaste el gozo”.
Este fue el estilo de Jesús en medio de la gente: pasó haciendo el bien, de palabra y de obra. Así es como fue luz de Dios para los hombres y mujeres de su tiempo.
En la Iglesia no le solemos dar importancia al modo de comunicar el mensaje. En muchas ocasiones creemos que es el mensaje el que rechazan nuestros contemporáneos, cuando suelen ser las formas las que quitan las ganas de escuchar el mensaje. Estamos viendo la acogida que están teniendo las palabras y los gestos del Papa Francisco, en clara contraposición con las palabras y los gestos de otros miembros de la Iglesia, obispos o no. Probablemente el mensaje que se quiere comunicar es el mismo: el del Evangelio. Pero el estilo se parece más al del profeta del Jordán que al del profeta de Nazaret: el mensaje de Jesús con el estilo del Bautista. No puede funcionar.
No lo debemos olvidar: Jesús siempre propone, nunca impone. Jesús nos invita a seguirle, pero se arriesga a que le digamos que no. Nos ofrece lo que tiene: su mensaje y su estilo de vida, y con ellos a Dios y su proyecto. Nos lo ofrece, y se queda esperando nuestra respuesta.
“Venid y seguidme”, nos dice Jesús hoy a todos los cristianos que este domingo escuchamos su Palabra en la celebración de la Eucaristía. Estas palabras se pronuncian hoy y de forma personal para cada uno de nosotros. Jesús, hoy, te dice a ti y me dice a mí, “ven y sígueme”. Nos lo dice a cada uno, en nuestra situación personal concreta, y se queda esperando.
Pedro y Andrés estaban echando el copo, la red, en el lago. Estaban en su labor cotidiana de
pescadores, tratando de ganarse la vida para ellos y sus familias. Y en ese contexto escuchan la llamada. También a nosotros, en nuestras labores cotidianas, también en las más monótonas y rutinarias, nos llama Jesús. Nos invita a salir de nuestro pequeño yo y de nuestras pequeñas cosas, y dejarle a Él que tome el timón de nuestra vida. El seguimiento es una actitud interior: respuesta permanente a la invitación de Jesús a seguirle. Seguir a Jesús es estar dispuestos a estar en una conversión permanente para ir pareciéndonos más a Jesús y su estilo: una vida al servicio sanador-salvador para los demás.
Juan y Santiago estaban repasando las redes. Tal vez estaban tratando de arreglar aquello que la vida había roto. Empeñados como solemos estar en ocasiones en recomponer el pasado, podemos perder la oportunidad, también como Iglesia, de escuchar la invitación que Jesús nos hace a seguirle en el tiempo presente, en el hoy de cada día que va construyendo el futuro, donde también nos espera Dios. Jesús nos invita a dejar las redes rotas del pasado, a mirar más allá de nosotros mismos, con los ojos fijos en Él. Hacer la aventura siempre nueva del seguimiento, tras las huellas de aquel que con su vida, su estilo comunicativo y su praxis liberadora, sanadora-salvadora, es siempre luz para todas aquellas personas que habitan, habitamos, “en tinieblas y en sombras de muerte”. Nos lo tenemos que creer: la vida y el estilo de Jesús siguen siendo luz. Jesús sigue siendo luz.
gracias padre , voy a disfrutar de esta oaracion del dia.