COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Decimocuarto Domingo del tiempo ordinario

El mayor éxito: ser hijas e hijos de Dios

El pasaje del evangelio de hoy, que nos narra el envío de los setenta y dos, tiene sabor misionero.
Gracias a Dios, ya no identificamos la misión sólo como misión “ad gentes”, la que es realizada por esos hombres y mujeres que dejan su familia y su tierra para ir a países en los que el Evangelio no ha sido predicado o ha sido insuficientemente acogido. A estas alturas de la historia, ya hemos tomado conciencia de que Europa es continente de misión y de que la misión es una tarea propia de todo cristiano.
De todas formas, depende de cómo entendamos el envío y la labor misionera del cristiano, el relato evangélico de este domingo, 14º del tiempo ordinario, nos puede parecer que está fuera de lugar para aquellos que estamos en periodo casi vacacional tanto en la pastoral parroquial, que mantiene los servicios mínimos de atención litúrgica -celebración de la eucaristía y funerales- y caritativa, como en la pastoral colegial. Es el momento de la acción pastoral extraordinaria: campamentos organizados por parroquias y colegios, colonias dirigidas por diferentes movimientos cristianos, viajes conjuntos con jóvenes a Taizé, peregrinación en el camino de Santiago, JMJ Rio 2013,… pero, dependiendo de cómo se entienda el envío y la misión, se pueden considerar más como momentos comunitarios, eclesiales y/o espirituales que misioneros en sentido estricto.
Si por misión entendemos, como nos ocurre en ocasiones, la transmisión de un mensaje meramente doctrinal, sustentado sobre todo en la adquisición de unos conceptos, en la aceptación de unas verdades, efectivamente, el verano y las vacaciones no es el mejor momento. Habrá que esperar a que se retome la catequesis de infancia, los grupos de confirmación, los catecumenados de adultos (mal llamados, por cierto).
Si por misión entendemos primariamente que el Evangelio se tiene que abrir paso entre otras ofertas ideológicas, religiosas o espirituales; que es una oferta más que hay en el mercado y que, como tal, tiene que utilizar las mismas técnicas y estrategias que las demás, entonces el Evangelio va a necesitar de muchos voceros, todos ellos bien preparados intelectualmente, con capacidades persuasivas, conocedores de las estrategias de la comunicación (incluso de la manipulación), especialistas en el uso de las nuevas tecnologías,…
Todo eso (bueno, casi todo) está bien, pero es insuficiente, sobre todo, si tenemos en cuenta que más que una doctrina, lo que tenemos que comunicar es la vida de una persona, la de Jesús, que hemos de hacer nuestra, y un proyecto de vida, el Reino de Dios, que debemos hacer nuestro. Por tanto, somos misioneros en todo tiempo y lugar, porque el mejor testimonio es el de nuestra propia vida cuando es reflejo de la de Jesucristo en nosotros. Somos misioneros cuando, usando las palabras de san Pablo, nos vamos haciendo “criaturas nuevas… y portamos en nuestro cuerpo las marcas de Jesús”.
Cuando eso se da, no le tenemos miedo a la pobreza de medios, “ni talega, ni alforja, ni sandalias”, porque habla nuestra propia vida.

decimocuarto domingo del tiempo ordinarioCuando eso se da, dejamos de ser francotiradores en la misión, “de dos en dos”. Percibimos que la misión no nos pertenece, no es nuestra propiedad: Jesús envía a la Iglesia de la que formamos parte. Cede el protagonismo personal a favor de la adhesión a la comunidad.
Cuando eso se da, tomamos conciencia de que debemos rogar al dueño que haga de nosotros obreros de su mies. Ya no pedimos más número, que también, cuanto más entusiasmo misionero en los que hemos sido enviados.
Cuando eso se da, nos sabemos siempre en camino, siempre urgidos por la misión.
Cuando eso se da, asumimos las dificultades, “como corderos en medio de lobos”. Asumimos que anunciar a Jesucristo y su Evangelio nunca ha sido fácil. Nunca. Menos aún si se mantiene integro el mensaje de Jesús, sin acomodaciones fáciles a lo que les gustaría oír a la mayoría de cada momento histórico.
Cuando eso se da, entendemos que ni la paz que nos trae Jesús ni el Reino de Dios (y su apuesta por la verdad, la libertad, la justicia, la vida, el amor), sean fáciles de acoger. Sin embargo, no nos cansamos de repetir: “de todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios”.
Cuando eso se da, experimentamos que nuestro mayor éxito no es que los demonios se nos sometan en nombre de Jesús, sino que nuestros nombres están inscritos en el cielo.
Cuando eso se da, reconocemos agradecidos que nuestro mayor éxito en la misión no nos pertenece, que no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que ha sido puro don de Dios: nuestro mayor éxito es ser hijas e hijos de Dios.

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