COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Quinto Domingo de Pascua

 Comunión: unidad en la diversidad

En el tiempo pascual, la primera lectura no se toma del Antiguo Testamento, como ocurre en otros tiempos litúrgicos, sino del libro de los Hechos de los Apóstoles.
El pasaje de hoy tendríamos que leerlo con más frecuencia, para recordarnos las dificultades por las que pasó la Iglesia naciente y los modos que se dieron para solucionar los conflictos que fueron apareciendo. Tendríamos que leerla con más frecuencia también para recordarnos que en los grupos humanos suelen aparecer conflictos y dificultades y que hay diversos modos de afrontarlos y solucionarlos.
Suele pesar en nosotros, y está bien que así sea, los aspectos ideales de la vida de las primeras comunidades cristianas: que la Iglesia iba viento en popa; que las relaciones internas eran extraordinariamente buenas, con un sentido de fraternidad que les llevaba incluso a compartir los bienes; que la misión era fecunda y que cada vez más personas abrazaban la fe en Jesucristo… Está bien que pesen los aspectos ideales de la Iglesia naciente, porque nos indica el horizonte, el ideal al que debemos caminar. Pero hemos de hacerlo con realismo, asumiendo nuestra condición humana, condicionada socialmente por la educación recibida, la cultura en la que vivimos, las tradiciones recibidas,… condición humana limitada por los propios intereses, las propias necesidades, las inseguridades,…
Hoy se nos relata lo que se conoce como el Concilio de Jerusalén. El primer concilio de la historia de la Iglesia, celebrado hacia el año 49-50, una veintena de años después de la muerte de Jesús. El conflicto no es con las autoridades judías, como solía ser habitual, sino que surge en el interior de la propia comunidad cristiana.
Los cristianos de origen judío pretenden que los cristianos de origen pagano hagan el mismo recorrido que ellos, es decir, que para ser verdaderamente cristianos se sometan a las normas judías.
Pablo y Bernabé, ambos de origen judío y, por lo tanto, nada sospechosos de querer saltarse la tradición de Moisés por puro capricho, o por la incomodidad de pasar por el rito de la circuncisión, se sitúan en el lado de los paganos.
Es mucho lo que está en juego: la centralidad de la salvación que viene de la fe en Jesucristo. La obligatoriedad de la circuncisión ponía en duda esta afirmación por la vía de los hechos. A nosotros nos puede parecer una exageración lo que pedían los judeocristianos, pero para ellos era lo más normal: era el rito que objetivaba la pertenencia al pueblo elegido. Lo de la “sola fe en Jesús” era una novedad. Las novedades siempre nos producen inseguridad. Cuando se trata de cosas tan sagradas, las resistencias que aparecen son mayores. Esto que aplicamos al ámbito religioso, lo podemos aplicar a otros ámbitos de la vida ordinaria. Con facilidad nos sale el “siempre se ha hecho así”, aplicado a aquello que cada uno ve con claridad y que no quiere cambiar (porque si no lo vemos claro, no hay problema, que cada cual haga lo que crea conveniente).
Sabemos cómo acaba la cosa: deciden subir a Jerusalén para consultar a los apóstoles y presbíteros. Allí acuerdan imponer a los cristianos de origen pagano unas normas mínimas, que de suyo se irán olvidando con el tiempo. El mismo Pablo reconoce que en la 1ª carta a los Corintios que él no tendría problema en comer la carne inmolada a los ídolos si ello no fuera escándalo para los hermanos de comunidad. En Pablo pesa más la fraternidad que el precepto en sí mismo. Este es un criterio interesante que tendríamos que tener en cuenta a la hora de tomar decisiones: qué es lo que priorizamos.
Ya lo hemos dicho, pero no está de más repetirlo: el conflicto es parte de las relaciones humanas. El tema es cómo se soluciona. En Jerusalén se dio prioridad al diálogo y al consenso, frente a la imposición. No siempre ha sido así: ahí están las diferentes rupturas que ha habido en la única Iglesia de Jesucristo a lo largo de los siglos.
Siempre tenemos la tentación de entender la comunión como uniformidad. En ocasiones, los modos de pensar o de actuar diferentes nos incomodan, como si cada uno de nosotros tuviésemos el monopolio exclusivo de la verdad o de la moral. El Espíritu Santo es fuente de unidad, no de uniformidad. Es más, la acción del Espíritu Santo no se prueba porque no haya conflictos, sino en porque, a pesar de los conflictos, se mantenga la unidad. ¡Cuántas veces confundimos la comunión y la unidad con el pensamiento único, de uno u otro signo, pero pensamiento único!
sexto domingo de pascuaLa pluralidad no es enemiga de la comunión, fruto del consenso básico alcanzado en la búsqueda común. Ahí se hace presente el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, tal como leemos en el texto que estamos comentando: “hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas de las indispensables”.
Estamos celebrando el año de la fe. Estamos celebrando, con diferente entusiasmo, o subrayando diferentes acentos, el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. El miedo a la pluralidad, ¿no será falta de fe? Quisiéramos caminar de verdad en verdad, de seguridad en seguridad, y eso en ocasiones lo traducimos por “todos lo mismo”. Sin embargo, se nos pide caminar de fe en fe. De búsqueda en búsqueda. De incertidumbre en incertidumbre, también en lo eclesial o en lo social, como a tantos millones de personas les está tocando caminar en estos tiempos de dificultades serias. Caminar en el claroscuro de la fe, y en medio de las dificultades que nos depara la existencia, con la certeza de que estamos habitados por el Espíritu Santo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Cuando hemos experimentado esto, resuenan constantemente en nuestro interior: ¡que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde!.
Hemos comenzado el mes de mayo. Recordamos que el Espíritu Santo fecundó a María y le hizo concebir a Dios en su corazón y en su cuerpo. También se empeña en hacer lo mismo en nosotros. ¡Qué lo sepamos acoger! Él es fuente de comunión: unidad en la diversidad.

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