Domingo de Resurrección
El sueño cumplido en Jesús
Iba todo tan bien en la vida de Jesús: salían de sus labios palabras de consuelo y propuestas de fraternidad… porque Dios estaba con él. Iba todo según el sueño de Dios.
Iba todo tan bien en la vida de Jesús: pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Salían de sus manos obras de liberación que expresaban la ternura de Dios… porque Dios estaba con él. Iba todo según el sueño de Dios.
Iba todo tan bien en la vida de Jesús: lo que pronunciaba su boca -la invitación a hacer del amor la actitud fundamental de nuestra vida- y lo que se percibía por su testimonio -su vida hecha servicio-, invitaban a hacer la aventura de comprometerse en un nuevo estilo de vida, el inaugurado por él. El amor hecho servicio invitaba a soñar como Él soñó (que otro mundo era posible, al que él llamaba el reino)… porque Dios estaba con él. El sueño de Jesús coincidía con el sueño de Dios.
Iba todo tan bien en la vida de Jesús, que todo en él se les hacía insoportable: sus palabras, sus gestos, sus opciones, su sentir que Dios estaba con él,… Iba todo tan bien que lo mataron colgándolo de un madero. En aquel madero quisieron dejar hecho trizas el sueño de Jesús, el sueño de Dios.
Y Dios, el que estaba con él, el que tantas veces había proclamado: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadle”… desde la tarde del viernes santo guardó silencio. Había quemado su último cartucho en el intento de hacer ver a sus hijas e hijos cuál era su sueño sobre la Historia.
Dios guardó silencio, entristecido por el destino final del Hijo amado: quisieron romper su sueño. Dios guardó silencio, horrorizado por lo que eran capaces de hacer las criaturas salidas de sus manos: torturaron, trituraron y rompieron su sueño.
Dios guardó silencio… como Jesús cuando le presentaron a la mujer sorprendida en adulterio. Dios guardó silencio. Le pusieron en un callejón sin salida: optar entre la vida de la víctima o la muerte de los victimarios. Esto último es lo que pedía la justicia humana, muy humana.
Dios guardó silencio. Al tercer día pronunció sentencia, olvidándose de la justicia humana, muy humana. Sólo necesitó una palabra: ¡¡VIVE!!… Dios, ayer y hoy, en el momento de la creación como al final de la historia, opta por la vida: es la única manera de ver su sueño cumplido. Restaura a la víctima y espera, pacientemente, que los victimarios nos pongamos en camino de conversión, en trance de resurrección.
Esa fue la sentencia de Dios pronunciada sobre la Cruz de Jesús: ¡VIVE!… y desde entonces todas y todos estamos amenazados de resurrección. ¡Cuánto cambiarían nuestras vidas si realmente creyéramos que estamos amenazados de resurrección.
La resurrección es un proceso que no se reduce al momento posterior a la muerte o al final de los tiempos. Resucitar comporta vivir optando por la vida, por el amor hecho servicio.
Pedro Casaldáliga, poeta y profeta, místico y obispo, expresa así su fe en la resurrección:
“Porque resucitaré debo ir resucitando y provocando resurrección… a cada acto de fe en la resurrección debo responder con un acto de justicia, de servicio, de solidari-dad, de amor. Nadie puede profesar honestamente su fe en otra vida, resucitada, si no profesa verdad, justicia y libertad en esta vida, dentro del tiempo convulso de nuestra caducidad. Para llegar a vivir el Nuevo Cielo y la Tierra Nueva tenemos que ir renovando radicalmente este cielo tantas veces opaco y esta tierra tan violada”.
El sueño de Jesús, el amor, tiene futuro. Ha sido garantizado por Dios. Estamos invitados a atrevernos a soñar como Él soñó. Con la resurrección todos los sueños de la Humanidad se ven cumplidos en Jesús. Con la resurrección el sueño de Dios se cumple en Jesús.