COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Quinta semana de Cuaresma

 Construir la vida

En nuestro caminar hacia la Pascua, el evangelio de estos últimos domingos nos invita a meditar y a celebrar la misericordia incondicional de Dios.

El pasaje evangélico de hoy está tomado de san Juan y no de san Lucas, como el de los domingos anteriores, aunque al decir de los especialistas bien podría ser de san Lucas, el evangelista de la acogida y misericordia de Dios.

Este pasaje evangélico no nos narra una parábola de Jesús. En esta ocasión no se trata de un relato figurado, de un cuento sobre la vida con el que se nos quiere mostrar una enseñanza. Esta vez se trata de la vida misma.

Le presentan a Jesús una mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Le recuerdan lo que dice la Ley de Moisés: tiene que morir lapidada. Le piden a Jesús que se posicione ante la misma Ley. Parece que no les importaba tanto el adulterio de la mujer como la postura de Jesús: “Tú, ¿qué dices?”.

La situación es grave. Todo parece indicar que le dan a elegir entre la vida de la mujer y la suya. Pone en juego la vida de la mujer si reconoce la autoridad de la Ley de Moisés. Pone en juego su propia vida si no la reconoce. El dilema no es fácil de resolver.

La primera respuesta de Jesús es el silencio. El silencio, por lo general, nos lleva a conectar con el propio corazón, con lo profundo de la persona y nos ayuda a comprender lo complejo de lo humano. El silencio nos suele ayudar a percibir con más claridad todas las dimensiones de los problemas, no solo lo que se nos presenta a simple vista. El silencio no solo nos ayuda a percibir mejor la realidad en su complejidad, sino que nos ayuda a encontrar las soluciones más adecuadas. Las prisas, por lo general, no son buenas consejeras, ya lo dice la sabiduría popular.

Jesús no tiene prisa en dar una respuesta. Hay mucho en juego. Le han traído a su presencia a una mujer, humana, muy humana. Lo de ser adúltera es secundario. Lo que está en juego no es salvar a una adúltera, sino salvar a una mujer. ¡Cuántas veces por fijarnos y subrayar los adjetivos nos cargamos los sustantivos! ¡cuántas veces el adjetivo nos lleva al prejuicio y a la distorsión de la realidad!

A Jesús le insisten para que diga una palabra, para que se posicione. Lo hace, pero cambiando el centro de atención. Ya no es la mujer a la que hay que juzgar, sino que cada uno de los que están allí se tienen que juzgar a sí mismos: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Jesús no les coloca frente al juicio de los demás, como han hecho ellos con la mujer sorprendida en adulterio, sino frente al juicio de su propia conciencia.
Lo digo muchas veces, el Evangelio a pesar de haber sobrevivido durante dos mil años, tiene un futuro incierto (digo el Evangelio, no la Iglesia). No por su moral sexual, que es donde solemos cargas las tinta: el divorcio, los preservativos,… Todo eso, aunque pueda apartar a algunas personas de la Iglesia Católica, no creo que sea lo que les aparte del Evangelio de Jesucristo. No creo que lo más difícil de ser cristiano y vivir el evangelio esté en esa dirección. Creo que hay algo más radical: nos confronta permanentemente con nosotros mismos y nos deja sin armas frente a los demás.

Lo hemos visto en el evangelio de hoy: Jesús se empeña en que arrojemos las piedras de nuestras manos. Ni siquiera nos las quita. Hace que las arrojemos voluntariamente. Nos confronta con nuestra verdad más íntima y así nos impide ser juez de nadie.

Pero va más allá, nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestro pasado, por muy frágil, sucio o pecador que nos pudiera parecer, y nos invita a construir futuro. Construirlo desde el sabernos acogidos en nuestra debilidad, desde el sabernos perdonados y desde el escuchar que nuestra vida tiene una salida digna: “no peques más”.

5ª semana de cuaresmaEsto no lo hacemos a base de esfuerzo y solo con nuestras propias fuerzas, sino con la gracia de Dios que es nuestra fortaleza. Necesitamos tomar conciencia de la gracia que nos habita, tenemos que hacer silencio y escuchar de labios de Jesús: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Creo que es justo decir que el sacramento de la reconciliación es un medio extraordinario para sentir que Dios se empeña en acompañar con su gracia nuestra peregrinación en el camino de la vida.

A aquella mujer se le da una nueva oportunidad. Con las piedras destinadas a su lapidación, a la destrucción y a la muerte, aquella mujer puede construir algo nuevo. Jesús no se limita a no condenarle, también le da pistas de futuro: “no peques más”. Es como si le dijera: “recupera tu dignidad y vive con dignidad”. Deja el adulterio, no porque si te vuelven a pillar te van a aplicar la Ley de Moisés, sino porque ése no es el camino del amor. Tienes que reiniciar una nueva vida, dejar atrás el pasado.

Jesús relee y actualiza con la mujer lo que decía el profeta Isaías: “no recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo: mira que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notas?”.

Jesús le invita a la mujer, te invita a ti, me invita a mí, a abrirnos a un futuro nuevo, reconciliado. Frente a la destrucción de la lapidación, Jesús nos invita a construir la vida.

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