Mosquitia (Honduras), sábado 12

Escondo mi alma entre las tiendas. Ha llegado envuelta en una sabanilla húmeda y tibia. La llaman Pai. Tiene dos años y medio. Está dormida y con fiebre. No sé. No sé por qué me la han entregado a mí. Me la ha traído uno de los vigilantes con su ficha rellena y sus datos mecanografiados en un pulcro papel blanco. Toda la historia de una vida en un papel blanco. Nombre: Pai. Edad: 2 años y casi 6 meses. Color de ojos: tierra. Pelo: rizado y corto. Piel: oscura. Síntomas: fiebre alta. No hemorragias. Dicen los padres que se muere.
La baño en la bañera de suero tibio. La seco con una sábana suave y delgada. Al depositarla en su cama-cuna, su piel huele a galletas maría cuando se mojan en leche. Le busco vía y comienzo el ritual: exploración, pinchazo de analítica, suero, sedante, antipirético… Esperanza, tiempo, cruzo los dedos, sigue dormida, duerme. Hoy me dedicaré todo el día a ella. Me lo merezco. Se lo merece. Cada dos horas la miraré si tiene hemorragia o no. Sus piececitos pequeños y juguetones se mueven de vez en cuando dando pataditas al aire como intentando despejar al destino.
Salgo de la box 7. Hace un calor horrible. A lo lejos se ve el campamento de familiares. Me doy cuenta de que no me separa nada de ellos. Soy, en parte, como ellos. Lo único que me diferencia son estos guantes blancos y asépticos al dolor, y mi barba de 8 días canosa y picante.
Tengo los pies quemados por el sol. Las marcas de las reef en los pies me resultan curiosas. Tengo un día raro. Quizá sea por Pai y sus ojitos color tierra.