Noches de Luna Negra – Navidad

Angola

Enciendo mi enésimo cigarrillo de hoy. La tarde se escapa lentamente. Poco a poco, como si temiera que esta maldita guerra no la dejara renacer nunca más.

Juego con mi chapa de identificación, la muerdo, la enredo en mi índice izquierdo, la dejo caer sobre mi enorme camiseta blanca con la cara de GOOMER.

Escribo. Escribo con mi pluma repleta de recuerdos azules. Pat Metheny en los auriculares me hacen irme muy lejos. Tan lejos que ni mi pasado ni mi presente me puedan tocar, que ni siquiera puedan hacerme daño.

Las primeras hogueras del campamento se encienden.  Lo tienen prohibido, pero qué más da. La guerra no sabe de hambre, de niños, de miedos, de miseria, de locos que se disfrazan de humanos para desmantelar el morbo del hombre.

Entre canción y canción suenan los morteros. Es curioso. Es curioso cómo puede cambiar todo con simplemente una canción sin letra, con una guitarra tocada con unas manos blancas para oídos  sin color. A veces en la locura del quirófano, ponemos la música a tope mientras que UNITA bombardea Huambo y todo se parece a una pesadilla de Kafka.

Apago el Chester en la tierra. Chia se acerca y me acerca la taza de té tibio. Se acomoda en mis rodillas y me mira con sus enormes ojos blancos y me pregunta: ¿NICHIN BALA, DAGETARI JON? y yo le contesto simplemente que ARIMA, CHIA, ARIMA y mira mi cuaderno con pastas negras compradas en la calle Somera de mi ciudad, donde nunca  hay estrellas.

Chia se queda mirando y le digo que se meta en el almacén. Me dice que no tiene miedo y que apenas tiene algo que perder ya. Su hermana abrasada por las bombas de fósforo duerme (espero) con el sueño de la morfina, sin apenas saber que su piel de catorce años ya nunca será una piel de mujer, que los jóvenes sambos no se acercarán a ella; que si vive, bañará su cuerpo desnudo y solo en el lago porque nadie quiere ver cicatrices, su piel no conocerá las caricias del amor, de la pasión, de la ternura, del placer, por cometer la locura, la maldita locura, de vivir en territorio contrario al destino.

Me doy una ducha. Dejo correr el agua por entre mis manos y mi cuerpo delgado, me sonrío y me doy cuenta de que en África no conocen la celulitis. Enfrento mi cara al chorro artesanal y por un momento pienso en mi gente, en mi familia, en mi sobrino preferido y, por un momento, también las lágrimas se confunden con el agua que se va terminando del bidón.

Apenas hace tres horas, Maurice nos felicitaba  la Navidad, por si acaso la radio no funciona dentro de dos noches. Miro de reojo el dispensario y veo el árbol de Navidad que Anne ha hecho con depresores de la garganta y me sonrío al darme cuenta que junto a la banderas Belga, Holandesa, Americana, Angoleña hay una pequeña ikurriña que Patrick ha colocado en mi nombre. Le quiero.

Las luces de seguridad se acaban de encender. Es tarde, muy tarde. Le cojo en brazos a Chia y le meto en mi catre. Hoy me toca guardia y no lo utilizaré. Me relaja verle dormir; es el único trozo de paz que hay en esta maldita guerra.

Patrick sale de la ducha y se mete con mi nariz. Se empeña en asegurarme que el judío debería ser yo y no él, y que Hitler me hubiera gaseado antes a mí que a cualquiera de sus abuelos maternos. Me enciende un cigarrillo y le rechazo el trago de Bol’s que me ofrece. Está cansado y se pone a rehacer el pedido para la farmacia, y con su mirada me deja caer que apenas hay morfina para seis días.

Miro al árbol de Navidad de Anne y suelto un taco. Dicen que es Navidad. Comienza a llover. Los morteros se callan. Los niños caen como moscas en el «pabellón de la risa», Luy regresa con el Toyota con paquetes de comida y alguna incubadora. Se bebe mi Bol’s y se ofrece para mañana hacer el recuento. Dicen que UNITA y el MPLA quieren hacer una tregua. Dicen, dicen, dicen…

Anne me abraza y me dice que con barba de cinco días y con estas pintas me parezco a H. BOGART (inciso ponga h solo porque mis neuronas siempre han sido incapaces de recordar cómo se escribe lo que queda) en la Reina de África. Son alucinantes sus ojos verdes y por un momento me percato de que su pantalón son mis bermudas-traje de baño-pantalón de estar en casa tirado en el sofá de mis veraneos en Gorliz.

Luy comunica el menú para la cena: galletas caducadas, arroz con guarnición de arroz (lo que me viene de cine para mi maravilloso estreñimiento) y de postre té caliente con más galletas caducadas.

Hago mi paseo por el campamento y el olor de las hogueras preparando el poco mijo que tienen me empapa. Me preocupa la capacidad del campamento. Estamos casi al límite y no deja de llegar gente.

En el quirófano Fátima prepara todo para dentro de unas horas. Me mira y se sonríe. Le digo una burrada en castellano que por supuesto no le traduzco.

Alguien llama para cenar. Al cerrar la cortina comienzan a sonar los morteros.

Ha dejado de llover. Dicen  que se acerca la Navidad.

Katchiungo.

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Una respuesta a Noches de Luna Negra – Navidad

  1. yessicaRo dijo:

    ¡Hola! Que increíble el contenido que nos brindas, espero que te encuentres muy bien. ✨Te invito a que pases a ver mi última publicación.
    https://yessicaro.wordpress.com/2021/02/28/resena-del-libro-la-vuelta-al-mundo-en-80-dias-julio-verne/

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