COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Séptima Semana del Tiempo Ordinario

El riesgo de amar

Ante algunos textos evangélicos a uno no le queda más remedio que preguntarse, “¿sigo queriendo ser cristiano o lo dejo por imposible”? Si uno no se hace la pregunta, tal vez es que no se toma en serio las exigencias del evangelio. O tal vez es un inconsciente que piensa que está dicho para los demás, o para los oyentes de Jesús (de aquel tiempo, claro, no para los de ahora). O tal vez es un ingenuo que cree que es algo que se puede alcanzar con disciplina, entrenamiento, buena intención y fuerza de voluntad. O tal vez es un idealista, que ha sido cautivado por el realismo del amor de Dios, misericordia incondicional, que ha hecho una opción por asumir con todas sus consecuencias el riesgo de amar. Como Jesús. Ya no se plantea nada más. Amar y más amar.

septima-semana-del-tiempo-ordinarioHemos de reconocer que lo que nos pide Jesús es, de entrada, ilógico, irracional e inhumano. Si nos parece, sin ningún tipo de duda, que es lógico, normal y humano, démosle gracias a Dios porque hemos entrado en comunión con la sabiduría de su corazón o su perdón nos ha ganado para siempre. Pero también podría ocurrir, y nos lo tendríamos que hacer mirar, que de fondo se esconda muy dentro de nosotros un masoquista compulsivo.

Lo que decimos como experiencia personal lo podemos trasladar a nuestra acción pastoral. Hay páginas del evangelio que habría que arrancar para que éste sea más atractivo a largo plazo. Porque es verdad que cuando un joven, también los de nuestros días, se encuentra con textos como éste se le dispara el deseo y dice: “esto merece la pena”. Además de decirlo trata de comprometerse a fondo con ello. Seguro que nos vienen a la memoria jóvenes, aunque sean pocos, que hicieron vida ese compromiso. Lo siguen haciendo, tal vez con menos ilusión, ahora que son adultos. Pero, si miramos a los números, y a los esfuerzos que hemos hecho en la acción pastoral, hemos que reconocer que la vida, con su realismo y crudeza, también con sus ofertas tan variadas, contradictorias y relativas, les hace entrar en crisis y parece que pierde el Evangelio. Arriesgarse a amar es mucho riesgo. Podemos mirar para otro lado y echarle la culpa a la Iglesia. Pero sabemos que hacemos trampa. La confrontación es con el Evangelio, con el amor.

Tenemos que recordar que el pasaje evangélico de hoy, como el de domingos anteriores, está encuadrado en el Sermón de la Montaña. Comenzábamos hace tres domingos con las bienaventuranzas. Éstas nos señalaban el programa del Reino y, también, cómo ha de ser el corazón del sujeto que quiera comprometerse con ese programa. Cambios de estructuras y conversión de corazones. Hace dos domingos se nos invitaba a ser sal de la tierra y luz del mundo. Hay muchos modos de serlo, pero el más convincente sigue siendo el propio testimonio de vida. Testigos más que maestros. El domingo pasado, en sintonía con el de hoy, se nos invitaba a vivir según el Espíritu de la Ley de Dios, más que según su literalidad. Insistencia de Jesús: “se os dijo, se os mandó… pero yo os digo”. Autoridad de Jesús puesta en juego.

El texto de hoy, que no da la oportunidad de saltarse nada por razones pastorales, radicaliza la exigencia del que escuchábamos el domingo pasado, aunque sea su continuación. La radicalización consiste en arriesgarse a amar.

La Ley de Talión, “el ojo por ojo, diente por diente”, fue una conquista social importante en el ámbito de la justicia: proporcionalidad directa. No es poco. Es lo que había internalizado todo judío piadoso que quería cumplir la Torah. Conquista jurídica positiva que conducía a un escenario poco halagüeño: de tuertos, cuando no de ciegos. Había otros avances y otras recomendaciones, tal como se puede leer en el libro del Levítico: “No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La categoría de prójimo está reservado a los próximos: familiares y amigos. El enemigo no es prójimo. El ser humano por el hecho de serlo no es prójimo. No nos debe extrañar, basta con que echemos un vistazo a nuestro alrededor, en este febrero de 2017, para comprobar si a todo ser humano le consideramos prójimo, sujeto de los derechos más elementales y digno de nuestro amor.

Es el cambio de categoría que se opera en el discurso de Jesús: todo ser humano es nuestro prójimo. A todos debemos amar como a nosotros mismos. A todos, también a los enemigos. Casi nada. Por eso se nos hace cuesta arriba la propuesta de Jesús: “no hacer frente al que nos agravia…, presentar la otra mejilla…, dar la capa a quien te quiera quitar la túnica…”. Luchar contra el mal haciendo el bien. Arriesgarse a amar sin ninguna garantía. Hacer de la medida del amor el amor sin medida. ¿Difícil o imposible? Sin embargo, es la única salida que tiene futuro. Así lo entendió Jesús, el primero que se arriesgó a amar. Desde ese amor, desde el amor de Jesús, es desde podemos intentarlo nosotros.

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