COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Cuarta Semana del Tiempo Ordinario

Bienaventuranzas: proyecto y corazón

Al escuchar las  bienaventuranzas se dispara el deseo y dan ganas de ser bueno: “¡A por ellas! Esto lo quiero vivir yo”. Creo que puede ser una experiencia compartida por los no creyentes, a pesar de que en momentos se utilice un lenguaje religioso. Pero, lo pensamos un poco más, y la pregunta que surge es: ¿quién puede con esto? Porque las bienaventuranzas de san Mateo, además de ser un proyecto, son una invitación a la conversión del corazón.

San Mateo, que se dirige a los cristianos que proceden del judaísmo, tiene cuidado en colocar a Jesús en el monte, como si se tratara de un nuevo Moisés, y como si las bienaventuranzas fuera el nuevo decálogo, la nueva Ley de Dios para el pueblo elegido. Según esto, se podría decir que las bienaventuranzas son los nuevos mandamientos para el cristiano y que, por lo tanto, cuando celebramos el sacramento de reconciliación tendrían que ser las bienaventuranzas la referencia al hacer el examen de conciencia. No suele ser lo habitual.

Para san Mateo, el proyecto de Jesús, la construcción del Reino de los Cielos, es muy importante, de hecho lo cita expresamente en la primera (“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”) y última bienaventuranza (“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”).  El Reino de los cielos es la clave de lectura de todas las demás, las engloban.

Las bienaventuranzas de san Mateo son más que un proyecto, son una invitación a la conversión del corazón. Se trata de construir el Reino de los Cielos, pero no de cualquier manera, sino al estilo de Jesús. Construir el Reino, sí, pero porque lo hemos acogido en nuestro corazón, porque nos hemos convertido a él.

Grandes proyectos sociales, muchos de ellos con un gran eco evangélico, han fracasado por no hacerlo según el estilo de Jesús, según el corazón de Dios. El cristianismo no es una invitación a la revolución, sino a la transformación social. Las revoluciones se empeñan en cambiar estructuras, caiga quien caiga. El evangelio exige paciencia y perseverancia. La transformación de las estructuras tienen que ir acompañadas de sujetos que crean en ellas, que se pongan a su servicio y no buscando sus propios intereses o los de su grupo. Son los “limpios de corazón” que se citan en el evangelio.

Optar por el camino de las bienaventuranzas es optar porque “otro mundo es posible”. Esto también lo dicen las ONGs, los movimientos sociales…, hasta los anti-sistema. Los cristianos nos tenemos que perder de vista que “otro mundo es posible… desde Jesús”.

El Reino y Jesús, proyecto y corazón, son inseparables. Jesús nos dice que vino para traer la buena noticia a los pobres y para llamar a los pecadores. Es decir, para cambiar la situación social de unos y para cambiar el corazón de los otros.

No se trata sólo de querer implantar la justicia, algo muy loable, sino también de ser justo. No se trata sólo de predicar la misericordia, sino de encarnarla en la propia vida, y que ésa sea la palabra más elocuente y la más significativa.

Sabemos lo fácil que es desear y reivindicar la paz. Sabemos lo difícil que nos resulta en ocasiones encontrarla dentro de nuestro propio corazón. O lo difícil que nos resulta en algunos momentos vivirlas  en las relaciones ordinarias, en la propia familia, por ejemplo.

cuarta-semana-del-tiempo-ordinarioNo tenemos que ser ingenuos. No es fácil vivir las bienaventuranzas. Empezamos a desgranar cada una de ellas, nos ponemos a meditar, y casi sin pasar de la primera, nos surge: “¿Quién puede con esto?” No es fácil. Es verdad. Es la contradicción del cristianismo, que  aquello que más nos atrae, el mensaje de las bienaventuranzas, es lo que más nos echa para atrás. Sin entrar en lo de poner la otra mejilla o en lo de amar a los enemigos. Eso, y no lo caduco de la institución eclesial, es lo que nos puede echar para atrás, si es que somos mínimamente honrados. Nos vienen bien las palabras de la primera lectura, de Sofonías: …”dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, no dirá mentiras…”.

Las cristianas y los cristianos estamos llamados a ser ese “resto” del que se nos habla en la Palabra de Dios. “Resto”, sí, pero no “residuo”, que suele subrayar D. Juan Mª Uriarte, ya obispo emérito.

Ser el “resto”, sabiendo que eso no nos da ningún privilegio. Toda la humanidad es Pueblo de Dios, también los que no conocen a Jesucristo o han renegado de Él o de la Iglesia. A nosotros se nos ha confiado una misión, la de ser el “resto pobre y humilde”; estamos llamados a ser “el pueblo de la memoria” que le gusta decir a Mons. Raúl Berzosa, obispo de Ciudad Rodrigo. Sin privilegios, pueblo de la memoria no frente al no-pueblo, sino frente al “pueblo del olvido”.

Ser el “pueblo de la memoria”, recordar y recordarnos que las bienaventuranzas no son fáciles de vivir, pero que estamos íntimamente convencidos de que son un camino de felicidad, para nosotros y para toda la Humanidad.

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