COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Segunda Semana del Tiempo Ordinario

Menores migrantes vulnerables

Celebramos en la Iglesia Católica la 103 “Jornada Mundial del Migrante y Refugiado”. Esta jornada de oración fue instituida por Benedicto XV, en 1914, a la vista de la cantidad de europeos que emigraban a América, tanto del sur como del norte.

Año tras año los Papas nos han ido recordando la situación en la que se encuentran millones de personas en nuestro mundo.

El Papa Francisco también ha escrito un mensaje para esta jornada cuyo título es “Menores migrantes vulnerables y sin voz. Reto y esperanza”. Recogemos algunas de las ideas que aparecen en el escrito del Papa.

La primera nos hace recordar lo que hemos celebrado recientemente en Navidad, ¿o ya se nos ha olvidado?: Dios se ha hecho uno de nosotros, en Jesús se ha hecho niño y la apertura a Dios en la fe, que alimenta la esperanza, se manifiesta en la cercanía afectuosa hacia los más pequeños y débiles”.

segunda-semana-del-tiempo-ordinarioOtra idea evidente, aunque miremos para otro lado, “Hoy, la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y está adquiriendo cada vez más la dimensión de una dramática cuestión mundial. No se trata sólo de personas en busca de un trabajo digno o de condiciones de vida mejor, sino también de hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad. Son principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos negativos. La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores…”.

 Recordatorio para los cristianos: “…el fenómeno de la emigración no está separado de la historia de la salvación, es más, forma parte de ella. Está conectado a un mandamiento de Dios: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 22,20); «Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto» (Dt 10,19). Este fenómeno es un signo de los tiempos…”.

Recordatorio para las instituciones políticas: “…las personas son más importantes que las cosas, y el valor de cada institución se mide por el modo en que trata la vida y la dignidad del ser humano, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, como es el caso de los niños emigrantes…”.

Recomendación a los propios migrantes: “Es necesario, por tanto, que los inmigrantes, precisamente por el bien de sus hijos, cooperen cada vez más estrechamente con las comunidades que los acogen. Con mucha gratitud miramos a los organismos e instituciones, eclesiales y civiles, que con gran esfuerzo ofrecen tiempo y recursos para proteger a los niños de las distintas formas de abuso”.

Cuando el migrante pasa a ser un refugiado: “…es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen las causas que provocan la emigración. Esto requiere, como primer paso, el compromiso de toda la Comunidad internacional para acabar con los conflictos y la violencia que obligan a las personas a huir…”.

Después de entresacar algunas de las ideas del mensaje del Papa Francisco, es bueno traer a la memoria las palabras del mensaje del Papa emérito Benedicto XVI, que nos recordaba el criterio indiscutible de la Doctrina Social de la Iglesia: “todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal”. Añadía: “aquí se encuentra el fundamento de la solidaridad y del compartir”.

La Doctrina Social de la Iglesia en esto es claro: no existe el “mi”, no existe más que el “nosotros” y una justa distribución de todo lo creado “entre nosotros”. Todo para todos y para repartir, de forma equitativa, entre todos.

Este es un caballo de batalla también para los cristianos, pero no nos queda otra que defender el destino universal de los bienes creados, delante de la barra del bar, mientras tomamos el vermouth; en la sobremesa dominical, cuando se disparan las confidencias; en el aula, donde se vierte lo que se escucha también a los adultos; con los compañeros de trabajo (¡y hasta en la fila del paro!),…

Ahora nos podemos preguntar: “¿qué pasa cuando me cuesta estar en sintonía con estos planteamientos eclesiales, y tan poco populares?”. No sé. Te digo lo que hago yo, repetirme muchas veces, como si de un miércoles de ceniza permanente se tratara: “conviértete y cree en el Evangelio”. Y si no, para estar en sintonía con el pasaje evangélico de hoy, suplicar la fuerza del Espíritu Santo para poder seguir al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

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