Bautismo del Señor
Bautismo: vocación y misión
Con la celebración de la fiesta del bautismo del Señor cerramos litúrgicamente tiempo de Navidad. Venía precedido por el adviento, ese tiempo que socialmente se ha convertido en una invitación a consumir, lo que sea, pero consumir, da lo mismo que sean, alimentos, colonias, ruidos, viajes,… consumir, como garantía de la propia existencia. Terminamos el tiempo de Navidad con el comienzo de las rebajas de enero: más consumismo.
Los cristianos no vivimos aislados del ambiente social que nos rodea. Corremos el riesgo de despistarnos y quedarnos sin el mensaje, ¡ojalá que sea experiencia!, que nos trae la Navidad: que el cielo se ha abierto, que Dios está con y en nosotros, que ha querido asumir la condición humana haciéndose uno de nuestra historia. Este mensaje navideño se concentra en la festividad del bautismo del Señor.
El bautismo de Jesús, tal como nos ha llegado narrado en los evangelios, subraya que se ha encarnado con todas las consecuencias y hasta en los más mínimos detalles. Jesús se presenta en el Jordán, como un judío más, a recibir el bautismo de Juan. Nos puede parecer un gesto superfluo, innecesario, por eso no es de extrañar lo que se dice en el himno de Laudes de este día: “Mas ¿por qué se ha de lavar el autor de la limpieza?”. Él no lo necesitaba, pero nosotros sí necesitábamos conocer el significado profundo de lo que en él se significa. El mismo himno responde: “Porque el bautismo hoy empieza, y él lo quiere inaugurar”.
¿Qué es lo que nos muestra el bautismo de Jesús? Que nuestra identidad fundamental y fundante es la ser hijas e hijos de Dios. Pero a esto no se llega por un convencimiento intelectual o por un acto de la voluntad, sino que es puro don que hay que acoger. El rito es expresivo en sí mismo. Nadie se bautiza a sí mismo. Se recibe de otro. Así pasa con todo don, con todo regalo. Se acoge. Acogemos el don de la fe como la tierra acoge la semilla. Experiencia de la vocación, nos sentimos llamados… por Otro.
Las cristianas y los cristianos, que hemos recibido el bautismo de Jesús, estamos invitados a recordar, una y otra vez, cuál es nuestra vocación, nuestra identidad más profunda: ser hijas e hijos amados de Dios. Pero se nos olvida.
En varias audiencias públicas el Papa Francisco ha preguntado: “Querría haceros esta pregunta aquí a vosotros, pero que cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de vosotros recordáis la fecha del propio bautismo?”. Suele hablar del bautismo como del segundo cumpleaños. El primero es el de la llamada a la vida. El segundo el de la llamada a fe, a la vida de la gracia.
Lo que nos preguntamos es cuántos cristianos hemos descubierto la importancia de nuestro bautismo. Hubo un tiempo en que decíamos que en una situación de cristiandad no era posible tomar conciencia de ello, ya que el bautismo era algo cultural. Decíamos que vendrían épocas mejores, donde los padres que solicitaran el bautismo para sus hijos serían pocos, pero que lo harían con plena conciencia. A lo de ser pocos ya hemos llegado. ¿De verdad que ha sido una conquista pastoral? A lo de ser con plena conciencia, habrá que esperar a los frutos.
El Papa Francisco nos ha recordado, textualmente, en varias ocasiones: “El Bautismo es el sacramento sobre el que se fundamenta nuestra fe y nos hace miembros vivos de Cristo y de su Iglesia. No es un simple rito o un hecho formal, es un acto que afecta en profundidad la existencia…”.
El gran drama pastoral que tenemos actualmente es que no sabemos cómo se hace un cristiano, no sabemos cuál es el proceso por el que a una persona, que haya pasado por el rito del bautismo o no, se le conduce al encuentro personal con Jesucristo, a tener la experiencia que él tuvo de ser el hijo amado de Dios.
Esta es la misión que tenemos aquellos que ya hemos experimentados que la fuente de la vida plena está en ser hijas e hijos de Dios: ayudar a otras personas a descubrir su vocación. Decíamos que acogemos el don de la fe como la tierra acoge la semilla. Pero tenemos que añadir que, como la semilla, estamos llamados a dar fruto.
Tenemos dificultades para iniciar a otros en el camino de la fe, pero también tenemos algunas intuiciones. No vale el estilo de Juan Bautista. El lenguaje de Juan era duro. Había hecho una lectura exigente de la Escritura. Estaba impaciente porque parecía que no terminaban de cumplirse las promesas realizadas por Dios. Le consumía el celo por Dios y su Reino, pero haciendo una interpretación muy particular. Puede ser nuestra tentación: enmendarle la plana a Dios, empeñándonos en marcar tiempos y modos.
El estilo de Jesús fue otro desde el comienzo de su vida pública. El Mesías se presenta como un pecador más, solidario con la debilidad humana individual o social. Jesús ayuda a Juan a resituar su fe: “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. No se trata de que hagamos nuestra voluntad, lo que a nosotros nos pudiera parecer más lógico y adecuado, se trata de hacer la voluntad de Dios, y hacerlo a su estilo.
Tenemos que aprender de Jesús, y en la lectura que hizo de las profecías del Antiguo Testamento. Parece que puso el énfasis en unos textos en detrimento de otros, sin que por ello perdiera valor el conjunto. La misma liturgia de la Iglesia hoy ha optado por un texto del profeta Isaías en el que se subraya la radical diferencia de Jesús con respecto a Juan Bautista:“…no gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”.
El bautismo de Jesús es experiencia de vocación, no cabe la menor duda, pero en esa misma experiencia se nos da una clave importante para la misión: el Reino de Dios antes que construirlo, hay que acogerlo, hay que recibirlo como don, hay que experimentar agradecido la ternura y la misericordia de Dios. Ternura y misericordia, claves fundamentales para la militancia cristiana, al estilo de Jesús.