Cuarto Domingo de Adviento
Comprometidos con nuestros sueños
Vamos avanzando en el tiempo de adviento. También nosotros como los diferentes personajes del Misterio de Belén nos tenemos que ir preparando para acoger a un niño recostado en un pesebre. Prepararnos para acoger la debilidad. ¿Hay que prepararse para acoger la debilidad? No sé lo que te responderás tú. Yo lo voy viendo cada vez más claro, hay que prepararse para acoger la debilidad, la propia y la ajena. Las fortalezas las llevamos mejor, hasta las ajenas, aunque en ocasiones las vivamos como competencia. Aunque parezca una paradoja la debilidad hay que acogerla con fortaleza.
Entre los personajes del Misterio de Belén tenemos a José, el protagonista de nuestro evangelio de hoy. No podía ser de otro modo, el evangelio de Mateo estaba dirigido principalmente a una comunidad judeo-cristiana. El otro evangelio que nos habla de la infancia de Jesús es el de Lucas: el protagonismo lo tiene María.
Desde nuestra mentalidad podemos empezar a argumentar que una vez más el varón, José, gana protagonismo frente a María. No se trata de confrontar sino de complementar. Seguro que cada uno de nosotros, independientemente de nuestro género, nos podemos sentir más identificados como uno, José, o con la otra, María. Incluso depende la época de nuestra vida o las circunstancias personales acoger a Jesús de modos diversos.
María escucha la voz del Señor a la luz del día. A José, sin embargo, la voluntad de Dios se le revela en la oscuridad de la noche. No es solo la noche como momento temporal. Es, sobre todo, la noche que envuelve a la persona que no sabe cómo debe actuar en situaciones de transcendencia vital. Cada uno de nosotros podemos pensar cuáles han sido las noches que nos han visitado a lo largo de nuestra existencia.
María tiene capacidad para dialogar con aquel que se le presenta como mensajero de Dios. No tenemos ningún dato para afirmar que José fuera mucho, pero tampoco lo contrario. No tenemos constancia de palabras que salieran de su boca. En el caso de Zacarías, el padre de Juan Bautista, su mudez temporal fue fruto de su tozudez. Paradójicamente de José solo podemos hablar de su silencio.
Hay momentos en los que María calla, acogiendo en su corazón aquello que superaba su compresión racional, pero que se le hacía certeza íntima. Este es el punto de encuentro más evidente entre ambos personajes. María y José acogen como voluntad de Dios aquello que, estando fuera de toda comprensión racional, se les hace certeza íntima. Sería bueno que hiciéramos memoria de todas esas veces en que sin saber por qué, incluso pareciendo irracionales nuestras opciones, nos hemos fiado más de lo que decía nuestro interior que de todos los datos del exterior, por muy lógicos que fuesen. Los que han ejercido la paternidad/maternidad seguro que tendrán muchos ejemplos. Los que no hemos tenido esa experiencia seguro que tenemos otras muchas de apuestas incondicionales e incomprensibles, a los ojos de los demás. Allí donde hemos puesto mucho en juego, convencidos de que Dios estaba por medio y que, por lo tanto, merecía la pena cualquier apuesta arriesgada.
José había tomado una primera decisión, repudiarla en secreto. La decisión que ha tomado José no se ajusta, desde el punto de vista de un judío observante, a lo que nos dice el evangelio: “que era justo”. De ser “justo” la historia habría tomado otros derroteros, pero es tan grande el amor que tiene por María que quiere salvar su integridad física. No quiere ver cómo la lapidan. No es el prometido celoso que piensa “si no eres mía, no serás de nadie”. José quiere que María viva. Es más, quiere que viva la criatura que María lleva en sus entrañas. Esta actitud no casa bien con interpretaciones machistas o patriarcales.
El evangelista Mateo nos dice que José era soñador. Sueña que Dios que le pide que acoja sin reservas a María y al niño que de ella va a nacer. Dios le pide que acoja en su corazón lo que María ha acogido en sus entrañas. Más adelante soñará que Dios le pide que se exile de su tierra para salvar hijo de María. José era un soñador, sí; pero un soñador comprometido con sus sueños. Gracias a este compromiso podemos proclamar que Jesús es nuestro Salvador. Gracias a este compromiso se nos ha revelado definitivamente el “Dios-con-nosotros”. Gracias a este compromiso nosotros podemos soñar que lo acontecido en Jesús acontecerá en nosotros. Gracias a este compromiso podemos soñar que el Reino de Dios puesto en marcha sigue siendo acogido por muchas personas en sus corazones.
Además de soñar, hay que comprometerse. El cristianismo sigue siendo caldo de cultivo de personas soñadoras, que siguen creyendo en la utopía del Evangelio, y que se comprometen con sus valores. Personas que en su día a día, y con su testimonio de vida, nos muestras su compromiso con el Evangelio. Esta semana hemos recibido la noticia del fallecimiento del Cardenal Arns, que gastó su vida contra la dictadura brasileña y a favor de los derechos humanos. Junto a él hay tantas cristianas y cristianos anónimos que con su compromiso van haciendo que nuestro mundo se vaya pareciendo cada vez más al mundo soñado por Dios.
Nuestro mundo no está falto de sueños, está falto de compromiso. Hay intelectuales que afirman que no tiene sentido hablar de la crisis de valores que sufre nuestra sociedad y que, para algunos, se ha hecho más evidente en la crisis económica, o que ésta es fruto de aquella. Quienes afirman que no tiene sentido hablar de crisis de valores lo fundamentan diciendo que los valores siempre están en crisis, porque nunca se terminan de conseguir. Siempre hay tensión entre el ideal de los valores que soñamos y anhelamos y lo que somos capaces de vivir. El problema no es que haya crisis de valores, sino que se ha perdido la tensión para querer realizarlos. Es decir, hemos renunciado a comprometernos a favor de ellos. Hemos perdido la fe en que su consecución sea posible. Eso hace que no veamos claro el futuro.
Está bien que soñemos, pero lo que necesita nuestro mundo y también nuestra Iglesia, son hombres y mujeres que, como José, se comprometan con sus sueños. Cristianas y cristianos comprometidos con nuestros sueños.