Primer Domingo de Adviento
En vela: actitud de acogida
Hay textos del Evangelio que nos resultan «fáciles», conocidos, cómodos. Hay muchas parábolas y relatos de milagros que en cuanto los empezamos a escucharlos decimos «ya me lo sé». Nos permitimos hasta el lujo de despistarnos: sabemos cómo empieza y cómo termina, aunque se nos pasen por alto detalles que resultan importantes y que nos ayudan a comprender la profundidad del relato.
No es el caso de nuestro texto de hoy. Tenemos que estar atentos para hacernos con su contenido. Es más, tenemos que leerlo y releerlo, y a pesar de todo nos queda la duda de cuál es su significado, de cuál es su mensaje. Hay una dificultad añadida, estamos al comienzo del adviento, de un nuevo año litúrgico, y el mensaje del evangelio es más bien apocalíptico, propio del final de los tiempos. Paradoja: el final de la historia anuncia el comienzo de un tiempo nuevo. No solo nuevo, también bueno, si atendemos a la visión de Isaías: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”
San Pablo en la carta a los Romanos nos exhorta: “Daos cuenta del tiempo en que vivís…”. El evangelio va a insistir en la misma dirección: “Estad en vela”.
Estar en vela es antes que nada una actitud de acogida. Estar en vela es una invitación a vivir el momento presente de forma consciente. Estar en vela es una llamada a vivir con responsabilidad. Responsabilidad sobre nosotros mismos. Responsabilidad con la sociedad en la que vivimos.
Actitud de acogida de la propia realidad. Una primera mirada, que nos tenemos que recordar insistentemente, es sobre nosotros mismos. Ojalá tengamos una mirada contemplativa que no necesita de momentos y espacios concretos para poder vivir con plena consciencia cada uno de los momentos de nuestra vida. No es lo normal en el común de los mortales, tampoco de los creyentes. La espiritualidad ignaciana tiene un “instrumento” valioso que se ha ido recuperando en su originalidad, rescatándolo del “examen de culpas”: la pausa ignaciana o examen. Ayuda a reconocer la presencia del Dios en la propia vida y en nuestro alrededor. La finalidad última es buscar y hallar a Dios en todas las cosas, en palabras de Ignacio de Loyola. La práctica continuada nos lleva no solo a vivir con más consciencia la vida, sino también a ir acogiendo amorosamente lo que somos, porque reconocemos el paso de Dios por nuestra existencia.
Actitud de acogida de la realidad del mundo que nos toca vivir. Leer los acontecimientos de la historia y, en medio de ellos captar cuál es el camino del Espíritu. Saber interpretar los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios. Adiestrarse para tener criterios evangélicos en la vida diaria, porque “estar en vela” no es una espera pasiva sino activa y comprometida con el sueño de Dios sobre la historia, eso que llamamos el Reino de Dios.
Actitud de acogida, porque somos conscientes de que la iniciativa la toma Dios, él siempre está viniendo, y tenemos que dejarle que obre en nosotros.
Actitud de acogida que se verifica en la oración, porque incluye el amor, la fe y la esperanza. El que ora ama, cree y espera. El que ora acoge.
Dios está viniendo
Él viene en su Palabra,
en su Espíritu que nos da la fe,
en los sacramentos de la Iglesia,
en las luchas y alegrías de la vida,
en cada uno de nuestros hermanos,
sobre todo en los más pobres y sufridos.
Hay que saber esperar a Dios.
Hay que saber buscar a Dios.
Hay que saber descubrir a Dios.
Y mira que hay muchos que se cansan de esperar,
porque la vida se ha puesto muy dura
y los poderosos siempre aplastan al pueblo.
Y hay muchos que no saben buscar a Dios día a día,
en el trabajo, en casa, en la calle,
en la lucha por los derechos de todos,
en la oración, en la fiesta alegre de los hermanos unidos,
e incluso más allá de la muerte.
El maíz y el arroz están naciendo, hermosos.
Ha llegado el Adviento.
Luego llegará la Navidad.
Dios está llegando siempre.
Abramos los ojos de la fe,
abramos los brazos de la esperanza,
abramos el corazón del amor.
(Pedro Casaldáliga)