COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Trigesimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario

Hay miradas que salvan

“Te compadeces de todos… cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan… a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida… corriges poco a poco a los que se caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor”. Estas palabras están tomadas del libro de la Sabiduría, un libro que pertenece al Antiguo Testamento. Estoy seguro que si no nos dijeran la fuente, podríamos pensar que era una de las oraciones que hacía Jesús cuando se retiraba a orar y tomaba más plena conciencia de cómo es Dios: “amigo de la vida”.

En ocasiones contraponemos tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Dios que se nos revela en aquél y éste, que parece que estamos hablando de dos dioses diferentes. Sin embargo, en la espiritualidad judía hay un acercamiento progresivo a esa imagen de Dios que nos revela Jesús. Dios es amigo de la vida. Ya desde el Antiguo Testamento se empieza a intuir que lo propio de Dios no es aniquilar, sino salvar por medio de la compasión y la acogida (por no hablar de otras imágenes como la del Dios libertador o la del Dios que acompaña a su pueblo, también en el destierro o la del Dios al que se le percibe como creador, suscitador de vida… y tantas otras).

Dios es amigo de la vida. Esto lo llevaba Jesús bien grabado en su corazón. Por eso se empeñaba en suscitar vida en todas aquellas personas que por diferentes motivos parecían carecer de ella, por lo menos con un mínimo de plenitud. Por eso se empeñaba en acercar a Dios a todos aquellas personas que se iban quedando en las cunetas de la vida.

Una de esas personas es el personaje de nuestro Evangelio de hoy: Zaqueo. En pocas líneas se nos dice que era jefe de publicanos, rico, bajo de estatura y pecador. Todas las etiquetas, una detrás de la otra. Lo tenía todo, menos amigos.

A los ojos de los demás Zaqueo, por publicano, era merecedor de la marginación social y religiosa. Ya solo por esto, Zaqueo era un hombre rico por fuera, pero pobre por dentro.

trigesimoprimer-domingo-del-tiempo-ordinarioEra bajo de estatura física y, para qué negarlo, moral. Y esto último en la experiencia religiosa pesa mucho. Traigo brevemente unas palabras del Papa Francisco en la misa de clausura de la JMJ (animo a leer la homilía entera, dirigida a nosotros, “jóvenes”): “También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe”.

Zaqueo no quiere quedarse lejos de Jesús, a pesar de que la gente se lo impidiera. Algo habría oído sobre Jesús, ¿tal vez que comía con cobradores de impuestos y pecadores?, que le lleva a superar toda vergüenza y encaramarse a un árbol. No a uno cualquiera, sino a uno que le permitiera ver a Jesús de cerca. Hay un deseo sostenido de querer ver a Jesús.

Curiosamente el que quería ver es visto. Es Jesús quien toma la iniciativa, siempre es así, “Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo…”. Cómo sería la mirada de Jesús para hacer que aquel hombre bajara en seguida. Cómo sería la mirada de Jesús durante aquella comida para que arrancara de Zaqueo el deseo de ser bueno. Solemos decir que hay miradas que matan, como la de los que murmuraban porque había entrado a comer a casa de un pecador. Hay miradas que matan, es verdad. Pero también hay miradas que sanan y salvan, que dan paz, que devuelven la confianza, que invitan a querer ser buenos.

¿Cómo es nuestra mirada sobre la realidad, sobre nuestro mundo, sobre nuestro entorno más cercano? Y, sobre todo, ¿cómo es nuestra mirada sobre las personas? ¿Es una mirada que enjuicia y condena o, por el contrario, es una mirada que acoge y acepta? Tendremos que pedir tener una mirada como la de Jesús, una mirada que salva.

Para terminar un breve subrayado sobre algo que me parece fundamental. Muchas veces pensamos que Jesús se invitó a comer en casa de Zaqueo, ¡ya es echarle bastante cara!, pero la auto invitación era mucho más profunda: “quiero alojarme en tu casa”. Me parece muy bonita la reflexión que les hizo el Papa en Cracovia a los jóvenes:

“Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida”.

Pues sí, ojalá viviéramos cada momento con la conciencia de que Jesús ha querido alojarse en nuestra vida.

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