Vigesimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Pecador arrepentido y santo resentido
En este comentario sigo la dinámica del domingo pasado: desde la imagen. Es una de las ventajas de no tener que “predicar” (me habría ceñido al Año de la misericordia).
Imagen que nos puede ayudar a comprender algunos de los mensajes del evangelio.
Dos elementos fundamentales a subrayar: uno, la foto misma; el segundo, en el texto.
La foto nos lleva a imaginarnos la primera parte del pasaje evangélico: la oveja perdida. Todavía no es una oveja perdida, y tendrá dificultades para serlo, a no ser que encuentre algún lugar en el vallado por el que poder escapar. Todavía no es una oveja perdida, sería mejor decir libre, pero corre el “riesgo” de serlo. No está a lo que están las demás: a comer.
En eso reside el “riesgo”, buscar algo más que lo que satisface nuestras necesidades básicas o nos hace llevar una vida entretenida (en el sentido de agradable, amena, divertida, alegre, distraída,…). Todo esto puede ser bueno, sano y santo, pero insuficiente. La vida tiene que ser algo más que eso. Lo pensamos, empezamos a ponerlo en práctica… y asumimos el “riesgo” de la libertad, de ser lo que estamos llamados a ser, de forma original. Tenemos una ventaja que nos tendría que animar a asumir cualquier riesgo: por mucho que nos despistemos, sabemos que contamos con un pastor que va a salir a buscarnos y no va a cesar en el empeño hasta encontrarnos, estemos en donde estemos y hayamos andado los caminos que hayamos andado.
El segundo elemento de la foto es el texto que está en mayúsculas: “EL PADRE LES REPARTIÓ LOS BIENES”.
El relato nos lo sabemos muy bien, ¡lo hemos oído tantas veces! Lo hemos oído, incluso escuchado con atención, pero son tantos los elementos y tal la riqueza del texto que puede haber matices que se nos pasen.
Es el menor el que le pide la parte de la fortuna que le corresponde, pero el padre les da a los dos la carta de libertad. Los quiere libres y felices.
Uno decide marcharse, poner tierra por medio; se aleja física y geográficamente del padre. Quiere hacer la aventura de la libertad y lo arriesga todo. Lo arriesga todo y lo pierde todo. Es la necesidad la que le lleva al arrepentimiento. El arrepentimiento es lúcido, no puede volver a la casa paterna como hijo (al pedir la fortuna a su padre ya le había excluido del reino de los vivos), tiene que volver como siervo. ¿Cuál es la reacción del padre? Sale al encuentro del hijo, del pecador arrepentido.
El hijo mayor, sin embargo, decide quedarse en la casa paterna. Es terreno seguro. No hay que arriesgar nada. Conoce, o cree conocer, cuáles son los límites, lo que está bien y lo que está mal. Las expectativas están claras. Cree conocer lo que su padre espera de él, y lo cumple: ¡¡¡es un santo!!! Se queda en la casa paterna. Nadie le puede recriminar nada. En la casa paterna, sí, pero afectivamente alejado del padre. No puede esperar nada de él. Se vive a sí mismo más como siervo que como hijo. Por eso no puede comprender la reacción de su padre. Eso no estaba en el contrato. Su padre no puede ser así, lo han cambiado. Hasta el espacio, la casa paterna, se le hace hostil. No puede entrar en ella. ¿Cuál es la reacción del padre? Sale al encuentro del hijo, del santo resentido.
¿Dónde me sitúo yo? Hay una forma de pecado que nos puede llevar a querer alejarnos de Dios. Hay otra forma de pecado que nos puede llevar a creernos que Dios está alejado de nosotros. En un caso y en otro, Dios sale a nuestro encuentro.
Dios siempre sale al encuentro… del pecador arrepentido… y también del santo resentido… porque hay muchas formas de alejarse o de sentir lejano a Dios.