COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario

Lección de misericordia

La parábola del “Buen Samaritano”, junto al diálogo introductorio y el mandato  de Jesús, es uno de los textos de san Lucas que nos hacen estremecer: por la expresión literaria, por la finura religiosa y por la implicación ética. Esta parábola no nos deja indiferentes, seamos creyentes o no.

Ahora que, como ciudadanos, tanto nos empezamos a preocupar por la necesidad de fomentar valores morales, porque en nuestra ingenuidad creíamos que no eran necesarios, que eran algo del pasado o que pertenecía a la esfera de las religiones en sus diferentes denominaciones y en sus diferentes concepciones, nos damos cuenta de que necesitamos de narraciones que les ayuden a los niños y jóvenes a ir internalizando los valores básicos que permitan una convivencia humana y humanizadora. La parábola del “Buen samaritano” es una de esas narraciones que no pueden ser olvidadas en la transmisión de valores morales, sin necesidad de que sean explícitamente religiosos o confesionales.

Si nuestros niños y adolescentes no escuchan alguna vez en su vida este evangelio, qué cuentos y relatos habrá que inventar para explicarles qué es la solidaridad, qué es la compasión, qué es la denegación de auxilio, etc.

La parábola pone en juego ortodoxia y ortopraxis, lo que sabemos con la cabeza y lo que moviliza nuestra acción. La parábola es una lección de misericordia.

Decimoquinto Domingo del Tiempo OrdinarioEl maestro de la Ley que interroga a Jesús sobre la vida eterna conoce perfectamente la respuesta, de hecho usa dos textos de la Ley: uno tomado del capítulo seis del Deuteronomio: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (v. 5); el otro lo toma del capítulo diecinueve del Levítico: “Y al prójimo como a ti mismo” (v. 18). El maestro de la Ley sabe que tiene que combinar el binomio Dios-prójimo para heredar la vida eterna.

La cuestión que le plantean a Jesús no es teórica, sino existencial. El problema no es la teoría, sino su aplicación: identificar quién es el prójimo.

Enseguida solemos decir que los primeros prójimos son los “próximos”. La experiencia nos dice que la proximidad, sin más, no nos hace prójimos de nadie. Es cierto que cuando ocurre una desgracia, lo vemos con demasiada frecuencia con los atentados terroristas y nuestra respuesta ante los mismos. Hay relación directa proximidad-projimidad, sea geográfica, cultural o ideológica.

La proximidad en sí misma es insuficiente. Los dos primeros personajes se acercaron al herido del camino, pero se inhibieron para que aquel herido fuera su prójimo. Dieron un rodeo y no se dejaron afectar por él. Al samaritano, sin embargo, se le conmovieron las entrañas, hizo suyo el sufrimiento del herido del borde del camino. El compromiso con aquel desconocido le constituyó en prójimo y empezó actuar como tal: “le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó”.

Jesús le da la vuelta a la pregunta que le hace el maestro de la Ley. Éste preguntaba por quién era el prójimo. Jesús pregunta quién se ha portado como tal, quién ha tomado la iniciativa de convertirse en prójimo de otro.

El Papa Francisco insiste mucho en el peligro de la globalización de la indiferencia. La celebración del año jubilar de la misericordia tiene que hacer resonar en nosotros con fuerza las palabras de Jesús: “Anda, haz tú lo mismo”. Haz con tu prójimo lo que Dios hace contigo. La parábola del Buen Samaritano es una lección de misericordia.

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